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Craig Holdrege (Director de Instituto Nature)

Hoy vamos a observar nuestra relación con el mundo natural y cómo, mediante cierta forma de estudiar y contemplar la naturaleza, podemos estar más vivos. Por todo el mundo existe una inmensa fuerza del espíritu, y especialmente en el mundo vivo. Pero los seres humanos estamos frecuentemente en nuestras mentes, separados del origen de las cosas. Podemos, interactuando con el mundo vivo, tocar ese origen y reconocer no sólo algo de la vida del mundo, sino también alcanzar un mayor refinamiento en nuestra vida interior.

Para empezar, observemos un síntoma del problema que muchos de nosotros tenemos como seres humanos modernos. El agua es algo increíblemente dinámico, hermoso, poderoso, y también manso. Todos necesitamos agua para vivir. Y lo que sucede cuando empezamos a estudiar el agua desde la perspectiva científica convencional es muy interesante. El agua cambia dramáticamente –se convierte en un ensamblaje de moléculas que interactúan. Empezamos con algo fluido, conectado y dinámico, y en nuestras mentes lo convertimos en algo compuesto de muchas partes separadas. Y se trata de un hábito de pensamiento que aplicamos a todo –lo hacemos cuando hablamos de genes, o cuando hablamos de la esencia de la materia y visualizamos átomos separados. Nuestra mente moderna tiende a pensar que el mundo consiste en entidades separadas que interactúan. Y este hilo de pensamiento puede observarse en gran parte de la ciencia moderna, que tanto ha dominado nuestra cultura durante aproximadamente los últimos 400 años. Imaginamos unidades estructurales separadas que componen el mundo. Construimos basándonos en la separatividad y si existen conexiones, estas aparecen porque objetos separados están interactuando. Átomos separados interactúan para hacer moléculas, y las moléculas se combinan para crear una sustancia como el agua, y los genes se combinan para crear un organismo. Es como si hubiésemos tomado como parangón de la realidad del mundo objetos que están, hasta cierto punto, separados, como piedras o sillas –lo que llamamos cosas. Me parece muy poderoso y sugerente, y se puede lograr mucho con esta forma de ver el mundo. Pero también es tremendamente limitada.

Ahora, observemos más cuidadosamente los organismos vivos. Las plantas empiezan como semillas, en cierto sentido como objetos aislados. Pero si la semilla se mantiene aislada, morirá y se desintegrará con el paso del tiempo. En el momento en que una semilla empieza a germinar, se desarrolla a base de superar la separación en todo momento. Cuando la raíz empieza a brotar de la semilla, “sabe” a dónde ir, concretamente, hacia abajo. La raíz primaria crece hacia el centro de la Tierra, como hacen todas las raíces primarias de la Tierra. Si piensa en el planeta como una totalidad, todas las raíces primarias en todas partes señalan hacia el centro. Todas tienen esta orientación y todas las plantas están conectadas con toda la Tierra. Y después la planta se desarrolla en la dirección opuesta –hacia el aire y la luz, haciendo contacto inmediatamente con este mundo, que permite que la vida suceda. La planta se orienta hacia la luz del sol con sus hojas, absorbe la luz y también el aire y –mediante las raíces– agua y una pequeña cantidad de minerales. De esta manera (hablamos de fotosíntesis) la planta crea más sustancia viva y crece.

Una planta, como ejemplo de ser vivo, vive siempre en conexión, y no en separación. Así que la pregunta es: ¿cómo podemos aprender a pensar en el mundo y a percibir el mundo más en relación con la conectividad, con la unidad? Una forma sería estudiar cuidadosamente las plantas e interactuar con estos seres extraordinarios que nos permiten vivir en la Tierra creando el oxígeno y la sustancia viva que nos sustentan. Podemos intentar aprender de las plantas sobre su manera de ser, y a base de aprender de ellas, aprender también algo acerca de nosotros y de la vida en el mundo.

No hay momento de la vida que, a su vez, no vaya acompañado de algo que muere. El desarrollo de la planta significa la producción de algo nuevo (hojas, yemas, flores, etc.) pero también dejar que desaparezcan otras cosas, como las hojas más viejas. Las plantas atraviesan un proceso de transformación. Dondequiera que miremos, vemos transformación, y para una planta significa desarrollarse hacia el mundo, creando partes nuevas, perdiendo después lo que ya no sea necesario, y pasando a una nueva etapa. La naturaleza entretejida de la vida y la muerte es un proceso hermoso e intrincado.

De manera que, cuando estudiamos este tipo de fenómenos en el mundo con las plantas, también podemos preguntar: ¿Cómo sería si pensásemos del modo en que crece una planta? Empezaríamos a salir del separatismo e iríamos más allá del pensamiento combinatorio, en el que juntamos pensamientos separados. Por supuesto, esta forma de pensar es necesaria para navegar por el mundo a diario. Pero ahora estamos pendientes de la actividad de desarrollar un “hilo” de pensamiento, o por decirlo más vitalmente, de desarrollar una planta de pensamiento. ¿Qué aspecto tendría? Esto podría implicar acercarnos al mundo con una atención más aguzada; observaríamos cuidadosamente lo que nos rodea, para arraigarnos a las cosas. Y entonces, en esta percepción arraigada de las cosas, comienzas a desarrollar una idea sobre otra persona, sobre un problema, sobre una labor a realizar en el trabajo. Y después, basándote en esa experiencia, creas otra hoja, otra idea, y después otra. Entramos en un flujo y, como en la planta, hay continuidad, pero también experiencias nuevas y aprendizaje.

Lo que a menudo hacemos los seres humanos es enamorarnos de nuestras ideas y decir –“esto es lo correcto”. No queremos renunciar a ellas. Pero una planta “sabe” más. Aunque le broten hermosas hojas y preciosas flores y ramas, si quiere seguir desarrollándose tiene que desembarazarse de cosas. Sólo así puede surgir algo nuevo. Tenemos que estar siempre dispuestos a soltar en cualquier momento lo que apreciamos. Ese es un aspecto de pensar como una planta. Y podemos convertir esto en una práctica cuando notamos que nos estamos enamorando –en el sentido negativo de enamorarse– de una idea, pensamiento u opinión. Entonces tenemos que dar un paso atrás y decir, espera un momento, trata a esa idea como a una hoja. Es bueno que algo se haya manifestado, pero ¿qué más puede desarrollarse en este proceso? No es necesario creer que nuestra percepción u opinión es el alfa y el omega de todo. Tenemos que mantenernos en proceso. Y es muy interesante reflexionar sobre qué es la flor de un pensamiento, qué es el fruto de un pensamiento, y qué es la simiente de un pensamiento.

De esta forma las plantas pueden convertirse en maestros de la transformación, entendiendo por transformación un crecimiento y un desembarazarse, un mantenerse en movimiento y ser dinámico. Las plantas también pueden convertirse en instructoras de sensibilidad contextual. Cada planta crece en una interacción íntima con su entorno y también refleja las distintas calidades de ese entorno, como demuestran los seis especímenes de rábano silvestre. La planta diminuta a la izquierda creció en un terreno alterado y compactado, mientras que la planta a la derecha creció en un prado.

Cuando somos sensibles al contexto en nuestra actitud hacia el mundo, tenemos una sensación de nuestro estar-en-el-mundo. Percibimos el contexto, y pensamos y actuamos en una estrecha relación con él. No es una cuestión de “He cambiado el mundo” sino de “He sido cambiado por el mundo y yo también cambio al mundo”. Surge algo nuevo que no existía antes –un diálogo, si quieren, entre seres conectados.

En el ser humano puede producirse un proceso de transformación interno como resultado de la interacción con el mundo. A menudo pensamos en prácticas de meditación en las que nos apartamos del mundo. Pero la ciencia y la investigación pueden convertirse en campos de práctica meditativa. Cuando, por ejemplo, queremos realmente entrar en la dinámica de la vida de la planta, tenemos que ir más allá de la observación. La observación se transforma en una práctica espiritual cuando empleamos la visualización para recrear la imagen de la planta o del animal en nuestra mente. Podemos hacerlo a voluntad intentando recrear en nuestro interior lo que hemos percibido. De modo que si hemos estado observando una planta una vez a la semana durante unas cuantas semanas, antes de volver a observarla la siguiente vez, podemos visualizar interiormente el aspecto que tenía la planta hace una semana. Luego vemos qué aspecto tiene la planta hoy. Y después podemos comparar las dos imágenes mentalmente y experimentar más profunda y conscientemente el proceso de transformación. Esto es una práctica interna, una práctica que el poeta y científico Goethe denominó imaginación sensorial exacta. De forma precisa, basada en la experiencia sensorial, podemos movilizar las fuerzas de nuestra imaginación para participar en los procesos vivos de nuestro interior. La vida del mundo empieza a mostrarse más claramente.

Un ecologista ha escrito: “¿Cómo podemos hablar sobre conexión en una cultura de separación y aislamiento? No lo sé.” Es un comentario muy honesto de un manual básico de ecología. La ecología trata sobre la conexión, pero este ecologista se pregunta acertadamente cómo podemos hablar de conexión en este mundo fragmentado. Es una barrera que nosotros, en ciencias, tenemos que dejar atrás. Y observar las plantas adecuadamente puede servirnos para lograrlo. David Bohm dijo: “Todo el problema ecológico se debe al pensamiento. Porque pensamos que el mundo está para que lo explotemos y así, hagamos lo que hagamos, la polución se diluirá hasta desaparecer. El pensamiento produce resultados pero el pensamiento dice: ‘yo no fui.’” De manera que nos despistamos. La planta sólo podrá ser el instructor de la conectividad viva si también prestamos atención al pensamiento, si somos autoconscientes en ese proceso para poder después enfilar el proceso de un pensamiento vivo.

Como conclusión, unas palabras de Goethe: “Como seres humanos, nos conocemos sólo en la medida en la que conocemos el mundo. Percibimos el mundo sólo a través de nosotros, y a nosotros mismos sólo en el mundo. Cada nuevo objeto, claramente vislumbrado, abre un nuevo órgano de percepción en nosotros”.

[Las imágenes pertenecen al último libro de Craig Holdrege, Thinking Like a Plant: A Living Science for Life (Lindisfarne Books, 2013)]

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