¿Qué es la muerte?

Uno de los mayores descubrimientos del siglo veinte ha sido, sin lugar a dudas, la doble estructura helicoidal del ADN –el llamado ladrillo de la vida. La belleza y elegancia de dos únicos hilos de ADN formando una espiral el uno en torno al otro proporciona un estupendo símbolo de los procesos vitales, no sólo de la construcción de formas biológicas, sino también de la evolución de la consciencia interna. Porque si al ritmo de los ciclos dela naturaleza le añadimos el impulso de la evolución, el círculo de la vida se transforma en una espiral en rotación permanente a través de la cual se expresa la consciencia.

Profundizando un poco más en este símbolo, si se considera que los dos hilos entretejen espíritu y materia, la consciencia podría verse como el resultado evolutivo de esa interacción. Aquí tenemos una nueva perspectiva respecto al noble camino de en medio según las enseñanzas del Buda, en las que el desafío consiste en caminar de manera equidistante entre estos pares de opuestos –las dos grandes líneas de fuerza– tal como se expresan en cualquier nivel, equilibrando y relacionando la una a la otra en una expresión armoniosa. Al igual que con Buda, Cristo y otros grandes seres de luz, cada unidad de consciencia evoluciona a través de este gran proceso espiral –la suma total de la manifestación planetaria avanzando lentamente en un viaje de redención espiritual.

Esta evolución omni-abarcante requiere un constante desprenderse de unas formas y la adquisición de otras nuevas, a medida que nuevas combinaciones de materia y espíritu proporcionan vehículos más refinados para expresar el desarrollo de la consciencia. Cuando se agota el potencial de una forma y deja de ser adecuada, se abandona y se adquiere una mejor. Este es el principio fundamental tras el proceso de la muerte y el renacimiento a todos los niveles de la naturaleza. Nadie sabe con exactitud a dónde lleva o donde acaba esta espiral; todo cuanto puede decirse es que el siguiente paso está siempre un poco más adelante, apareciendo lentamente a la vista a medida que somos impulsados hacia adelante por el poder de la vida misma.

Desafortunadamente, la sociedad secular se ha aislado crecientemente del proceso cíclico de la vida y la muerte que caracteriza nuestro ascenso en la espiral. Siempre a la búsqueda de nuevas sensaciones, nuestro seguimiento desenfrenado del materialismo ha dado como resultado una identificación excesivamente poderosa con nuestra propia piel; nos hemos enredado en sus sentidos y, consecuentemente, hemos perdido el contacto con nuestra naturaleza interior. Los sentidos están para informar, no para aprisionar, y sólo desenredándonos de ellos e interiorizando nuestra línea de búsqueda podemos esperar recuperar alguna comprensión verdadera de la naturaleza de la muerte. Tenemos que despertar a los sentidos interiores, esotéricos, y seguirlos a fin de contactar con el núcleo eterno de nuestro ser, que permanece inamovible y sereno a lo largo de los prolongados ciclos de vida, muerte y renacimiento. Entonces podremos conocer de primera mano la entrada a una vida mayor –el hermoso secreto que vela el proceso de la muerte.

Sólo considerando lo que hay después de la vida como una extensión de ésta podemos llegar a entender la muerte como una simple transición –una re-localización de la consciencia de un área de la espiral divina a otra. En este sentido, la muerte no es más que una liberación de la limitación, de la cual tenemos una experiencia parcial cada noche durante las horas de sueño. Como dijo G. Purucker, “La muerte y el sueño son esencialmente iguales, no se diferencian excepto en el grado;… el sueño es una muerte imperfecta y la muerte un sueño perfecto. Esta es la clave principal de todas las enseñanzas sobre la muerte… La Muerte no es lo opuesto a la Vida, sino que es, de hecho, una de las modalidades de vivir –una modificación de la consciencia, un cambio de una fase de vida a otras en sumisión ciega a un destino kármico… nuestros cuerpos están en constante estado de cambio, sus átomos están en un proceso continuo de renovación… Incluso mientras estamos encarnados estamos viviendo en medio de incontables muertes diminutas”.1

Resumiendo la naturaleza de la muerte, Alice Bailey nos hace una reflexión sumamente profunda y poderosa: La muerte es, en realidad, un deterioro en el tiempo y el espacio y se debe a la tendencia del espíritu-materia a aislarse, mientras está en manifestación. Esta afirmación refleja todo el proceso del viaje de la Vida – la ‘involución’ hacia la forma y un estado de consciencia cada vez más individualista y separado, y después la ‘evolución’ de vuelta a la unidad llevando los frutos de nuestra experiencia con nosotros, como enriquecimiento y cualidad añadida. Cuando reconocemos este ciclo podemos, con deliberación, alinearnos con la corriente evolutiva y superar esta tendencia aislacionista del espíritu-materia. Enfocándonos en el alma, el punto de consciencia que relaciona ambos, nuestra visión expandida revela la gran verdad de las enseñanzas de la Antigua Sabiduría respecto a que espíritu-alma-materia son una Trinidad sintetizada por la Vida, que permanece en todas. La muerte se entiende, entonces, como parte del proceso de la vida: la gran fuerza de liberación que reenfoca la consciencia en puntos cada vez más elevados de la espiral entre los polos de espíritu y materia.

El miedo y horror a la muerte pueden entonces desaparecer a medida que la consciencia espiritual que nos guía, el alma, se convierte en una realidad conocida a nuestra percepción. Porque el miedo es el resultado de la identificación con la naturaleza temporal de la forma –nuestra propia forma, que da pie a nuestra noción de personalidad, las formas y personalidades de aquellos a quienes amamos, y las formas familiares de nuestro entorno y medio ambiente. Sin embargo, el tipo de amor del alma va en contra de este apego, y la esperanza del futuro y nuestra liberación de antiguas limitaciones reside en este cambio de énfasis hacia la trascendencia del alma. A medida que avancemos hacia ese momento en que el aspecto encarnado el alma pueda vivir consciente, constructiva y divinamente en unos vehículos materiales en evolución, el dolor, la soledad y la sensación de pérdida en la muerte irán desapareciendo. Entonces consideraremos la forma simplemente como una faceta temporal de oportunidad divina, la personalidad una máscara temporal del alma, y conoceremos un enfoque nuevo y más alegre de la gran experiencia que llamamos muerte. La muerte se entenderá como parte del viaje espiritual –en que el alma arroja repetidamente a la tierra un fragmento de sí misma para aprender, para servir y para enriquecer su experiencia y entonces, mediante la muerte, asimilar los frutos de sus esfuerzos por progresar en la espiral del misterio de la vida.

1. Fountain-Source of Occultism, G. de Purucker, TUP, 1974

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