Actualmente uno de los problemas graves del mundo es una falsa sensación de autosuficiencia, independencia y capacidad de resolver individualmente los problemas personales: la actitud basada en el espejismo de que lo único que necesitamos es fama y dinero para comprar seguridad, amor, compañerismo, amistad, cuidados y felicidad. O puede también darse el sentimiento de que si tienes fama y dinero no necesitas nada más. Esto conecta con la peligrosa ilusión de que el mundo es una selva y uno tiene que sobrevivir en términos de luchar en la jungla.

Pero el milagro de la civilización es precisamente lo opuesto a vivir en una jungla. Cuando las personas se comportan como animales con hambre y necesidades, resulta bastante obvio que la civilización está fracasando. Significa que las características necesarias en una estructura social están dañadas. No estaríamos lejos de la verdad si dijésemos que lo que de verdad falta en tales ocasiones no se ve a simple vista, pero es ese ingrediente específico que fortalece las relaciones y que por lo tanto construye un grupo sano –es decir, la buena voluntad.

En términos generales, la participación en alguna relación –bien dentro de la familia, la comunidad, la nación, una iglesia o creencia, un partido político, un club, una corporación o incluso un equipo deportivo– está formando una especie de grupo consciente. Y es interesante observar que semejante entidad experimenta una vida propia. Un grupo es coherente siempre que sus miembros participen en las actividades que caracterizan a ese grupo específico. Y aquí reside el factor crucial: la participación.

Sabemos que los alimentos son cruciales para la existencia del cuerpo físico. Pero si hablamos en términos de grupos, ¿qué equivaldría a la comida? Una pista para la respuesta puede descubrirse en el servicio dominical de ciertas iglesias cristianas. El misterio que se dice que tiene lugar en estos rituales se conoce como la Santa Comunión. ‘Santa’ (Holy) y ‘totalidad’ (whole) se derivan de la misma raíz; y comunión y comunidad derivan ambas de ‘común’ –aquello que se comparte por igual. De manera que la Santa Comunión es de hecho un ritual en el que la participación igualitaria de todos crea una totalidad. Quienes participan están reafirmando sus vínculos comunes y su consciencia social de constituir un grupo coherente de personas, y tienen la sensación de participar activamente en una búsqueda por alcanzar los mismos fines en la vida.

Tradicionalmente, el lugar y el tiempo dónde las familias hacen esto mismo a menor escala grupal es el momento de sentarse a la mesa. En estos encuentros familiares no sólo se está alimentando los cuerpos físicos de cada miembro, sino a la familia en sí como grupo.

Desde los tiempos antiguos, las sociedades han intentado resolver este problema de la alimentación de su propia existencia como grupo, a fin de aumentar su resistencia frente a los desastres físicos, los ataques de otros grupos, etc., y de esta manera lograr mejores condiciones vitales. Uno de los medios de crear cohesión social es participar en una gran tarea que beneficie a todo el grupo, como la construcción de las pirámides de Egipto o la Gran Muralla china. Tradicionalmente, en momentos de paz, el trabajo de nutrir la cohesión social en las sociedades lo emprende fundamentalmente la religión. De hecho, la religión puede considerarse como una especie de ciencia de las relaciones –porque enfoca tanto en la relación vertical con la divinidad, y la previamente mencionada relación horizontal entre la comunidad de creyentes. De manera que los rituales de la religión son técnicas poderosas que crean el foco necesario de la gente sobre unos fines comunes.

Pero los rituales no se limitan a la religión –cada tipo de grupo organiza su vida de maneras que incluyen la repetición de patrones de participación grupal. Las empresas tienen sus reuniones, la política sus debates, la cultura sus representaciones, y así con todo. Incluso la humilde conversación sobre ‘lo que pusieron anoche en televisión’ ayuda, actuando como un pegamento social que proporciona a los miembros del grupo cierta sensación de compartir determinados valores y actitudes. Parte de la dificultad a la que se enfrentan ahora todas las sociedades es que las nociones comunes respecto a la cultura, a cómo debería actuar la política, o a la religión y su papel, están crecientemente bajo presión debido a las corrientes cada vez más aceleradas de informaciones y pueblos cruzando los límites que previamente definían naciones, culturas compartidas y áreas en las que predominaba una religión. Como resultado, estas formas tradicionales de agrupación están perdiendo su poder unificador y nutriente, dejando a la gente a la deriva y desarraigada o refugiándose en agrupaciones menores y más exclusivas basadas en hábitos y gustos compartidos.

Así que es crucial que la humanidad aprenda a establecer nuevas formas de alimentar la consciencia grupal, basándose en un sentido correcto de las relaciones con la totalidad del planeta. Estamos empezando a ver signos de esta forma nueva y más global de consciencia grupal en el enorme despliegue de organizaciones de la sociedad civil que buscan resolver los problemas de la humanidad. Pero existe también la necesidad de extender este nuevo tipo de consciencia grupal más allá, a las masas de la humanidad. La política, la religión y los negocios tienen todos que reexaminar sus asunciones, técnicas y objetivos para orientarse a una perspectiva más global. Crear rituales de alimentación nuevos y duraderos para la consciencia grupal es una tarea tan ardua, a su manera, como la construcción de una catedral. Entonces, una comprensión compartida de la relación entre la divinidad y la humanidad recibía forma concreta por medio del rito comunal de construir. Ahora debemos diseñar rituales que trabajen en el tejido más sutil de las consciencias, que busquen crear resoluciones positivas para toda la humanidad.

BUENA VOLUNTAD es… la actitud que nutre la consciencia grupal.

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