La movilización de la buena voluntad está estrechamente unida al poder de la opinión pública. Posiblemente existan muchas razones para vincular la buena voluntad con la opinión pública, pero una que destaca sustancialmente en relación con los tiempos actuales es que no podemos contar con nuestros líderes, especialmente en el gobierno, para que resuelvan todos los problemas mundiales. Los temas son tan omnipresentes y de tal importancia crítica que la resolución de los problemas reside nada menos que en la transformación de la consciencia humana. Y eso no puede producirse con la aprobación de unas pocas, o incluso de muchas, leyes; ni puede producirse exclusivamente mediante la redacción de tratados y acuerdos o recurriendo a la acción de las fuerzas policiales y militares. Además, la naturaleza de la política implica que nuestros funcionarios electos estén sometidos a la presión que ejercen sus electores y el proceso electoral en sí. Esto significa que la opinión pública tiene un gran poder y responsabilidad a la hora de determinar la dirección del gobierno.

Una opinión pública informada requiere libertad de expresión, la plena participación de la ciudadanía, y la inclusión de distintos puntos de vista. Pero, a la vez, la opinión pública debe reposar sobre unos cimientos basados en la verdad. Como el ya fallecido senador americano Patrick Moynihan dijo una vez, todos tienen derecho a una opinión personal, pero no a un conjunto de datos personales. La verdad es a veces multidimensional, y en estos tiempos de polarización compete a todos los participantes en el discurso público recordar que los matices y la complejidad de pensamiento pavimentan el camino al reconocimiento de la simplicidad esencial que es la Verdad pura –una simplicidad a la que se llega por la ancha avenida de un punto de vista inclusivo, y no por un camino angosto limitado por la miopía del fanatismo.

“Dí lo que piensas, y piensa lo que dices”, dice un conocido refrán. Pero a esto hay que añadir el recordatorio de que el debate público depende de una atmósfera de respeto por aquellos que sustentan puntos de vista diferentes y la negativa a ceder a una mentalidad que ve todo conflicto y crisis como un “Armagedón” de magnitud apocalíptica. Para los ciudadanos aún entre nosotros que recuerdan la Guerra Mundial, la atmósfera actual bien podría parecer haber descendido a la hipérbola, tal es la naturaleza de la actual opinión pública. La demonización de quienes sustentan puntos de vista opuestos, el vitriolo y las amenazas no precisamente veladas caracterizan excesivamente el discurso público de la actualidad.

Un aspecto positivo del movimiento medioambiental es que ahora existe un extendido reconocimiento de la amenaza que supone para el medioambiente la intrusión de elementos tóxicos. Ahora, la humanidad necesita reconocer que la toxicidad también puede invadir la atmósfera mental y emocional, envenenando los reinos en los que se forman los pensamientos y sentimientos, y creando una penetrante atmósfera tóxica en la que pueden medrar la inestabilidad emocional y la ignorancia.

“Sé impecable con tu palabra” –así dice uno de “Los cuatro acuerdos”, propuestos por Don Miguel Ruiz. Habla con integridad, di sólo lo que piensas, asegúrate de que pasa la prueba de la veracidad en la medida de lo que puedes percibir, y habla con un inquebrantable reconocimiento de la humanidad esencial que nos une a todos. “Unir aquello que ha sido separado” es la sentida aspiración de todas las personas de buena voluntad hoy. Es una respuesta a la energía de síntesis entrante y no admitirá ser rechazada –ni por el terrorismo o por el odio, ni por la violencia o por el miedo. Todos podemos someter las opiniones que tenemos a un examen escrupuloso conducido a la luz de la buena voluntad y al amor a la verdad. Todos podemos entrenarnos para expresar nuestros pensamientos con un lenguaje capaz de someterse al examen de la razón y la comprensión, más que de fortalecer las barreras de la suspicacia, la crítica y el orgullo –esa queda vocecita en nuestro interior que dice “¡Tengo razón! ¡Sé que tengo razón!” Esos son los indicadores que señalan el espejismo, y actúan como una fuerza mortífera contra el crecimiento de la buena voluntad, tan necesaria en estos tiempos de transición.

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