EL DOLOR: protector, acicate y generador de vida

Publicado en The Beacon julio de 1976 y septiembre de 2002

Por M. E. Haselhurst

Benditos son los obstáculos, porque gracias a ellos crecemos.
(AUM, texto 284)

Con acierto se ha dicho que ciertos dolores se llaman penas sagradas. A través de ellas el espíritu asciende y no hay ninguna otra manera de hacerlo. No conocemos un solo caso en el que la consciencia pudo ascender sin dolores corporales.
(Agni Yoga, texto 235)

“LA UTILIDAD del dolor es múltiple y lleva al alma humana de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la liberación, de la agonía a la paz” (Discipulado en la nueva era, Vol.1, p. 621). Así lo expresó el maestro el Tibetano a un grupo de discípulos, iluminando una vez más el tema de la necesidad imperativa de elevar constantemente el punto de énfasis de la conciencia más allá de los tres mundos de la evolución puramente humana. Al reflexionar sobre sus palabras, poco a poco se hace evidente que ese dolor no es inherente tanto a la experiencia real sino a la actitud de quien sufre la experiencia.

Hay pocas dudas de que el dolor, como se percibe en el reino humano, está estrechamente relacionado con la mente. En el reino animal, el dolor es en gran medida físico, posiblemente con alguna coloración emocional, pero el hombre sufre física, emocional y mentalmente, estando el sufrimiento mental asociado con la memoria, la anticipación y la imaginación. Estos factores están presentes en muchas situaciones generadoras de dolor: uno recuerda dolores pasados y sufre proporcionalmente cuando se enfrenta con circunstancias o situaciones que se asemejan a lo que ya experimentó. O uno sabe, con conocimientos basados en información confiable, que ciertos factores producen dolor y, por medio de la imaginación, comienza a sufrir mucho antes de que se manifiesten los factores reales.

La memoria y la imaginación son elementos también presentes en el bastante aterrador dolor del remordimiento, que sin duda depende más de la cualidad espiritual de la persona que de la acción por la cual siente remordimiento. Un hombre con un fuerte sentido de justicia, por ejemplo, sufre intensamente cuando se hace consciente incluso de una leve injusticia cometida contra otro ser, mientras que alguien con una sensibilidad menos desarrollada prácticamente no siente nada.

El poder del dolor se agrava enormemente debido a las formas mentales construidas alrededor de él, lo que concreta la situación y las condiciones generadoras de dolor y las hace más duraderas. Teniendo en cuenta la máxima oculta según la cual “la energía sigue al pensamiento”, estas formas mentales se fortalecen a medida que la atención se centra en el dolor.

La conciencia centrada en la cabeza

Este elemento mental en la situación de dolor le fue contado con gran énfasis hace algunos años al autor de estas líneas, por parte un hombre que sufrió una afección severa de osteo-artritis en la cadera derecha, una aguda discapacidad física que lo obligó a hacer la mayor parte de su trabajo en un sofá. Aquella persona contó que por el persistente esfuerzo adquirió la capacidad de mantener la conciencia centrada en la cabeza. Al impedir que las sensaciones físicas se inmiscuyeran en sus pensamientos, logró ignorar en gran medida las sensaciones generadoras de dolor. Pero él indicó que esto se aplicó principalmente al dolor físico de larga data. Un dolor repentino o inesperado atraía su atención hasta el plano físico y entonces debía hacer un esfuerzo muy definido para centrar nuevamente la consciencia por sobre la situación de dolor.

Este esfuerzo definido puede hacerse a lo largo de las líneas de pensamiento que lleguen más fácilmente a cada persona. Un arquitecto probablemente encontrará su camino de ascenso esforzándose por traducir sus visiones de belleza funcional en la forma. El artista podría desprenderse del sufrimiento luchando con los problemas de la luz y el color. El poeta o el músico podrían elevarse por encima del dolor a través de las grandes olas del ritmo y el sonido. El místico y el ocultista, sean cuales fueren sus pasos directos, bien podrían culminar sus esfuerzos meditando sobre alguna ley o principio espiritual, quizás una verdad conocida y vivida mediante una práctica consistente. Un pensamiento simiente útil en este último tipo de esfuerzos es este: “Que la Realidad rija cada uno de mis pensamientos y que la Verdad sea el maestro de mi vida”.

Es esencial no meditar sobre el dolor en ninguna forma, ni siquiera negándolo, ya que esto implica prestarle atención al dolor. Aunque esto puede parecer alejado de situaciones reales, no es así en absoluto. Casi todos nosotros sabemos de algún ser querido que sufre dolor en algún grado, pero que lo ignora en su vida cotidiana, demostrando la cualidad del alma, aunque muchos de ellos sientan poca afinidad con la palabra “alma”. Y se sabe por experiencia directa que es bastante posible (no es fácil, pero es posible) a tomar por el cuello a este “Hermano Asno”, como llamaba San Francisco al cuerpo físico, y decirle que deje de gemir y se aplique a algo significativo. Sin embargo, es más creativo considerar al Hermano Asno como un cooperador activo en un esfuerzo meritorio. Entonces uno rige sobre sus reacciones automáticas y rara vez se siente decepcionado.

El dolor es un factor protector

Un punto útil por recordar es que el dolor es un factor protector. Nos avisa sobre el peligro. Hace que adquiramos conciencia sobre la necesidad de eliminar o evitar algo que nos pueda ocasionar dolor, como una llama o un recipiente con agua hirviendo. Si no fuera por el dolor, los peligros comunes de la vida diaria podrían causar daños irreparables al cuerpo físico antes de que la persona fuera consciente de lo que estaba sucediendo. Y es esta obra benéfica del dolor la que nos hace conscientes de que el cuerpo está enfermo y nos obliga a buscar una cura antes de que sea demasiado tarde.

El dolor parece ser básicamente el resultado de la falta de armonía en alguna zona de la estructura total del hombre. Puede ser ocasionada por la falta de armonía entre:

  1. El alma y sus vehículos (o entre la forma y la Vida que la habita).
  2. Diferentes elementos del equipo de la personalidad, por ejemplo, el conflicto entre la mente y las emociones.
  3. Los componentes del cuerpo físico, por ejemplo desajuste en órganos o células: bloqueos en el flujo de la sangre vivificadora.

Así que parece que al menos parte del problema del dolor concierne al reconocimiento de la causa y a una comprensión de la correcta relación. Estos son factores conocidos íntimamente por los discípulos. Surgen una y otra vez a medida que se esfuerzan por demostrar la cualidad espiritual en el mundo de la forma. La meditación en algunos de sus aspectos, y sin duda alguna la recapitulación vespertina, que forman parte de una disciplina espiritual aceptada, exigen esta toma de conciencia de los porqué de la acción causal. De esta forma los seres humanos alcanzan, sin proponérselo a veces, el punto donde la revelación se vuelve posible y la interdependencia de todas las facetas de la enseñanza de la Sabiduría se hace clara.

Un punto más desafiante al considerar el dolor en relación con la vida espiritual es que el dolor entra en toda destrucción de la forma y es parte de esa cambiante capacidad vibratoria que es concomitante con el desenvolvimiento espiritual. A medida que la evolución avanza, el ritmo de ese cambio se acelera, con la consiguiente intensificación de la experiencia del dolor. Mirando específicamente la continuidad de la vida de la humanidad, la cualidad vibratoria de los instrumentos a través de los cuales funciona el alma (u hombre real), cambia de encarnación en encarnación como consecuencia de las experiencias obtenidas y de las actitudes que se desarrollan en relación con dicha experiencia. Es una experiencia común que incluso una sola vida está conformada por los escombros de formas destruidas: las formas de los amores humanos, los planes que no se han materializado, de ideales que de alguna manera no han podido encontrar expresión. De acuerdo con la enseñanza de la Sabiduría, esta es la forma mediante la cual el alma humana asciende por los peldaños de la conciencia, pasando de una total identificación con la forma y la consecuente sujeción del dolor físico, pasando por sucesivos niveles de expansión de la realización, siempre con esta experiencia del dolor, en un cambio continuo de forma, conduciéndolo hacia arriba y hacia adelante.

Conciencia

La Dra. Annie Besant señalaba en una de sus conferencias que cuando un hombre roba entonces sufre el castigo correspondiente, el doloroso proceso se repite hasta cuando haya forjado en su ser el íntimo conocimiento de que el robo se debe evitar, que “no vale la pena” hacerlo. Luego de esa experiencia, el hombre se caracterizará por su honestidad e integridad y las reflejará en su vida exterior. Así se desarrolla la conciencia. La conciencia es esa compañera incómoda que con tanta frecuencia es empujada a un armario oscuro, y olvidada porque ella insistirá en decir que debemos hacer algo, aunque deseemos en forma especial no hacerlo, y nos dirá que no debemos hacer algo que el ser exterior nos pide insistentemente que hagamos.

Aquí surge otro aspecto extremadamente sutil del dolor. Como los seres humanos cada vez se hacen más conscientes de que somos una sola familia, tienden a reaccionar con creciente sensibilidad ante la angustia y la dificultad de la situación humana. Y lloran, como el antiguo peregrino que clamaba al barquero:

“Christopher, Christopher, muéstranos el camino,
para llevar hoy al mundo y a sus cargas
a través de la lluvia, la niebla y el vapor que nos ciegan...”.

Las tres líneas anteriores expresan una reacción emocional ante el dolor y no uno de los peldaños de la escalera que permite ascender a los hombres. Así que el sufrimiento, el dolor, emerge en otro aspecto, hasta que uno aprende que no debe sobrecargarse indebidamente con el peso que recae en los hombros de otras personas. Bajo ninguna circunstancia se le puede usurpar a un ser humano el derecho divino a permanecer solo, para que avance con la fuerza de su propia alma. Permanecer al lado de los otros, sí. Fortalecerlos en toda forma posible, sí. Pero reconocer su derecho a hollar el sendero con su propia fuerza e iluminados con la sabiduría que hayan logrado. Este es el dolor en otra dimensión, cuando aprendemos a enfrentar el dolor del mundo sin permitir que el dolor nos doblegue.

Muchas personas hoy en día son conscientes de los vientos de cambio que soplan a través de grupos espirituales alrededor del mundo, vientos que tienden a disipar algunas de las brumas del espejismo y la ilusión que durante tanto tiempo impidieron a los hombres la realización de su potencial divino. Un resultado de esto es cierto tipo de esperanza sobre la evolución espiritual de la humanidad. En todo tipo de lugares, entre muchos tipos de personas, se habla de la exteriorización de la Jerarquía y la aparición de otro Instructor mundial. Lo que no siempre se reconoce es que estos son acontecimientos que implicarán dolor. Porque con la llegada de una nueva energía de rayo, con el inicio de una nueva era, inevitablemente habrá muchas perturbaciones en la forma, la ruptura de muchos patrones aceptados, mucha intensificación de la capacidad vibratoria, hasta que las manifestaciones de vida existente hayan logrado las adaptaciones que les permitan recibir las potencias entrantes y mantenerse firmes frente a ellas.

Quizá aquí se encuentra la apoteosis del dolor, ese dolor que por los largos pasillos del tiempo ha acicateado, empujado y asediado a los seres humanos hasta este momento, a través de su influjo, para que sean capaces de responder a las energías divinas que están haciendo impacto en el planeta y puedan colaborar con la Jerarquía en la demostración del Propósito divino y el establecimiento el Plan divino en la tierra. [-]