Desde los albores del tiempo, la humanidad ha estado a merced de los desastres naturales. Terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, hambrunas, plagas y tormentas han sido una omnipresente amenaza. Incluso ahora, con las observaciones globales por satélite y las sofisticadas redes de sensores basados en tierra, continuamos estando lejos de poder predecir o controlar la mayor parte de estos eventos. Pero nuestros modernos sistemas de comunicación y transporte nos da una ventaja importante sobre el pasado: nuestra capacidad de responder, de reparar el daño y sobre todo, de ayudar a las víctimas, es ahora mucho más rápida y más exhaustiva. Sin embargo, hay diferencias en esta respuesta de un desastre a otro, que vale la pena considerar.

Podemos distinguir entre dos aspectos de respuesta, proactiva y reactiva. Algunos desastres no permiten una respuesta proactiva porque son inesperados y breves, mientras que otros, tales como las hambrunas, las enfermedades epidémicas y algunos eventos climatológicos extremos, pueden ser mejorados si las medidas proactivas se empiezan tan pronto como son detectados. Este aspecto de la actividad humana ha mejorado también en la edad moderna, ya que la mente humana ha crecido en capacidad y adaptabilidad, expresándolo a través de adelantos en la predicción y la detección.

Otra dimensión de respuesta al desastre hace referencia a la causa raíz. Un desastre que es causado solamente por fuerzas naturales suscita compasión y ayuda universales. Pero cuando el elemento humano está involucrado, la respuesta se hace más complicada, ya que hay una tendencia natural a preguntar “¿Quién es el responsable?”, lo cual puede distraer de enfocarse en las víctimas. El ejemplo reciente de las inundaciones de lodo tóxico en Hungría ilustra la diferencia. En el momento de escribir esto (Octubre de 2010), todavía no está claro si la negligencia contribuyó al desastre. Pero no hay duda de que la responsabilidad de fabricar el lodo y concentrarlo en un sitio, creando así la posibilidad de una liberación desastrosa del mismo, incumbe a las acciones humanas. Estas acciones reflejan el deseo de intervenir en la naturaleza para mejorar la vida humana. Pero estamos aprendiendo, a través de dolorosas lecciones como éstas, que el coste a la naturaleza, de la cual la humanidad es parte integrante, puede a menudo ser demasiado elevado. Necesitamos considerar formas de moderar nuestros deseos y aumentar nuestra vigilancia y cuidado cuando intervenimos, de forma que podamos convertirnos en verdaderos cuidadores del planeta. Haciendo esto, volviéndonos proactivos a escala planetaria, deberíamos ser capaces de prevenir en el futuro tales tragedias con un componente humano.

Otro factor que condiciona la respuesta a los desastres, es su escala. Esto se refiere no solamente al número de personas y al tamaño del área afectada, sino también a la duración del desastre. Es natural que los desastres a gran escala tiendan a provocar una respuesta más global. Sin embargo, es posible notar una diferencia entre la respuesta al Tsunami del Océano Índico en 2004 y las inundaciones en Pakistán en 2010, ambas causando una inmensa devastación (aunque afortunadamente, hubo mucha menos pérdida de vidas en Pakistán). En el caso del Tsunami, hubo una enorme respuesta global de donaciones, tanto por parte de las naciones como de los ciudadanos. Sin embargo, a pesar de una estimación de la ONU de que más de 21 millones de personas habían sido afectados por las inundaciones en Pakistán, y a pesar de que el Secretario General de la ONU dijo que era el peor desastre que jamás había visto, el flujo de ayuda ha sido lento. El sitio web de la ONU reliefweb.int1 que monitoriza el grado de respuesta a los requerimientos de ayuda humanitaria internacional, muestra que a mediados de Octubre 2010, más de dos meses después del evento, la ayuda total recibida para las inundaciones se mantiene en solamente el 34% de la ayuda solicitada. Una posible razón de esta más débil respuesta, sea el hecho de que este desastre se desplegó durante un período de tiempo, faltando así el drama de un evento súbito que inmediatamente genera una respuesta emocional al sufrimiento humano.

Esta referencia a la respuesta emocional llega al corazón de las relaciones humanas con los desastres. Sabemos que presenciar el sufrimiento de otro, produce una compasión inmediata y un impulso de ayudar. Sin embargo, también sabemos que una excesiva exposición al sufrimiento puede causar el llamado “cansancio de compasión” (un nombre equivocado, como veremos después). Ambos hechos indican que la respuesta humana al sufrimiento es generalmente una respuesta emocional, reactiva. Pero, ¿es suficiente?. ¿Puede una respuesta emocional ayudarnos a responder adecuadamente a las raíces más profundamente arraigadas de los desastres? Como Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon comentó en el Día de la Reducción de los Desastres de la ONU (13 de Octubre): “Demasiadas personas viven en llanuras inundables y otras sobre líneas de fallas de terremotos. Algunos se asientan en torrenteras de áreas sin árboles, con poca amortiguación contra los elementos. El riesgo del desastre se acumula silenciosamente. Y, mientras que los peligros naturales amenazan a todo el mundo, los pobres son con mucho los más vulnerables”. Aquí puso su dedo en uno de los temas clave –la desigualdad- que la humanidad debe enfrentar si seriamente va a mitigar los desastres. Si los individuos y las naciones tienen recursos más adecuados, su capacidad para planificar, sobrevivir y reconstruir después de los desastres, aumentará. Un ejemplo trágico reciente se encuentra en el terremoto de Haití de 2010. En Chile hubo un terremoto aún más fuerte en el mismo año, y sin embargo, el número de víctimas de Chile fue mínimo en comparación. Una razón importante de esto, es que Chile, a diferencia de Haití, tiene fuertes códigos de edificación y también, de forma crucial, los recursos para implementarlos.

Abordar la desigualdad no es una meta que se preste tan rápidamente a una respuesta emocional como ayudar a las víctimas de un desastre. No obstante, algunas personas han argumentado que deberíamos pensar en temas tales como la malaria, las elevadas tasas de mortalidad materno-infantil, y otros problemas que están por lo menos parcialmente enraizados en la pobreza y la desigualdad, como los desastres, aunque con un movimiento lento y ampliamente dispersados. Verdaderamente, las Metas para el Desarrollo del Milenio de la ONU, pueden ser consideradas como un intento significativo de enfocar esta visión en una serie de metas sencillas, identificables. La realización de estas metas requiere más que solamente una compasión emocional reactiva, pero también un planteamiento considerado y cuidadoso –la “pro-actividad” o previsión de la mente. E incluso más allá de esto, requiere la aplicación persistente y constante de la buena voluntad. La buena voluntad es la compasión llevada a la práctica, la expresión decidida del amor del alma, que es incansable. La respuesta emocional a los desastres puede tomarnos solamente una parte del camino; la respuesta característica de las organizaciones de ayuda, con su inteligente reconocimiento de prioridades, aún más respaldadas por el principio de buena voluntad, combina la mente y el corazón para obtener un efecto superior, ya que es un patrón que todas las personas de buena voluntad pueden esforzarse a emular. En el futuro, a medida que las energías del alma se refuercen en la humanidad, visualizaremos una respuesta verdaderamente intuitiva a los desastres –un reconocimiento inmediato del significado/importancia de un evento en el contexto global y una respuesta perfectamente calibrada en términos de ayuda inmediata, reconstrucción a medio plazo y prevención/mejora de eventos futuros a largo plazo. Entonces, todas las naciones y grupos de personas, menos sobrecargadas por el miedo del desastre, pueden ser elevadas para hacer su propia distintiva contribución a la totalidad.

1. Reliefweb es parte de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, que juega un papel importante en el auxilio en los desastres globales.

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