Septiembre de 2010

Vivimos en un mundo lleno de normas y reglamentos al mismo tiempo que el espíritu humano anhela una mayor libertad de expresión. De qué forma podemos reconciliar estos dos factores opuestos sigue siendo una de las grandes preguntas de nuestro tiempo. En palabras del historiador romano, Tácito: "Cuanto más corrupto es el estado, más leyes hay." Una idea interesante para meditar respecto a la creciente complejidad de los sistemas judiciales de las sociedades modernas.

Aunque hay mucha corrupción, esta complejidad evidencia también otros fenómenos. La energía cinética de la raza humana está aumentando dramáticamente a medida que sus facultades mentales y emocionales se desarrollan. El ingenio humano está lanzando constantemente nuevas ideas e iniciativas y éstas necesitan ser reguladas para garantizar que no infrinjan los derechos de los demás. A su vez, estos derechos están en constante redefinición, haciendo necesarias nuevas leyes, normas y reglamentos. Hasta que las facultades espirituales superiores de la raza humana no se desplieguen y asuman el control de sus pensamientos, sentimientos y acciones, las complejas leyes hechas por el hombre seguirán siendo una necesaria imposición, simplemente para mantener cierta apariencia de orden público.

No sorprende sin embargo, que la creciente complejidad de la ley y el orden vayan acompañados por una rebelión contra cualquier autoridad. En los países desarrollados tecnológicamente, la voz de la opinión pública está más informada, segura de sí misma y más fuerte en consecuencia, lo que lleva, en la mayoría de los casos, a una mayor democratización de la sociedad. Pero frente a esto, la defensa de los derechos individuales y de menor importancia ha contribuido a obtener un foco excesivo en la letra de la ley con su efecto sofocante sobre la sociedad. Encontramos una cantidad desconcertante sobre lo que debe y no debe hacerse en la ley que se ocupa de cuestiones relativamente menores y delitos, mientras que los crímenes de mayor amplitud quedan impunes debido a la hábil manipulación legal. A medida que la ley es más compleja, también lo es el potencial para cuestionar una ley con otra y para defender delitos menores a través de cláusulas, lagunas y ofuscaciones.

Aunque quizás, esto es todo lo que cabe esperar en “el punto de encuentro" entre la antigua era de unos pocos privilegiados y la nueva era de los derechos universales en la que estamos entrando. Tal vez es un efecto secundario temporal del proceso de liberación que está teniendo lugar en todo el mundo a medida que la gente asume la autocracia, la corrupción y la injusticia. En los países no democráticos esto es motivo de regocijo y de hecho hay que admirar la valentía mostrada. Pero en las democracias del mundo, las libertades adquiridas a través de siglos de sufrimientos, conflictos y heroicos intentos, podría ser estrangulada por el insidioso crecimiento de una época de legislación.

Hace varios siglos, el filósofo Jeremy Bentham observó que: "toda ley es una infracción de la libertad". Pero la única salida a esta situación es la constatación de que la verdadera libertad sólo se encuentra cuando se busca activamente a través del servicio a los demás. En palabras de Alice Bailey: "la idea de libertad puede constituir por sí misma una prisión. No hay almas libres en ninguna parte, excepto aquellas que por libre elección se encarcelan y se encuentran en y por la ley del servicio." Si no queremos crucificar el espíritu humano en el enredo de la letra de la ley, tenemos que vivir más por su espíritu y dejar que nuestros pensamientos y acciones sean en nombre de la humanidad y no sólo para nosotros mismos. Nuestras acciones deben estar guiadas por la gran ley del amor, ese principio atractivo en el universo a través del cual las correctas relaciones en todos los niveles de la manifestación se construyen y sostienen. Sólo a través de las correctas relaciones puede fluir el amor de Dios sin trabas, a través de la creación y la verdadera libertad puede ser encontrada.

Las enseñanzas religiosas y filosóficas nos han proporcionado las leyes espirituales con las que vivir nuestras vidas. Tenemos el precepto de Cristo: "Amaos los unos a los otros" y el Noble Octuple Sendero del Buda para el correcto vivir y las correctas relaciones: los correctos valores, la correcta aspiración, la correcta palabra, la correcta conducta, el modo correcto de vivir, el correcto esfuerzo, el correcto pensar y el correcto éxtasis o alegría. Desde su primera expresión, estos simples principios se han hecho cruciales para el futuro de la humanidad y no tan sólo un ideal para el aspirante individual. ¿Pero estos preceptos son demasiado obvios, demasiado simples, para que la humanidad reconozca su poder como soluciones a los problemas mundiales?

En esencia, las leyes humanas son o deberían ser un reflejo de los principios espirituales, un medio seguro que contenga la energía que se libera del potencial de los grupos de personas, organizados y dirigidos para el beneficio común de todos. A medida que la humanidad aprende todavía a valorar el concepto del "beneficio compartido", en contraposición al "interés personal ", el aspecto organizativo se hace cada vez más complejo a fin de contener los elementos incontrolados que dañan al bien del grupo. Mientras los individuos traten de tomar más del grupo de lo que aportan, otros se verán privados de una parte equitativa de la energía del grupo. Esto conduce a la competitividad, a la falta de armonía, al vicio y consecuentemente a la enfermedad. La "Tragedia de los Comunes" es un claro ejemplo de esto.

Aunque Tácito determinó la corrupción del Estado romano por la cantidad de sus leyes, mirando a nuestro alrededor vemos una tendencia diferente en las muchas leyes y acuerdos internacionales de nuestro tiempo. Detrás de la letra de estos acuerdos, el movimiento hacia la integración y participación en el grupo es patente. En un mundo cuyos problemas son globales, existe un reconocimiento creciente de la necesidad de incluir todos los derechos: el de los individuos, las naciones y el de toda la humanidad. La necesidad de actuar conjuntamente frente a las preocupaciones compartidas, está acercando lentamente las leyes de las correctas relaciones al primer plano de la conciencia humana. En medio de la complejidad de los asuntos mundiales y el sufrimiento de sus pueblos, existen signos de que la Humanidad está despertando al espíritu de la gran ley: la simple ley de amarnos los unos a los otros.

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