La idea de que las personas deberían participar en su propio gobierno está en el núcleo de nuestra comprensión del significado de democracia. El filósofo Aristóteles escribió: ‘Si la libertad y la igualdad, como piensan algunos, se encuentran principalmente en la democracia, llegarán a su máxima expresión cuando todas las personas por igual compartan el gobierno en todo lo posible’. El experimento democrático de la antigua Grecia todavía se considera como un fenómeno extraordinario. El moderno estado-nación, con sufragio universal adulto y poblaciones de muchos millones, claramente tiene que funcionar de una forma distinta, y no todos los caminos son democráticos. La mayoría de las democracias modernas dan a sus pueblos la oportunidad de elegir un gobierno cada cuatro o cinco años. Entre elecciones, el gobierno continúa con su programa, su agenda legislativa y la subida o bajada de impuestos, dejando que la gente que le ha elegido prosiga su vida en relativa libertad. Aunque llamamos democrático a este sistema, está claro que todavía le faltan muchos pasos para llegar al ideal de una implicación constante y plena de todo el pueblo.

De manera que, en una democracia moderna, ¿cuáles son las responsabilidades de un ciudadano? ¿Cómo puede él o ella participar en el gobierno ‘en todo lo posible’, como decía Aristóteles? Resulta obvio que el deber principal y más importante es que todos nos interesemos por las cuestiones políticas y económicas del día, que pensemos en ellas de una forma constructiva, que las debatamos, y que votemos siempre que se nos ofrezca la oportunidad. Pensar creativamente acerca de estas cuestiones es una auténtica ayuda para encontrar soluciones, y a veces también para aceptar soluciones que pueden parecer desagradables a numerosas personas. Sin embargo, existen diversos desincentivos a esto.

Muchos sospechan que la política es corrupta, porque los miembros elegidos se sienten tentados de subordinar sus principios a las atractivas promesas de los grupos de presión comerciales e industriales. Aunque esta es una caracterización injusta de muchos miembros honrados y con principios, hay bastante de cierto en ello como para afectar a la mayoría. El remedio para esta situación se encuentra en manos de las personas comprometidas de buena voluntad. Si más gente de buena voluntad se implicase y participase en las elecciones en todos los niveles de gobierno, esto ayudaría a anular la intriga y la corrupción. Como escribió Alice Bailey: “La razón de la corrupción política y el planeamiento ambicioso de la mayoría de los hombres más descollantes del mundo, puede hallarse en el hecho de que las personas espiritualmente orientadas no han asumido –como deber y responsabilidad espiritual la dirección de los pueblos. Han dejado el poder en malas manos y han permitido que dirijan los egoístas y los indeseables”. 1

Un desincentivo más sutil reside en la convergencia de ideologías opuestas de derechas e izquierdas hacia el control del territorio de centro. En Europa, en circunstancias normales, el partido que ocupa el terreno del centro es el que gana la elección. Naturalmente, esto está haciendo que partidos políticos opuestos, que no tienen en realidad políticas opuestas, compitan por la prominencia en el centro. Podría argumentarse que esto no sería más que una mejora sobre la antigua posición faccionaria y contraria de izquierda y derecha, pero está generando apatía en los votantes dado que cualquiera de los dos partidos llegará a formar gobierno y sus políticas serán aproximadamente las mismas, diferencias superficiales aparte. Noam Chomsky lo expone sombríamente cuando escribe: “Lo que queda de la democracia es, en su mayor parte, el derecho a elegir entre productos indiferenciados”. Esta tendencia ha dado como resultado que numerosas personas de buena voluntad hayan abandonado la política de partido para implicarse en campañas unilaterales como los diversos movimientos medioambientales y de derechos humanos.

Esto nos lleva a otro desincentivo: la forma en que los medios de comunicación dan cobertura a los asuntos políticos actuales. En nuestra era digital ha habido una proliferación de canales de televisión y radio, y los directores de medios de comunicación están constantemente enfrentándose al problema de cómo aumentar su audiencia –algo especialmente importante si tu canal depende de los ingresos obtenidos con publicidad. Los periódicos también están experimentando, en general, una caída en sus niveles de circulación y responden a esto con titulares cada vez más extravagantemente melodramáticos. A menudo, la cobertura de la política parece ocuparse más de temas sensacionalistas que de las tendencias subyacentes, más de las personalidades implicadas que de los principios que se cuestionan. El efecto de estos desincentivos parece ser una caída generalizada del interés del público. Aún así, como demuestra la actual campaña presidencial [en EEUU], cuando las cuestiones son lo suficientemente críticas y llega el tipo correcto de político, en sintonía con el estado anímico popular, puede revitalizarse el interés en los votantes en general y, quizá más importante aún, en los votantes jóvenes.

Necesitamos contrarrestar el pesimismo considerando la democracia como una experiencia mucho más universal. La noción del bien grupal y el espíritu de cooperación son cualidades inherentes en la humanidad. Esta realización es un contrapeso sumamente necesario a la visión, extensamente creída y errónea de que la naturaleza humana es esencialmente conflictiva y violenta, y que sólo los sistemas autoritarios de gobierno pueden controlar esa tendencia. Se ha dicho que una cualidad básica de la humanidad puede describirse con la frase ‘armonía a través del conflicto’. Y aunque cierto sentido de lo dramático y una predilección morbosa por el sufrimiento mantiene el lado del ‘conflicto’ en esta pareja como el principal a los ojos de muchas personas, la ‘armonía’, más prosaica, se ha manifestado siempre y sigue creciendo en las reuniones, encuentros, parlamentos, clubes y comités de todo el mundo.

Uno de los acontecimientos más notorios de los últimos 100 años ha sido la forma en que la democracia ha florecido por todo el mundo. En 1900, ningún país podía presumir de una democracia multi-partidista capacitada por el sufragio universal. En 1997 el 60% de las naciones del mundo podían suscribir esto. Y ahora, en 2008, de los 194 países del mundo, sólo 54 están considerados como no democráticos y autoritarios. Los restantes tienen regímenes total o parcialmente democráticos.

Existen numerosas razones externas para ello: la extensión de la educación de masas –posiblemente el acontecimiento más espiritual del mundo en los últimos 150 años; la extensión del crecimiento económico; el desarrollo de las comunicaciones planetarias como Internet, que exponen a todo el mundo en todas partes a nuevas ideas y a una sensación de estar relacionados con toda la familia humana; viajes internacionales a precios asequibles. Todos estos factores amplían nuestro pensamiento.

Estas son razones importantes. Pero las causas espirituales internas para este movimiento hacia la democracia son, a la larga, más importantes y por lo tanto constituyen nuestro principal interés aquí. Podríamos expresar las causas espirituales de la siguiente manera:

  • El deseo de libertad, entendida espiritualmente.
  • El creciente sentido de responsabilidad y el impulso del alma de expresar esto en un servicio práctico.
  • Un reconocimiento de la consciencia grupal.
  • La constatación de que un grupo grande que debe rendir cuentas a un electorado puede tener el poder de anular o negar el egoísmo de una camarilla de gobierno ambiciosa.

Estas causas espirituales están irrumpiendo en el mundo del pensamiento y la actividad humanos en miles de formas. Como todas las manifestaciones de ideas espirituales, están sometidas a diversos grados de distorsión. Posiblemente el deseo de libertad en el sentido espiritual ha sido formulado mejor que nadie por Franklin Delano Roosevelt en las ‘Cuatro Libertades’ –libertad de palabra y expresión, libertad de credo, libertad de vivir sin penurias económicas y libertad de vivir sin miedo. Pero, si estas no van acompañadas de un sentido correspondiente de amorosa responsabilidad hacia la totalidad, pueden ser distorsionadas por motivos egoístas hacia el libertinaje, la superstición, el engrandecimiento personal a expensas de otros, y el almacenamiento de armamento.

La consciencia de las limitaciones del pensamiento humano y la extendida predominancia de motivos egoístas conduce naturalmente a la persona de buena voluntad a considerar cómo puede ayudar mejor a fomentar el aspecto bueno y contrarrestar el negativo. Aparte de implicarse en política, hay muchas otras formas en las que una persona responsable puede contribuir a la comunidad, a la nación y al mundo. Todas ellas pueden resumirse en las palabras ‘ciudadanía práctica’.

Por ejemplo, considere la ciudadanía en relación con la responsabilidad económica. Algunos ven los impuestos como una realidad molesta, en el mejor de los casos; otros los ven como una oportunidad para hacer trampas. Pero un ciudadano responsable ve los impuestos como un método formulado de contribuir económicamente a la totalidad de la que forma parte –entonces se perciben correctamente como una oportunidad de servir. También debemos recordar que nuestra contribución económica no finaliza en las fronteras locales o nacionales. Nuestro creciente sentido de ciudadanía global debería estar conduciéndonos a todos a exigir a nuestros representantes electos y a los gobiernos que respondan a una responsabilidad económica global y que fomenten una ‘contribución ética’. A este respecto, y como ciudadanos globales responsables, deberíamos también dedicar tiempo y energía a apoyar el trabajo de Naciones Unidas. Los ocho ‘Objetivos de Desarrollo del Milenio’ fueron formulados bajo los auspicios de la ONU a fin de reducir significativamente la pobreza y el hambre, y de resolver los problemas de salud, la desigualdad de géneros, la falta de educación, la falta de acceso a agua potable y la degradación medioambiental para 2015. Para poder lograr estos objetivos vitales, el apoyo comprometido de los ciudadanos globales de todas partes es sumamente necesario, tanto para mantener la visión ante los ojos de la humanidad como para presionar a nuestros crecientemente democráticos gobiernos para que cumplan sus promesas financiando adecuadamente los programas necesarios. Entonces empezaremos a manifestar colectivamente las palabras visionarias de Barbara Ward, que escribió: “Se trata de que nosotros, las gentes del mundo, hagamos algo para ayudar a las gentes del mundo”.

Shakespeare observó que: “El curso del amor verdadero nunca transcurrió con suavidad”. También puede decirse con gran exactitud que el curso de la verdadera democracia nunca transcurre con suavidad. Este paralelismo entre amor y democracia no es una coincidencia ya que, como hemos visto, en el origen de la democracia se encuentra el alma, el principio del amor en la humanidad. Lo que llamamos democracia no es más que la expansión de la idea de la cooperación y la responsabilidad grupales a un nivel nacional y supranacional.

Así pues, ¿qué futuro tiene la democracia ahora? Podemos estar seguros de que los próximos años van a probar a la humanidad al máximo. En parte, esta prueba estará caracterizada por una enorme tensión entre el deseo de algunos de imponer soluciones a las crisis de la humanidad de forma autoritaria y el deseo de la mayoría de retener la iniciativa creativa y el potencial de alcanzar una solución de forma consensuada. La primera es el camino de la dictadura y, aunque puede resolver problemas, la humanidad no se beneficiará ni crecerá espiritualmente por haber entendido las cuestiones implicadas y haber realizado la elección correcta. Esto último es el camino democrático y el camino del alma de la humanidad. Es el mayor desafío al que se han enfrentado nunca la democracia y la humanidad. Pero con una buena voluntad cultivada y ampliamente extendida estaremos a la altura del desafío.

1. Alice Bailey, Los Problemas de la Humanidad pp.177. Editorial Fundación Lucis

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