Imagine un mundo en el que es posible estimar el valor monetario total de todos los recursos materiales del planeta. Luego, en combinación con datos precisos de población, a cada nuevo niño se le concede la propiedad de la parte equitativa que le corresponde al nacer – una siete billonésima parte de la totalidad mundial de titanio, huevos, té, etc. Y puesto que ciertos recursos como el titanio requieren la colaboración de otros para ser utilizados colectivamente en beneficio mutuo, ese mundo es predominantemente de propiedad grupal. A cada grupo o compañía sólo se le permite operar con esa parte de los recursos del mundo asignados a sus miembros, aunque puede negociar sus derechos con otros para realizar operaciones con otros recursos. Los límites máximos están fijados, de manera que cualquier empresa no puede adquirir los derechos, ya sea a través de su propia magnitud inherente, o mediante el comercio, a más de un porcentaje acordado de cualquier recurso. Y si cualquier empresa es incapaz de demostrar que está aplicando los recursos que le han sido asignados para el buen uso planetario, lo que implicaría necesariamente la justa redistribución de cualquiera de los recursos propios, o de los productos basados en ellos, entonces su derecho a existir para ese propósito se revoca.

Los detalles de semejante estructura mundial imaginaria podrían elaborarse sin cesar, pero la pregunta es, ¿este mundo, libre de la herencia de acumulaciones anteriores de riqueza o poder, o de la contingencia geográfica afortunada, sería un lugar más justo y más feliz para vivir? Curiosamente, a pesar de que la visión parece abrazar la idea de la "humanidad una”, tiene un trasfondo inquietante, algo parecido a un “gran hermano" benévolo en el que se siente que el espíritu de compartir, la buena voluntad y las relaciones humanas justas se ven eclipsadas por un examen y control excesivo del aspecto material del planeta. Tal vez el problema clave sea que la visión realmente no aborda el concepto de la propiedad en sí. Mientras nos aferremos a la idea de que tenemos derecho a posesiones materiales propias con demasiado rigor - ya sea un pedazo de tierra, una casa, un automóvil, petróleo, gas y minerales de la tierra, un negocio, etc , ¿no es probable que la especie humana continúe estando atada y encerrada en el mundo material? Un enfoque demasiado intenso en la ‘propiedad’ puede inhibir el espíritu de compartir, especialmente cuando tiene que ver con grandes cantidades de riqueza material (dinero y ganancias). Y esto tiende a producir más separatividad. La voluntad de compartir se desarrolla gradualmente a medida que la conciencia humana se libera del control de las fuerzas materiales. Por lo tanto, mientras la humanidad tenga que continuar utilizando la sustancia del mundo material y extrayendo la belleza que contiene, ¿continuaremos poseyéndola a toda costa? Seguramente esto sólo puede impedir hacer realidad el objetivo espiritual de compartir.

Dado el ingenio humano, y el creciente poder de la tecnología para recoger, almacenar y procesar datos, no está fuera de nuestro alcance intelectual ir en dirección a este mundo imaginario, pero sin duda estaríamos poniendo el carro delante del caballo. Si el espíritu de buena voluntad estuviera vivo en la mayoría de la raza humana, entonces posiblemente podría funcionar, pero igualmente, si el espíritu de buena voluntad estuviera activo dinámicamente, no se necesitaría en primer lugar el sistema. Un compartir justo concierne a los recursos generales del planeta más que al examen minucioso y a la distribución de cada recurso. Imagine el arduo trabajo de controlar cada recurso mundial, muchos de los cuales están fluctuando continuamente o están siendo transformados, introduciendo la información en ordenadores centrales para calcular los porcentajes y la parte exacta. Tome una selección aleatoria de recursos tales como el titanio, el té y los huevos mencionados anteriormente. El titanio y otras riquezas minerales pertenecen a la Tierra; son "bendiciones de Dios", son recursos que sólo se encuentran bajo esa parte de la superficie de la Tierra que algunos países afortunados ocupan en la actualidad, y esta casualidad se interpreta como propiedad, y aquí es donde radica fundamentalmente el problema. Los huevos y el té son cultivos, por así decirlo –cultivados o cuidados por los seres humanos y por lo tanto es más razonable considerarlos propiedad de quienes los han plantado y cuidado. Otro problema es que el reparto de los recursos por el tamaño de la población parece cuestionable, porque podría interpretarse equivocadamente como si se estuviera promoviendo la expansión de la población - más bebés es igual a más riqueza.

A medida que exploramos más una visión que inicialmente podría ser atractiva para las personas de buena voluntad, empezamos a ver multitud de problemas que surgen cuando se persigue algo más que una distribución general de los recursos del mundo para aliviar el hambre y la pobreza. La dinámica de la buena voluntad eleva el foco de la atención más allá de toda esta complejidad hacia la cualidad de las relaciones humanas y los reinos espirituales en lugar de las matemáticas de la propiedad de esto y aquello en el mundo material.Además, el espíritu de buena voluntad contiene un impulso hacia el sacrificio que hace que no haya preocupación por tener la parte equitativa de las “cosas”, sino que se desarrolla sirviendo a los demás y estimulando la cualidad espiritual en todas las relaciones en todos los reinos de la naturaleza. Por lo que al planeta se refiere, esto señala el camino a salvaguardar más bien que a poseer. Un ejemplo de una nación que demostró este espíritu de buena voluntad, fue la respuesta de Noruega hace unos veinte años al descubrimiento de vastos campos petrolíferos en su territorio del Mar del Norte. En lugar de repartir la riqueza resultante a cada Noruego, Noruega, una sociedad que antes era bastante pobre en comparación con los otros países Escandinavos, ha utilizado grandes cantidades de su nueva riqueza para ayudar a otros países. Per cápita, Noruega es la nación más generosa de la Tierra en términos de ayuda exterior. ¡Qué ejemplo inspirador da Noruega al mundo, como una luz que brilla contra la matriz oscura de la codicia y el acaparamiento material!. Es de esperar que otras naciones reciban y sigan la luz y, como consecuencia, cambien su comportamiento. Este espíritu de compartir, que se eleva por encima de la propiedad, es sin duda la única manera de abordar problemas importantes del mundo tales como la contaminación, el calentamiento global y el problema de la reducción de las selvas tropicales.

Cualquier visión del futuro tiene que basarse en el punto en el que la humanidad se encuentra ahora y en el siguiente paso pragmático a tomar. A veces las crisis graves o la escasez producen un cambio repentino en el pensamiento y las actitudes y exigen un enfoque totalmente nuevo. A través de la actual crisis planetaria, el espíritu de buena voluntad está siendo activado y la humanidad está aprendiendo que las soluciones sólo se pueden encontrar sobre la base de la colaboración y el compartir. La buena voluntad afirma que en lugar de que cada persona posea su propio trocito del planeta, la humanidad en su conjunto debe salvaguardar la tierra, y mientras que lo esencial debe ser compartido por todos sin excepción para mantener una buena salud, el enfoque siempre está en las cualidades invisibles e intangibles del alma. Sólo entonces entendemos que compartir es la forma básica en la que circula la energía para crear y afianzar las relaciones. Compartir el aire que respiramos, el agua que bebemos, la trama etérica que une todas las formas, es la expresión de la Vida Una que nos anima a todos.

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