Preparación para la Reaparición de Cristo

CUANDO los hombres sienten que han agotado todos sus recur­sos, que han llegado al término de todas sus posibilidades innatas y que no pueden resolver ni manejar los problemas y condiciones que enfrentan, suelen buscar a un Intermediario divino y al Me­diador que abogue por su causa ante Dios y logre su salvación. Buscan un Salvador. Esta doctrina de Mediadores, Mesías, Cris­tos y Avatares, abunda en todas partes y puede ser trazada como un hilo dorado que atraviesa todos los credos y Escrituras del mundo, relacionándolos con una fuente central de emanación. Incluso el alma humana es considerada el intermediario entre el hombre y Dios; incontables millones de seres humanos creen que Cristo actúa como el divino Mediador entre la humanidad y la divinidad.

Un Avatar o un Cristo, aparece por dos razones: la incógnita e inescrutable Causa que lo impele a hacerLo y la demanda o la ‑invocación de la humanidad misma. Un Avatar que llega es, en consecuencia, un acontecimiento espiritual que trae grandes cam­bios y restauraciones, para inaugurar una nueva civilización o res­tablecer "antiguos jalones" y llevar al hombre más cerca de lo divino. Han sido descriptos como "hombres extraordinarios que aparecen de vez en cuando para cambiar la faz del mundo e inau­gurar una nueva era en el destino de la humanidad". Llegan en momentos de crisis; frecuentemente crean crisis, a fin de poner término a lo antiguo e indeseable, reemplazándolo por las for­mas nuevas y más apropiadas para la evolucionante vida de Dios, inmanente en la naturaleza. Llegan cuando el mal predomina. Aunque sólo sea por esta razón podemos en la actualidad esperar un Avatar. El escenario adecuado para la reaparición de Cristo está ya preparado.

Estamos ante un desafío, enfrentando a la vez el problema de aceptarlo con la consiguiente responsabilidad, o de rechazar la idea, dando a entender que no nos interesa. Sin embargo, lo que decidamos en esta época y período, afectará definitivamente al resto de nuestra actividad en la vida, pues podremos apoyar y respaldar en todo lo posible, la invocación del Cristo en la preparación para Su retorno, o sino engrosaremos las filas de aquellos que consideran todo el asunto como un llamado a los ingenuos y a los crédulos y, probablemente, trabajaremos para impedir que los hombres sean engañados y embaucados por lo que consideramos un fraude. Ahí reside nuestro desafío. Exigirá todo nuestro sentido de los valores y toda nuestra capacidad investigadora, intuitiva y espe­cializada. Así nos daremos cuenta de que la reaparición prometi­da está de acuerdo con la creencia religiosa general, siendo la gran esperanza que queda en la mente de los hombres, lo que podrá traer el verdadero alivio a la sufriente humanidad.

Aquellos que aceptan la posibilidad de Su reaparición y están dispuestos a admitir que la historia puede repetirse, deben formu­larse tres preguntas, cuyas respuestas son estrictamente indivi­duales:

1. ¿Cómo puedo enfrentar personalmente este desafío?

2. ¿Qué puedo hacer específicamente?

3. ¿Cuáles son los pasos que debiera dar y dónde están aque­llos que lo darán conmigo? Lo que aquí y en las siguientes páginas se expone, es esencial­mente para quienes aceptan la realidad del Cristo, reconocen la continuidad de la revelación y están dispuestos a aceptar la posi­bilidad de Su retorno

Las complejidades y dificultades de este período son enormes. Cuanto más se acerca el hombre a la fuente de luz y poderes espirituales, tanto más difícil se torna su problema, pues los asuntos humanos parecen estar hoy muy lejos de esta posibilidad divina. Por lo tanto necesitará toda la paciencia, comprensión y buena voluntad que posee. Al mismo tiempo le será posible reconocer los hechos con más claridad. Hay proble­mas internos y externos que deben ser resueltos y posibilidades internas y externas que pueden convertirse en realidades. A me­dida que el hombre espiritualmente orientado encara estas posi­bilidades y acontecimientos internos y externos, será fácilmente embargado por un sentido total de frustración; quiere ayudar pero no sabe cómo; cuando capta las amenazantes dificultades analiza sus recursos y los de aquellos con quienes tendrá que trabajar, y su clara percepción de las fuerzas que están contra él (y en mayor escala contra el Cristo), le inducirán a preguntarse: ¿De qué servirá cualquier esfuerzo que haga? ¿Por qué no dejar que las fuerzas del bien y del mal luchen solas? ¿Por qué no permitir que la presión de la corriente evolutiva ponga fin eventualmente a la larga lucha mundial y que triunfe el bien? ¿Por qué vamos a hacer algo ahora? Éstas son reacciones naturales y saludables. . El problema parece demasiado grande, excesivamente te­rrible, y el hombre mismo se siente demasiado pequeño e inerme.

No obstante, la masiva visión y bondad que existen en el mundo es inmensa, y el pensar claro y humanitario es ilimi­tado; la salvación del mundo se halla en manos de la gente sen­cilla y buena, y en los millones de personas que piensan con rectitud. Ellos llevarán a cabo el trabajo preparatorio para el advenimiento del Cristo. Numéricamente son suficientes para realizar la tarea, y sólo necesitan respaldo e inteligente coordi­nación, a fin de prepararse para el servicio requerido antes de que la reaparición de Cristo sea posible. Los problemas que tenemos por delante deben ser encarados con valor, verdad y comprensión; además debe tenerse disposición para exponer la verdad y aclarar los problemas que deben ser resueltos, ha­blando con claridad, sencillez y amor. Las fuerzas antagónicas v agazapadas del mal deben ser derrotadas antes que pueda venir Aquel que todos los hombres esperan, el Cristo.

El conocimiento de que Él está preparado y ansioso de rea­parecer públicamente ante Su amada Humanidad, aumenta el sentido de frustración general, y surge otra pregunta de vital im­portancia: ¿Durante cuánto tiempo debemos esperar, esforzar­nos y luchar? La respuesta es clara: Él vendrá indefectiblemente cuando se haya restablecido la paz en cierta medida, cuan­do el principio de participación esté por lo menos en camino de controlar los asuntos económicos y cuando las iglesias y los grupos políticos hayan comenzado a limpiar sus casas. Entonces Él podrá venir y lo hará; entonces el Reino de Dios será recono­cido abiertamente y ya no constituirá un sueño, un ansioso anhe­lo y una esperanza ortodoxa.

La gente se pregunta por qué el Cristo no viene ‑con la pompa y la ceremonia que la iglesia le asigna a ese aconteci­miento ‑ y comprueba con Su venida Su divino poder y pone a prueba, de manera convincente, la autoridad y el poder de Dios, terminando así con el ciclo de agonía y sufrimiento. Las respuestas son muchas. Debe recordarse que el principal obje­tivo del Cristo no será demostrar Su poder, sino dar a conocer el ya existente Reino de Dios. También se preguntarán, ¿por qué cuando vino anteriormente no fue reconocido? --; ¿hay alguna garantía de que esta vez será diferente? Quizás se pregunten, ¿por qué no será reconocido? Porque los ojos de los hombres están cegados por las lágrimas de la autoconmiseración y no de la contrición; porque el corazón del hombre está aún corroído por un egoísmo que la agonía de la guerra no ha curado; por­que la norma de valores es la misma que existía en el corrupto Imperio Romano que presenció Su primera aparición, pero tales valores eran locales y no universales como lo son en la actualidad; porque aquellos que podrían reconocerlo y anhelan y esperan Su venida, no están dispuestos a hacer los sacrifi­cios necesarios para asegurar el éxito de Su advenimiento.

El pensamiento avanzado, el éxito de innumerables movi­mientos esotéricos y, sobre todo, las maravillas de la ciencia y los asombrosos movimientos humanitarios, no indican una frus­tración divina, sino el acontecimiento de la comprensión espiri­tual, porque las fuerzas del espíritu son invencibles. Dichos aspectos del comportamiento humano indican la maravillosa di­vinidad que se halla en el hombre y el éxito del plan divino para la humanidad. Sin embargo, la divinidad espera la manifesta­ción del libre albedrío del hombre; su inteligencia y su creciente buena voluntad ya se está expresando.

Otra respuesta al interrogante es que el Cristo y la Jerarquía espiritual nunca ‑no importa cuán grande sea la necesidad o la importancia del estímulo‑ han infringido el derecho divino de los hombres a tomar sus propias decisiones, ejercer su libre albedrío y alcanzar la libertad, luchando por ella en forma indi­vidual, nacional o internacional. Cuando la verdadera libertad reine en la tierra veremos el fin de las tiranías, política, religio­sa y económica, no me refiero a la democracia moderna como una condición que satisface la necesidad, porque la democracia es en la actualidad una filosofía anhelante y un ideal no lo­grado. Me refiero a ese período que ciertamente vendrá, en que gobernarán personas iluminadas, las cuales no tolerarán el autoritarismo de la iglesia ni el totalitarismo de ningún sistema político; tampoco aceptarán o permitirán la férula de ningún grupo que les diga lo que deben creer para ser salvados, ni cuál es el gobierno que deben aceptar. Cuando la verdad sea dicha a los pueblos y éstos puedan juzgar y decidir libremente, vere­mos un mundo mucho mejor.

No es esencial ni necesario que estos objetivos deseables se conviertan en realidades en la Tierra, antes de que Cristo ca­mine entre nosotros. Sin embargo, es necesario que esta actitud hacia la religión y la política sea considerada por lo general como deseable y que se hayan dado con todo éxito los pasos para el establecimiento de correctas relaciones humanas. En estas líneas están trabajando el Nuevo Grupo de Servidores del Mun­do y los hombres de buena voluntad, y su primer esfuerzo debe consistir en contrarrestar el sentimiento ampliamente difun­dido de frustración y futilidad individual.

Lo que contrarrestará este sentido de frustración y futili­dad y proporcionará el incentivo necesario para la reconstruc­ción del nuevo mundo, será la creencia en la divinidad esencial de la humanidad y en el testimonio evolutivo (proporcionado por un rápido estudio) de que el género humano ha progresado constantemente en sabiduría, conocimiento y amplia inclusivi­dad, más el desarrollo de ese estado mental que estará basado en la creencia de que los registros históricos son veraces y atesti­guan los innumerables advenimientos en los momentos cruciales de los asuntos humanos y en los numerosos Salvadores del mundo ‑entre los cuales Cristo fue el más grande. Una actitud correcta y constructiva debe estar basada en el innato reconocimiento de la existencia de Cristo y de Su presencia entre nosotros, en todas las épocas, y en la idea de que la guerra ‑con sus inenarrables horrores, crueldades y catástrofes sólo fue la escoba del Padre que barrió todos los obstáculos para el advenimiento de Su Hijo. Hubiera sido casi imposible preparar dicha venida ante las con­diciones de la preguerra. El Nuevo grupo de Servidores del Mun­do debe adoptar su actitud, basado en esos hechos, reconocer la existencia de los factores obstructores y no sentirse frustrado por ellos, y además debe tener conciencia de los innumerables impe­dimentos, muchos de ellos económicos, basados en la codicia material, en las antiguas tradiciones y prejuicios nacionales. Deberá emplear habilidad en la acción y poseer conocimiento finan­ciero para poder vencer dichos obstáculos, tener los ojos bien abiertos para enfrentar las dificultades mundiales y pasar incólu­me y triunfalmente a través de todos los factores frustradores.

Dos factores principales condicionan la oportunidad actual y pueden considerarse que llegarán a ser un gran obstáculo, y si no se eliminan, el retorno del Cristo será grandemente demorado. Estos son:

1. La inercia del cristiano común, u hombre espiritualmente orientado, tanto de Oriente como de Occidente.

2. La falta de dinero para el trabajo de preparación. Estos temas se expondrán en forma sencilla y se mantendrán en el nivel en que trabaja y piensa la mayoría de la gente. Seamos intensamente prácticos y obliguémonos a ver las condiciones tales como son, para llegar así a un mejor conocimiento de noso­tros mismos y de nuestros móviles..

1. La Inercia del Hombre Común espiritualmente Orientado.

El hombre común espiritualmente orientado, el hombre de buena voluntad y el discípulo, siempre son conscientes del desa­fío de la época y de la oportunidad que pueden ofrecer los acontecimientos espirituales. El deseo de hacer el bien y de llevar a cabo fines espirituales se agita incesantemente en sus concien­cias. Quien ama a sus semejantes y sueña con la materialización del Reino de Dios en la tierra, o es consciente del despertar ‑‑‑por lento que sea ‑ de las masas a los valores espirituales superiores, se siente totalmente insatisfecho. Se da cuenta que ha contri­buido muy poco para lograr esos objetivos deseables. Sabe que su vida espiritual es secundaria y la guarda cuidadosamente para sí, temiendo frecuentemente hablar de el]lo a sus seres queridos y allegados; trata de ensamblar sus esfuerzos espirituales con su vida común y externa, de hallar tiempo y oportunidad para ello, en forma apacible, fútil e inocua. Se siente inerme ante la tarea de organizar y reajustar sus asuntos, para que predomine el modo espiritual de vivir; busca excusas y oportunamente razona con tanto éxito que llega a la conclusión de que, dadas las cir­cunstancias, hace todo cuanto puede. La verdad es que lo que hace es tan poco que probablemente una hora, quizás dos, de las veinticuatro del día, abarque el tiempo que le dedica al trabajo del Maestro; se escuda detrás del argumento de que las obliga­ciones del hogar le impiden hacer más, y no se da cuenta que, con tacto y comprensión amorosa, el ambiente hogareño puede y debe ser el campo donde él triunfe; olvida que no hay circuns­tancias en las que el espíritu del hombre pueda ser vencido, o en que el aspirante no pueda meditar, pensar, hablar y preparar el camino para la venida del Cristo, siempre que tenga suficiente interés y conozca el significado del sacrificio y el silencio. Las circunstancias y el medio ambiente no constituyen un verdadero obstáculo para la vida espiritual

Quizás se excuse tras el pretexto de tener poca salud y con frecuencia enfermedades imaginarias. Dedica tanto tiempo al cuidado de sí mismo, que el que podría dedicar al trabajo del Maestro es muy reducido; está tan preocupado con su cansan­cio, su resfrío y sus imaginarias dificultades cardíacas, que su “Conciencia del cuerpo" se desarrolla constantemente hasta que con el tiempo domina su vida; entonces es demasiado tarde para hacer algo. Esto ocurre especialmente con las personas que han llegado a los cincuenta años o más. Difícilmente dejarán de dar esta excusa, porque se sienten cansados y doloridos, y en el transcurso de los años esto tiende a empeorarse.

El único remedio para esta inercia progresiva es ignorar elcuerpo y sentir alegría en la vivencia del servicio. No me refiero a enfermedades definidas o a serios impedimentos físicos;a éstos se les ha de dedicar el cuidado y la atención debidos; me refiero a los miles de hombres y mujeres que se quejan y preocupan de cuidarse a sí mismos, desperdiciando horas que podría dedicarlas a servir a la humanidad. Aquellos que tratan de hollar el Sendero del Discipulado deberían dedicar las incontables horas malgastadas en un inútil cuidado de sí mismos, a servir a la Jerarquía.

Otra excusa que conduce a la inercia es el temor que tiene la gente de hablar acerca de las cosas del Reino de Dios; de ser desairada o considerada anormal e intrusa. Por lo tanto guarda silencio, deja pasar la oportunidad y nunca se da cuenta cuán dispuesta estála gente para tratar las realidades, debido al consuelo y la esperanza que proporciona la idea de la reaparición del Cristo o de compartir la luz espiritual. Ésta es esencialmente una, especie de cobardía espiritual, y está tan fundida que os responsable de la pérdida de millones de horas de servicio mundial.

Hay otras excusas, pero las mencionadas son las más frecuentes; liberar a la mayoría de las personas de tales condicio­nes aportaría al servicio de Cristo tantas horas y
esfuerzo complementario, que la tarea de los que no presen­tan excusas se vería muy aliviada, y Su venida seria mucho más inmediata. No nos concierne la dilucidación del ritmo de vida bajo el cual actúan el Cristo y la Jerarquía espiritual, ritmo que vibra en armonía con la necesidad humana y la respuesta espi­ritual. Lo que nos concierne es demostrar la cualidad de la actividad espiritual, sin ampararnos detrás de la excusa. Es de principal importancia que toda persona espiritual sepa que puede y debe trabajar en el lugar en que se encuentra, entre las per­sonas con las que está asociada y con el bagaje psicológico y fí­sico que posee. No hay coerción ni presión alguna en el servicio que se presta a la Jerarquía. La situación es clara y simple.

Tres grandes actividades están llevándose a cabo:

Primero, la actividad que se percibe en el "centro donde la voluntad de Dios es conocida", esa voluntad al bien que ha lleva­do a la creación a una mayor gloria y a una respuesta cada vez más profunda e inteligente. Esta actividad trata de producir, en forma creadora, un nuevo orden mundial, el del Reino de Dios, supervisado físicamente por el Cristo. Esto podría ser considera­do como la exteriorización de la Jerarquía espiritual de nuestro planeta, cuyo signo y símbolo lo constituirá el retorno de Cristo a la actividad visible.

Segundo, la actividad máxima que condiciona a la Jerarquía espiritual, desde el Cristo Mismo hasta el más humilde aspirante, situado en la periferia de ese "centro donde el amor de Dios" se halla plenamente activo. Allí es donde comprendemos ‑según San Pablo ‑ "Porque todas las criaturas gimen al unísono, espe­rando la manifestación de los hijos de Dios" (Rm. 8,22). Para esta manifestación se preparan estos "Hijos de Dios que son los hijos de los hombres"; para este advenimiento vienen uno tras otro a la actividad externa del plano físico para prestar servicio activo. No se Los reconoce por lo que son, pero se encargan de los asuntos del Padre, demuestran buena voluntad, tratan de ampliar el hori­zonte de la humanidad y preparan así el camino para Aquél a Quien Ellos sirven, el Cristo, Maestro de Maestros e Instructor de ángeles y hombres.

Tercero, tenemos a la humanidad misma, "el centro que lla­mamos la raza de los hombres", donde hoy predomina el caos, tumulto y confusión, una humanidad angustiada, perpleja y con­fundida, y no obstante consciente mentalmente de infinitas posi­bilidades, luchando emocionalmente por ese plan que cree que es el mejor, haciéndolo sin coherencia y sin comprender que debe ser "un mundo para una humanidad". Simplemente desea paz emocional, seguridad para vivir y trabajar y visión de futuro que satisfaga el sentido incipiente de la perdurabilidad divina. Está físicamente enferma, privada de lo más esencial para llevar una vida normal y sana, atormentada por la inseguridad económica, invocando consciente o inconscientemente al Padre en bien de sí misma y del resto del mundo.

La reaparición de Cristo proporcionará la solución. Ésta es la firma voluntad de Dios testimoniada por las Escrituras del Mundo; es el deseo del Cristo mismo y de Sus discípulos, los Maestros de Sabiduría, y es la demanda sin respuesta de todos los pueblos. Donde exista esta unidad de propósito, uniformidad de intención espiritual y respuesta a la demanda, lo único que puede detener Su reaparición sería el fracaso de la humanidad en prepa­rar el escenario mundial para tan magno acontecimiento, a fin de preparar el camino del Señor. "Enderezad las veredas" (Mt. 3,2) y familiarizar a los pueblos con la idea de Su llegada y obtener la necesaria paz en la tierra, basada en correctas relaciones hu­manas.

En la actualidad el móvil ya no reside en el concepto de la salvación personal, lo cual se acepta y supone; la preparación requerida consiste en trabajar con empeño y comprensión a fin de establecer correctas relacio­nes humanas, objetivo mucho más amplio. Tenemos aquí un mó­vil, que no es autocentrado,pues pone a cada trabajador y huma­nista de parte de la Jerarquía espiritual y en contacto con todos los hombres de buena voluntad. Llegamos así al segundo de los impedimentos.

2. Falta de Apoyo Financiero para el Trabajo de Cristo.

Quizás ésta sea la dificultad mayor, y a muchos les parece a ­veces insuperable Involucra el problema de la verdadera admi­nistración financiera y la orientación de sumas adecuadas de dinero hacía determinados canales que ayuden definidamente en el trabajo de preparación para el retorno de Cristo. Está estrechamente relacionado con el problema de las correctas relaciones humanas.

Por lo tanto, el problema es particularmente difícil, porque los trabajadores espirituales no sólo tienen que preparar a la gente para dar de acuerdo a sus posibilidades, sino que en muchos casos deben proporcionar ante todo, un móvil tan atrayente que se vea obligada a dar. También tendrá que proporcionar la institución, fundación u organización para administrar esos fondos. Esto representa una tarea muy difícil. La encrucijada actual no radica solamente en reunir fondos para Su retorno, sino en el egoísmo enraizado en la mayoría de quienes detentan la riqueza mundial, que cuando dan ‑si es que dan ‑ lo hacen para aumentar su prestigio e indicar su éxito financiero. Naturalmente hay excepciones, pero ellas son relativamente pocas.

Generalizando y, por lo tanto, simplificando el tema, podemos decir que los cuatro canales principales por los cuales circula el dinero son:

1. Los millones de hogares a los cuales llega en forma de sueldo, salario o herencia. Todo esto está hoy desequilibra­do, existiendo excesiva riqueza o extrema pobreza.

2. Los grandes sistemas capitalistas o monopolios en que es­tán fundadas las estructuras económicas en la mayoría de los países. No interesa si este capital pertenece al gobierno, a la municipalidad, a un puñado de hombres ricos o a grandes sindicatos. Poco se gasta en el mejoramiento de la vida humana o en inculcar los principios que conducen a correctas relaciones humanas.

3. Las iglesias y grupos religiosos de todo el mundo. Aquí (hablando nuevamente en términos generales, y al mismo tiempo reconociendo la existencia de una minoría espiri­tualmente orientada) tenemos lo que durante siglos ha constituido la doctrina de las iglesias, el empleo del di­nero para los aspectos materiales del trabajo, la multipli­cación y preservación de la estructura eclesiástica, los sa­larios y gastos generales, destinando sólo un pequeño porcentaje a la educación de los pueblos, a la demostración viviente de la sencillez, "tal como está en Cristo y a la difusión de la realidad de Su retorno. Su venida ha sido anticipada en el transcurso de las edades, y pudo haber tenido lugar con anterioridad si las iglesias y todas las organizaciones religiosas hubieran cumplido con su deber.

4. Las obras filantrópicas, sanitarias y educativas. Todo ello ha sido muy beneficioso y necesario, y la deuda que el mundo ha contraído con los filántropos es realmente enorme. Esto ha sido un paso dado en la correcta direc­ción y la expresión de la divina voluntad al bien. Sin embargo, el dinero es a menudo mal empleado y peor di­rigido, y los valores resultantes han sido mayormente ins­titucionales y concretos, pues se han visto limitados por las cláusulas separatistas impuestas por los donantes, o los prejuicios religiosos de quienes controlan, el desembol­so de los fondos. En medio de las discusiones motivadas por ideas, teorías religiosas o ideologías, se olvida la ver­dadera ayuda a la Humanidad Una.

Subsiste el hecho de que si los agentes administrativos (que manejan el dinero) tuvieran una visión verdadera de la realidad espiritual de la humanidad una y del mundo uno y si su objetivo hubiera sido estimular las correctas relaciones humanas, las mul­titudes de todas partes responderían a una posibilidad futura muy distinta de la actual; no estaríamos enfrentando la necesi­dad de gastar enormes sumas ‑que suman billones‑‑ necesarias para restablecer físicamente no sólo el cuerpo físico de inconta­bles millones de hombres, sino ciudades enteras, sistema de trans­porte y centros responsables de la reorganización del vivir hu­mano.

Igualmente puede decirse que si el valor y la responsabilidad espirituales otorgados al dinero (en la medida que sea) hubie­ran sido debidamente enseñados y valorados en los hogares y ­en las escuelas, no tendríamos las asombrosas estadísticas del dinero gastado en todo el mundo antes de la guerra (y aún hoy en el hemisferio occidental), en golosinas, bebidas, cigarrillos, di­versiones, vestimenta innecesaria y lujos. Estas estadísticas suman cientos de millones de dólares por año. Una fracción de ese dinero, que significa un mínimo de sacrificio, permitiría a los discípulos del Cristo y al Nuevo Grupo de Servidores del Mundo preparar el camino para Su venida y educar la mente y el co­razón de los hombres a fin de establecer correctas relaciones hu­manas.

El dinero ‑así como otras cosas de la vida humana ‑ ha si­do mancillado por el egoísmo y acapararlo para fines individua­les y nacionales egoístas. La Guerra Mundial (1914‑1945) es una prueba de ello, pues si bien se habló mucho acerca de “sal­var al mundo para la democracia" y de "librar una guerra para terminar con las guerras el objetivo principal fuela autopro­tección y la autoconservación, el ansia de lucro, la venganza por viejos odios y la recuperación de territorios. Los años transcu­rridos desde la guerra lo han probado. Las Naciones Unidas es­tán desgraciadamente ocupadas con las voraces demandas de to­das partes y las intrigas de las naciones, a fin de adquirir po­der o posición y obtener posesión de los recursos naturales de la tierra: carbón, petróleo, etc., y también con las actividades subrepticias de las grandes potencias y de los capitalistas.

Sin embargo, durante todo el tiempo la Humanidad Una ‑no importa el país, color o credo ‑ está reclamando paz, justicia y seguridad. Esto podría procurarse por el correcto empleo del dinero y la comprensión, por parte de los acaudalados, de su res­ponsabilidad económica basada en los valores espirituales. Excepto algunos filántropos de visión amplia y de un puñado de estadistas eclesiásticos y educadores iluminados, este sentido de responsabilidad económica no se encuentra en parte alguna.

Ha llegado el momento de revalorizar el dinero y canalizar su utilidad en otros sentidos. La voz del pueblo debe prevalecer, pero debe ser un pueblo educado en los verdaderos valores, en las significaciones de la verdadera cultura y en la necesidad de establecer correctas relaciones humanas. Por lo tanto es esencialmente una cuestión de sana educación y de correcta prepa­ración para la ciudadanía mundial, algo no emprendido aún. Mientras tanto la humanidad sufre hambre; no posee la cultura necesaria; su educación está basada en los falsos valores y el erróneo empleo del dinero. Hasta que estas cosas no estén en proceso de ser corregidas no será posible el retorno de Cristo.

Ante esta perturbadora situación financiera, ¿cuál es la so­lución del problema? Hay hombres y mujeres en todos los paí­ses, en todo gobierno, en toda iglesia, religión y fundación edu­cativa, capaces de dar la respuesta. ¿Qué esperanza albergan para ello y para el trabajo que se les ha confiado? ¿En qué forma pueden ayudar los pueblos del mundo, los hombres de buena voluntad y de visión espiritual? ¿Qué pueden hacer para cambiar el concepto generalizado en el mundo, respecto al dinero, a fin de canalizarlo donde se lo emplee en forma más correcta? Debe hallarse respuesta a estos interrogantes.

Existen dos grupos que pueden realizar mucho: uno, emplea los recursos financieros del inundo, siempre y cuando puedan cap­tar la nueva visión y comprendan que "los días están contados” para destruir el viejo orden, y el otro, el conjunto de personas buenas y generosas que están en todas las clases sociales y esferas de influencia.

Los hombres de orientación espiritual y de buena voluntad deben rechazar la idea de su inutilidad, insignificancia y futileza, y comprender que ahora, en estos momentos cruciales y crí­ticos, pueden trabajar eficientemente. Las Fuerzas del Mal estan derrotadas, aunque todavía no "han sido selladas" las puertas detrás de las cuales la humanidad puede encerrarlas, según lo pre­dice El Nuevo Testamento. El mal trata de hallar todo camino disponible para un nuevo acercamiento pero ‑y esto podemos decirlo con confiada insistencia ‑ las personas humildes, cuyo punto de vista es iluminado y altruista, son suficientemente nu­merosas para hacer sentir su poder si así quieren. En todo país hay millones de hombres y mujeres espiritualmente orientados que llegado el momento de encarar globalmente esta cuestión del dinero, podrían recanalizarlo en forma permanente. En to­dos los países existen escritores y pensadores que sumarían su poderosa ayuda, y lo harán si se los aborda correctamente. Hay estudiantes esotéricos y devotos religiosos a quienes se puede apelar para ayudar a preparar el camino para el retorno de Cris­to, especialmente si la colaboración requerida consiste en em­plear dinero y tiempo para establecer correctas relaciones hu­manas e incrementar y difundir la buena voluntad.

No se necesita una gran campaña para reunir fondos, sino el trabajo desinteresado de miles de personas aparentemente sin importancia. Diría que lo que más se necesita es valor, porque se debe tener valentía para vencer la desconfianza, la timidez y el desagrado, al presentar un punto de vista relacionado con el dinero. Aquí fracasa la mayoría. Es relativamente fácil ac­tualmente reunir fondos para la Cruz Roja, hospitales o insti­tuciones educativas. Resulta sumamente difícil hacer lo mismo para la propagación de la buena voluntad y el empleo correcto del dinero en la difusión de ideas avanzadas tales como el re­torno de Cristo. Por lo tanto, repito: el primer requisito es Valor.

El segundo requisito concierne a los sacrificios y arreglos que capaciten a los trabajadores de Cristo para dar el máximo de su capacidad; no debe haber simplemente una capacidad entre­nada para presentar el tema, sino que cada colaborador debe practicar lo que predica. Si los millones de personas, por ejem­plo, que aman a Cristo y tratan de servir Su causa, dieran una pequeña cantidad de dinero por año, habría fondos suficientes para Su trabajo y aparecerían automáticamente las necesarias organizaciones y sus ejecutivos espiritualmente orientados. La dificultad no está en la organización del trabajo y del dinero, sino en la incapacidad de la gente para dar. Por una razón u otra dan poco o nada, aún cuando estén interesados en una cau­sa como el retorno de Cristo; el temor por el futuro, el derro­che, el deseo de hacer obsequios y el no darse cuenta que las grandes sumas están formadas por muchas sumas pequeñas, gra­vitan todas en contra de la generosidad económica, y siempre dan excusas que parecen adecuadas. Por lo tanto, el segundo re­quisito es que todo el mundo dé lo que pueda.

Tercero, las escuelas metafísicas y los grupos esotéricos han prestado preferente atención a la cuestión de la orientación del dinero hacia los canales preferidos. Con frecuencia se oye la siguiente pregunta: ¿Por qué la escuela de pensamiento “Un¡­ty", la iglesia "Christian Science" y los movimientos del “New Thought” pueden reunir los fondos necesarios, mientras que otros grupos, especialmente los esotéricos, no pueden hacerlo? ¿Por qué los verdaderos trabajadores espirituales son incapaces de materializar lo que necesitan? La respuesta es sencilla. Estos grupos y trabajadores que están más cerca del ideal espiritual, se hallan divididos entre sí. Su interés principal reside en los niveles espirituales y abstractos, y no se han dado cuenta de que el plano físico tiene la misma importancia cuando está mo­tivado desde niveles espirituales. Las grandes escuelas metafí­sicas están empeñadas en hacer demostraciones materiales y tan
grande es su énfasis y está tan centralizado su acercamiento, que obtienen lo que piden; deben aprender que la demanda y su respuesta han de ser el resultado del propósito espiritual, y lo que se pide no debe emplearse para el yo separado ni para una organización o iglesia separatista, En la Nueva Era que se acer­ca, antes del retorno de Cristo, el pedido de ayuda financiera debe hacerse con el fin de establecer correctas relaciones hu­manas y buena voluntad, no para el engrandecimiento de una organización particular. Las organizaciones que reúnen fondos deben trabajar en una Sede que tenga un mínimo de gastos y el personal percibir un salario mínimo, pero razonable. Orga­nizaciones como ésta no existen muchas actualmente; pero las pocas que hay pueden dar un ejemplo que será rápidamente se­guido a medida que se acreciente el deseo para el retorno de Cristo. Por lo tanto, el tercer requisito es servir a la humani­dad una.

El cuarto requisito debe ser una minuciosa explicación de la causa para la cual se solicita ayuda económica. La gente podrá tener valor para hablar, pero una explicación inteligente también tiene mucha importancia. El punto principal que debe acentuarse en el trabajo preparatorio para la reaparición de Cristo, es el establecimiento de correctas relaciones humanas, lo cual ya ha sido comenzado, con distintos nombres, por hombres de buena vo­luntad en todo el mundo.

Llegamos ahora al quinto requisito: una fe vital y firme en toda la humanidad. No se debe ser pesimista respecto al futuro del género humano, y tampoco lamentar la desaparición del viejo orden. "Lo bueno, lo verdadero y lo bello" están en camino, y de ello es responsable la humanidad y no una divina intervención externa. La humanidad es sana y va despertando rápidamente. Atravesamos la etapa en que todo se proclama abiertamente desde los tejados como Cristo predijo. A medida que escuchamos o leemos respecto a la ola de escándalos, crímenes, placeres sensua­les y lujos, tendemos a desalentarnos; es conveniente recordar que es saludable que todo surja a la superficie y sea conocido por todos; es similar a una depuración sicológica del subconsciente a la cual se somete al individuo, lo cual presagia la inauguración de un nuevo y mejor día.

Hay un trabajo que hacer y los hombres de buena voluntad de orientación espiritual y de verdadero entrenamiento cristiano de­ben hacerlo. Tienen que iniciar la era en que el dinero se empleará para la Jerarquía espiritual y también expresar esa necesidad en las esferas de la invocación. La Invocación es el tipo más ele­vado de oración que existe y un nuevo tipo de demanda a la divini­dad que ha hecho posible el conocimiento de la meditación.