Escudriñando la Voluntad

Ensayo

Pablo Nichiporuk

Una de las cuestiones más recónditas que siempre ha intrigado al ser humano es la energía propulsora de toda la existencia —en suma, la existencia en sí—, y no solamente de la suya y de todo lo que está en su entorno, sino también del universo entero. Los grandes pensadores que han surgido a lo largo de la historia de la humanidad la han denominado con varios nombres; solo por citar algunos que se han empleado en el hemisferio occidental, por ejemplo: la «Cosa en sí», la «Voluntad», «Dios» y muchos otros dioses de diversos nombres. En las filosofías del Oriente, para referirse a ella se usaron con frecuencia términos del sánscrito.

Para nuestra consideración, aquí utilizaremos la denominación la «Voluntad», escribiendo con mayúscula, como nombre propio, pero tan solo con el objetivo de diferenciarla de la voluntad humana, y no de personificar una divinidad. Además, no hemos, bajo ningún concepto, de equipararla con nuestra voluntad, o eso que nosotros denominamos como tal, aunque sea un pálido trasunto de ella en algunas de sus características.

¿Pero cómo debemos abordar un asunto que la mente humana no posee la capacidad de comprender? Pues, uno de los métodos sería observar y describir los efectos que ella produce en los niveles material, emocional y mental.

Entonces, ¿qué es eso de la «Voluntad»? Quizás sea tan solo algo así como una especie de sonda, a través de la cual algo opera en nuestra dimensión. Ante todo, es patente que hay algo que proporciona la energía necesaria para que una estructura material pueda vivir. Esto nos parece lógico cuando observamos a un ser vivo, «vivo» en el sentido corriente: «está vivo» y de un segundo a otro «está muerto». A pesar de nuestra experiencia cotidiana con este hecho, eso es un misterio para nosotros. Más allá de la expresión «está muerto», no logramos formarnos una idea de eso, exceptuando algunas imaginaciones que las religiones han forjado y nos han inculcado, que, al fin de cuentas, también muestran tan solo desconocimiento.

Pues bien, analizando imparcialmente, se podría decir que la Voluntad «quiere» tener experiencias en la materia, que ella anhela; y para tal fin se vale de la materia que existe en la dimensión por la que se ha decidido, o utiliza la que se halla en un determinado hábitat. Entonces, ella acumula la materia necesaria, la ordena en estructuras apropiadas a través de la cual pueda vivir, experimentar; es decir, ella construye una que le sirva de vehículo y de instrumento para sus propósitos. Consecuentemente, cuando vemos una forma estructurada, estamos viendo, en definitiva, la Voluntad. Y según podemos observar en nuestra naturaleza, ella pone en orden la materia generalmente según principios geométricos. Además, adopta las más variadas formas y estructuras y habita prácticamente en todos los lugares. Podemos decir que la singularidad se manifiesta a través de la pluralidad.

¿Y cuáles son los objetivos de la Voluntad?, bien podríamos, otra vez, atrevernos a preguntar. Aquí también vamos a aventurarnos a expresar una idea al respecto. Así pues, el mundo de la materia vino a la existencia para que esa Voluntad tomara conciencia de sí misma. Dicho esto de otro modo, la Voluntad llega al autoconocimiento a través de la objetivación. Sin embargo, la esencia de la existencia de la Voluntad consiste más en el querer que en el conocer, y el recurso del que más se vale para ello es la ley de acción y reacción. La autosupresión de la Voluntad de vivir proviene del conocimiento. Esto bien podría ser el misterio de la «redención». 2

Para poder lograr este fin, ella necesita de medios, y en nuestra dimensión existencial el cuerpo humano constituye un instrumento perfecto para ello; en realidad, es su obra maestra en esta dimensión. Así pues, el cerebro, el intelecto y la mente son meros instrumentos al servicio de la Voluntad. El cerebro, con su función del conocer, no es otra cosa que una vigía apostada sobre la cabeza, como una atalaya, para lograr sus objetivos. El cerebro es la antena de la Voluntad; los sentidos son las antenas del cerebro, que otean el entorno, al acecho de la información provechosa para ella, para que pueda decidir con arreglo a lo que recibe. Por consecuencia, podríamos expresar metafóricamente que el intelecto es la linterna que alumbra los pasos de la Voluntad; dicho de otro modo, esta tiene que ser guiada por el intelecto.

En correspondencia con lo expuesto previamente, añadimos: El conocimiento es la conciencia de otras cosas, y tiene su origen en la Voluntad, pertenece a la esencia de los niveles más altos de la objetivación de esta, puesto que el conocimiento ofrece la posibilidad de suprimir «el querer», es decir, de adquirir la libertad, y de esta manera poder «salvarse»: es el Camino de Retorno. «Y conoceréis la verdad y la verdad os libertará».

Anteriormente hemos dicho que la Voluntad ordena la materia según principios geométricos. A fin de poder hacernos una somera idea de la Voluntad, analicemos ahora ciertos aspectos idiosincráticos del ser humano. Podemos decir que para este —aunque no los tenga presente conscientemente—, los conceptos del Bien y el Mal, de lo Bello y lo Feo expresan orden y desorden, respectivamente. Sabemos que el cerebro considera algo, o a alguien, como «bello» cuando las dimensiones de su estructura y de su forma están en relación proporcional y simétrica, es decir, según principios geométricos. Estos conceptos del Bien y del Mal son interpretaciones desde un punto de vista emocional, criterios aún necesarios para el nivel en el que se hallan la mayoría de los seres humanos, es decir, para su nivel de comprensión.

También nos asalta la curiosidad de saber dónde está ubicada la Voluntad en el cuerpo humano, si tiene realmente un sitio definido o está difundida por todo el cuerpo y si actúa por medio de determinados órganos y, asimismo, en cuál de las dimensiones se halla, de las que el ser humano está compuesto. Desde antaño, en todas las religiones del mundo se ha dicho que el corazón es la «morada de Dios». Esta expresión hace suponer que el corazón sea el asiento de la Voluntad. Todo lo que en un amplio sentido es cuestión de la Voluntad, como el deseo, la pasión, la alegría, el dolor, la bondad, la maldad, la ira, etc., todos estos son impulsos anímicos de la Voluntad. De esta manera, y a través de estos, ella se manifiesta en nuestra dimensión existencial; o tal vez son los medios de los que se vale para impeler a la unidad denominada «ser humano», para que este realice su tarea. En la mitología griega, Eros era el dios del Amor, el principio creador del que derivaban todas las cosas; por lo tanto, Eros es la propia Voluntad de vivir. Animus es el principio vivificador, es la Voluntad.

Ahora analicemos la cuestión de la ascensión de Kundalini a la cabeza: ¿Qué es eso que se denomina con el término sánscrito ‘Kundalini’? ¿Y por qué y para qué debe subir a la cabeza? ¿Y si Kundalini fuese la Voluntad en su estado más puro que puede hallarse en la materia?

Tenemos el par «cabeza/corazón». El intelecto es mens [mente], nous, mientras que la Voluntad es animus [ánimo]. La cabeza y el corazón constituyen el hombre en sí. La energía que se halla en estado potencial aguarda que se den las condiciones propicias para manifestarse en la materia; y cuando estas se dan, es una fuerza que tiene una enorme capacidad de acción. Por esta razón, manejar la Kundalini es extremamente delicado y arriesgado; ella es una energía que debe ser procesada adecuadamente. Es imperativo saber lo que se hace. 3

Continuando con nuestro tema principal. ¿Y cómo aprende la Voluntad? ¿Cuáles son las condiciones que necesita para ello? Ahora observemos una constante en el universo: el movimiento. Todo está en movimiento. Sin este ingrediente, nada puede existir en el universo material; el movimiento es forzoso. A fin de poder existir en nuestra dimensión, la Voluntad mantiene todo en movimiento; ella impulsa la materia. Si no hubiera modificación o cambio, los elementos se «congelarían», volverían al estado potencial; y, consecuentemente, no ocurriría la creación de la realidad. Esto equivale a lo que se denomina con el término ‘experiencia’.

Veamos una correspondencia con lo que la física cuántica sabe hasta ahora al respecto: La partícula elemental se halla como función de onda, o sea, en estado potencial, y solo cuando una conciencia se posa sobre ella, se colapsa como partícula, es decir, comienza a existir en nuestra dimensión, se manifiesta en la materia. Para que pueda ocurrir esto, se necesita de una conciencia; por lo tanto, nosotros creamos nuestra realidad. De igual modo, la Voluntad también está en estado potencial; así pues, somos nosotros —una conciencia— los que manejamos esta energía. Pero este «nosotros» es solo una proyección de la Voluntad. Ella creó este «nosotros», este «yo»; y ahora este modifica a su creador, su propio origen.

En resumen: ¿Qué es la Voluntad? Solo podemos citar una serie de fenómenos que indican cómo ella se manifiesta: las voliciones humanas, el instinto, las fuerzas de la naturaleza, como la gravedad, la electricidad, las fuerzas que existen dentro del átomo, del núcleo; también hemos de destacar las así denominadas Leyes de la Naturaleza o las Constantes universales. Pero estos fenómenos no son la Voluntad en sí, sino solo las manifestaciones de cómo ella funciona y actúa.