La movilización de la buena voluntad está estrechamente vinculada con el poder de la opinión pública. El Maestro Tibetano hizo hincapié repetidamente en este punto cuando asentaba las bases para la actividad de servicio que ahora conocemos como Buena Voluntad Mundial. Puede haber muchas razones para vincular la buena voluntad con la opinión pública, pero una sobresale en especial en estos tiempos y es que no podemos contar con nuestros líderes, en particular con el gobierno, para resolver todos los problemas mundiales. Las cuestiones son tan generalizadas y de tal importancia crítica, que la resolución de los problemas radica nada menos que en la transformación de la conciencia humana. Y esto no puede llevarse a cabo sólo por la aprobación de algunas leyes, o incluso de muchas, ni puede ocurrir únicamente a través de la elaboración de tratados y acuerdos, o reforzando la policía y las fuerzas militares. Por otra parte, la naturaleza de la política es tal que nuestros políticos están sujetos a las presiones ejercidas por sus electores y por el proceso en sí. Esto significa que la opinión pública tiene un gran poder y responsabilidad en determinar la dirección del gobierno.

Una opinión pública informada exige libertad de expresión, plena participación de la ciudadanía y la inclusión de diferentes puntos de vista. Pero al mismo tiempo, la opinión pública debe descansar sobre un fundamento basado en la verdad. Como el difunto Senador estadounidense Patrick Moynihan dijo una vez, toda persona tiene derecho a su propia opinión, pero no tiene derecho a su propio conjunto de hechos. La verdad tiene a menudo múltiples dimensiones, y en estos tiempos de polarización corresponde a todos los participantes en el discurso público recordar que los matices y la complejidad del pensamiento, preparan el terreno para el reconocimiento de la simplicidad esencial que es la pura Verdad. Una simplicidad alcanzada por la amplitud de un punto de vista inclusivo, no por el camino estrecho y confinado por la miopía del fanatismo.

Como reza el dicho: "Di lo que piensas y haz lo que dices." Pero a ello habría que añadir el recordatorio de que el debate público depende de un ambiente de respeto para aquellos que tienen puntos de vista diferentes, y la negativa a ceder a una mentalidad que ve todos los conflictos y crisis como "Armagedon", como un Apocalipsis de magnitud. Para los ciudadanos que todavía recuerdan la Guerra Mundial, el actual ambiente bien puede parecer haber descendido en hipérbolas, tal es la naturaleza de la opinión pública. La demonización de aquellos que sostienen opiniones contrarias, la virulencia y las no tan veladas amenazas, caracterizan con demasiada frecuencia el discurso público de hoy día.

Un aspecto positivo del movimiento ecologista es que ahora hay un amplio reconocimiento de la amenaza que representa para el medio ambiente la intrusión de elementos tóxicos. Ahora, la humanidad debe reconocer que la toxicidad puede penetrar la atmósfera mental y emocional, envenenando los reinos en que los pensamientos y los sentimientos se forman, creando una atmósfera penetrantemente tóxica, en la cual la inestabilidad emocional y la ignorancia pueden prosperar.

"Sé impecable con tus palabras" - como dice uno de "Los Cuatro Acuerdos". Habla con integridad, di sólo lo que quieres decir, asegúrate de que resiste la prueba de la verdad y habla con el inquebrantable reconocimiento de una humanidad esencial que nos une a todos. "Unir lo que ha sido separado" es la sincera aspiración de todas las personas de buena voluntad de hoy. Es una respuesta a la energía entrante de síntesis y no será negada, ni por el terrorismo o el odio, ni por la violencia o el miedo. Todos podemos someter los puntos de vista que tenemos a un escrupuloso examen, realizado a la luz de la buena voluntad y el amor a la verdad. Todos podemos entrenarnos por expresar nuestros pensamientos con un lenguaje que pueda rendirse a las pruebas de la razón y el entendimiento, en lugar de fortalecer las barreras de la desconfianza, la crítica y el orgullo – esa pequeña y tranquila vocecilla que dice: "¡Yo tengo razón, sé que tengo razón!" Estos son los signos reveladores del glamour y actúan como una fuerza letal para el crecimiento de la buena voluntad, tan necesaria en estos tiempos de transición.

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