A medida que los rápidos sistemas de comunicación han aumentado su velocidad y capacidad, una consecuencia natural ha sido una mayor accesibilidad a información que previamente había permanecido oculta y la oportunidad de diseminarla a todos los rincones de la tierra. Con un único y fácil click en el teclado del ordenador, información que puede tener consecuencias importantes y duraderas queda al alcance de todos. Esto demuestra el poder de la información y naturalmente hace que surjan preguntas en cuanto a discernimiento y responsabilidad. ¿Debería distribuirse la información extensa y libremente por el interés del bien común? ¿O se sirve mejor al bien común manteniendo la privacidad y la confidencialidad? ¿Debemos acoger esta tendencia general a divulgar como heraldo de una nueva era de transparencia basada en el “derecho a saber” y la libertad de expresión, o desacreditarla como el fin de la privacidad, la confianza y la confidencialidad?

Existe mucho debate en cuanto a qué se debe y no se debe revelar, qué compromete la privacidad y la seguridad individual, la seguridad nacional e internacional, y qué socava la libertad periodística. Los motivos tras los actos de divulgación son a veces indeterminables, y las consecuencias inmediatas de publicación pueden enturbiar el asunto revelado y la perspectiva a largo plazo, pero el debate en cuanto a qué sirve al mayor bien para el mayor número de personas está agudizando el discernimiento de la humanidad, ampliando su perspectiva y profundizando su sentido de responsabilidad. Considerándolo todo, sean cuales sean los beneficios y perjuicios de cada acto de divulgación, nos hemos adentrado en una era en la que “todo está siendo gritado desde los tejados”, dejando pocas opciones aparte de lidiar con las crisis creadas por la revelación, y tendremos que adaptarnos en consecuencia.

Ahora que tenemos los medios para una divulgación global, es previsible que el número de divulgaciones aumente, sean actos de servicio o de subversión. Así que, si damos esto por sentado, ¿cómo va a adaptarse la familia humana a una exposición cada vez mayor, y a dónde conduciría a largo plazo? Dejando de lado lo bueno y lo malo de cada acto de divulgación, desde una perspectiva mayor, ¿pudiera ser que todo esto formase parte de un confuso proceso de redención en el que aspectos del subconsciente de la humanidad estarían empezando a salir a la superficie de la consciencia racial para ser reconocidos? ¿Es este proceso el precursor esencial de poderosas divulgaciones de tipo espiritual? La historia es testigo del efecto devastador que pueden ejercer poderosas verdades y principios religiosos cuando impactan sobre una psique impura. Tales verdades pueden conducir a una malinterpretación, al fanatismo y al conflicto debido a la incapacidad de asimilarlas y expresarlas correctamente. Ello explica por qué las convulsiones morales deben producirse antes de una iluminación de cualquier tipo. En las profundidades de la psique de la humanidad parece estar produciéndose este tipo de proceso curativo.

En las enseñanzas de la Antigua Sabiduría, una vieja ley de la curación lo resume así: “La perfección atrae a la imperfección a la superficie. Lo bueno siempre expulsa a lo malo de la forma del hombre en el tiempo y el espacio”. Ello no significa que cualquiera que divulgue información vaya a ser colocado sobre un pedestal como ángel de redención, porque eso requeriría motivos completamente puros y abnegados, lo que es raro; muchos actos de divulgación son imprudentes y a veces se sitúan en el límite de la anarquía. Lo más habitual es que el divulgador no sea más que un peón en un proceso mucho mayor mediante el cual salen a la luz facetas de la consciencia humana para ser examinadas y desechadas - cuando sea necesario- como paso previo a la recepción y anclaje de principios espirituales más elevados en la raza humana. Las fases psicológicas de este proceso de curación son crisis, tensión y emergencia. Esto puede verse en la siguiente secuencia de acontecimientos – la crisis de divulgación engendra tensión con la ráfaga de actuaciones que se emprenden para limitar daños, y deliberación en cuanto a qué curso de acción debe tomarse para garantizar que no vuelve a suceder. Existe una extensa protesta y debate público y, por imperceptible que haya sido en su momento, está emergiendo un ligero cambio en el sentido de valores hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero.

La Antigua Sabiduría enseña que la verdad espiritual oculta se revela cuando la consciencia receptora resuena en armonía con ella, pero hasta ese momento tiene que retenerse por la seguridad del posible receptor. Aunque todos los secretos espirituales llegarán eventualmente a conocerse, el momento debe ser el adecuado. Qué se revela y qué se retiene, cuándo hablar y cuándo permanecer silente es la habilidad en acción que hay que adquirir cuando se comparte cualquier tipo de información con otros. Vivimos tiempos en los que la gente se está volviendo más sensible e intuitiva, y si aceptamos la idea de una telepatía de masas como posibilidad evolutiva, ¿cuáles serían las consecuencias de que cada uno fuese capaz de percibir correctamente, o incluso de leer, los pensamientos de otro? Es evidente que nuestros motivos secretos y nuestras intenciones se conocerán, así que necesitamos regir nuestros pensamientos, palabras y obras en su origen. Esto se logra mediante la condición de inofensividad. Como continúa la antigua ley de curación a la que nos hemos referido antes: “El método utilizado por el Uno Perfecto y el que emplea lo Bueno es la inofensividad. Esta no es negativa, sino una actitud perfecta, un punto de vista completado y una comprensión divina”.

A medida que las crisis de divulgación se intensifiquen, la humanidad deberá aprender la lección de la inofensividad. Porque es esta cualidad la que vitaliza la mente discriminadora y la que eventualmente nos conducirá de la oscuridad a la luz, hacia un futuro radiante. Las revelaciones del tipo más elevado y espiritual podrán entonces descender, permitiendo que el potencial evolutivo de la humanidad se desarrolle adecuadamente.

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