Este número del boletín de noticias es una especie de suplemento del Nº 3 de 2007, Custodios de la Sostenibilidad, en el que examinamos algunos de los factores que están condicionando la actual crisis alimentaria desde la perspectiva de su producción y distribución. En este número, el tema es la nutrición, de manera que el enfoque cambia a qué y cómo consumen los humanos. El foco principal estará en el consumo de alimentos, pero sabemos que “no sólo de pan vive el hombre”, así que los aspectos espirituales de la nutrición también deben recibir atención.

Empezamos con una hipótesis que, en esta era mecanicista, no está exenta de controversia: en el cuerpo físico y su vitalidad hay más de lo que ve el ojo de la ciencia. La noción de que existe algún tipo de fuerza vital que anima a los seres vivos tiene una larga tradición en la metafísica oriental –el ch’i chino y el prana hindú son ahora conceptos bien conocidos en occidente. El mantenimiento de esta fuerza vital en el ser humano es por lo tanto un aspecto de la nutrición, y no debería sorprendernos que reciba su máximo aporte de los alimentos frescos –alimentos a través de los cuales esta fuerza vital ha estado circulando hasta hace poco, y que retienen trazas de ella incluso cuando se han cosechado. Si se les deja a su aire, todos los tipos de alimentos se descomponen, un proceso que se relaciona con la desaparición gradual de su fuerza vital. Para contrarrestar la descomposición, la humanidad ha desarrollado numerosas técnicas: curar, fermentar, encurtir, congelar y demás. Y dado el vasto espectro de las redes mundiales de distribución de alimentos, estas técnicas se han vuelto crecientemente importantes. Pero dado que estas técnicas operan sólo en la forma física externa de la fruta, es cuestionable que tengan algún efecto en retener la vitalidad.

Este reconocimiento de la importancia de la frescura de los alimentos se evidencia en una serie de tendencias de la sociedad –el aumento del vegetarianismo y el veganismo, el incremento en agricultura orgánica y biodinámica, los mercados de granjeros, la idea de alimentarse exclusivamente con productos de la bioregión correspondiente (o al menos de minimizar el número de millas aéreas que han viajado), y el movimiento de ‘comida lenta’ que, junto con algunas de las cuestiones mencionadas antes, también aboga por prestar una cuidadosa atención a los ingredientes y las técnicas de preparación de la comida, y el ritual de comer en compañía. Y a medida que crece el interés en la espiritualidad, la gente empieza a pensar más profundamente sobre las implicaciones éticas de sus elecciones alimenticias, y acerca de las dimensiones más sutiles de la dieta.

A pesar de estas tendencias esperanzadoras, siguen existiendo grandes desafíos. Dado el intenso foco sobre la forma física externa que prevalece en la actualidad, lo que elegimos para dirigirlo a nuestros cuerpos ha cobrado una dimensión casi moral, hasta el punto en el que quienes están desequilibrados en su relación personal con la comida, como por ejemplo las modelos de ‘talla 0’, y los obesos, son vistos con desaprobación –aunquelas personas extremadamente delgadas son tratadas con más ambigüedad, puesto que existe una convención en gran parte de la cultura occidental que equipara la delgadez a la belleza. A medida que las energías entrantes de Acuario vuelven a la humanidad cada vez más consciente de sí misma, un materialismo prevaleciente identifica el yo con el cuerpo físico. De esta manera, la ‘imagen corporal’ se convierte crecientemente en una obsesión, y una dieta detrás de otra van proclamándose como la más sana, o la más efectiva para prevenir el cáncer; pero existen otros factores más sutiles que poco o nada se tienen en cuenta, como las condiciones pránicas o vitales en la región de aquellos que tradicionalmente ingieren esa dieta, que podrían influir en cómo es de efectiva. A pesar de que la persona media sabe ahora más que nunca de nutrición, la complejidad y variabilidad genética del organismo humano, acompañada de la enorme variedad de diferentes alimentos disponibles, vuelve dudosa cualquier afirmación categórica acerca de una única dieta correcta.

Sin embargo la elección de dieta es definitivamente un problema de riqueza. Sólo quienes pueden pagárselo tienen el lujo de seleccionar qué alimentos comen. En muchos países, existe poca o ninguna elección para los más pobres, y deben alimentarse de lo que puedan conseguir, les proporcione o no una dieta sana. Mientras tanto, se prevé que el gasto de EEUU en productos de régimen habrá aumentado a 54 mil millones de dólares para 2009; y que, a pesar de esto, para entonces casi el 70% de las personas tendrá sobrepeso o sobrepeso severo (obesidad)1, una tendencia que los estudios han relacionado con un mayor consumo de ‘comida rápida’. El porcentaje de personas con sobrepeso está también creciendo en Europa occidental. Este incremento va acompañado de un aumento de las enfermedades vinculadas con la obesidad, como las enfermedades coronarias y la diabetes de tipo 2, colocando así un peso aún mayor en los sistemas de seguridad social de manera que incluso cuando los seres humanos pueden elegir, la sabiduría de su elección es dudosa. Según parece, lo que hace que fracasemos una y otra vez al intentar seguir una dieta y que fantaseemos respecto a una píldora o poción de ‘solución rápida’ que no requiera ningún esfuerzo, es un problema de deseo incontrolado.

El desafío para todos es encontrar una relación correcta con la comida. Una regulación disciplinada del deseo y cierta dosis de sentido común, junto con prestar la atención debida a la condición del organismo, deberían permitir al individuo cumplir con su responsabilidad de alimentarse; pudiendo entonces participar efectivamente en las cuestiones sociales más amplias que asegurarán un compartir correcto de los recursos alimenticios del mundo.
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1: Fuente: www.foodnavigator.com/news/ng.asp?id=65804-obesity-weight-low-fat

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