Navegar por los Capítulos de este Libro

EL FLUJO Y EL REFLUJO CÍCLICOS

Consideraremos ahora las palabras “el flujo y el reflujo de las aguas”.

Al comprender la ley de los ciclos, adquirimos conocimiento de las leyes fundamentales de la evolución y llegamos a darnos cuenta del trabajo rítmico de la creación. Incidentalmente logramos también equilibrio a medida que estudiamos los impulsos de nuestra propia vida, porque también tienen su flujo y reflujo, alternando entre períodos de luz y de oscuridad.

Podemos observar diariamente este acontecimiento simbólico cuando la parte del mundo en que vivimos entra en la clara luz del sol, y luego vuelve a la oscuridad restauradora de la noche. Nuestra misma familiaridad con este fenómeno nos hace perder de vista su significado simbólico y también olvidar que, bajo la gran ley, los períodos de luz y sombra, de bien y mal, de inmersión y surgimiento, de progreso hacia la iluminación y el retroceso hacia la oscuridad, caracterizan el crecimiento de todas las formas, distinguen el desarrollo de razas y naciones, y constituyen el problema del aspirante que se forja la imagen de que camina en una condición constantemente iluminada, dejando atrás todos los lugares oscuros.

En estas instrucciones, no me es posible tratar el flujo y el reflujo de la vida divina, al manifestarse en los distintos reinos de la naturaleza y a través del crecimiento evolutivo de la humanidad, por la experiencia adquirida de las razas, naciones y familias. No obstante, procuro extenderme sobre la experiencia cíclica de un alma en encarnación, indicando el aparente flujo y reflujo de su desenvolvimiento.

El ciclo más destacado para toda alma consiste en encarnar y regresar al centro de donde partió. Según el punto de vista, así será la comprensión de este flujo y reflujo. Esotéricamente se puede considerar que unas almas “buscan la luz de la experiencia”, por lo tanto van hacia la expresión física; otras “buscan la luz de la comprensión” y, por consiguiente, vuelven del reino del esfuerzo humano para forjar su camino internamente hacia la consciencia del alma, y así llegar a ser “moradores en la luz eterna”. Sin apreciar la significación de los términos, los psicólogos han presentido estos ciclos, y a ciertos tipos los denominaron extrovertidos o introvertidos. Marcan el flujo y reflujo en la experiencia individual, y son la analogía de la pequeña vida con los grandes ciclos del alma. Estas entradas y salidas de la trama de la existencia encarnada, constituyen los ciclos mayores de cualquier alma individual, y un estudio de los tipos de pralaya tratados en La Doctrina Secreta y en Tratado sobre Fuego Cósmico, sería de real valor para el estudiante.

Existe también un flujo y reflujo en la experiencia del alma, en cualquier plano, y esto abarcará muchas vidas en las primeras etapas de desarrollo. Por lo general [i244] su expresión es extrema. Un estudio del flujo y reflujo racial aclarará esto. En los días de Lemuria, el “flujo” o ciclo de exteriorización se consumaba en el plano físico, y el “reflujo” llevaba el aspecto vida de vuelta al alma, y no había ningún flujo o reflujo secundario en los planos astrales o mentales.

Posteriormente, la marea irrumpió en las costas del plano astral, si bien incluía lo físico en menor grado. El flujo se dirigió hacia la vida emocional, y al regresar al centro no tuvo en cuenta la vida mental. Esto ocurrió en el punto culminante para la humanidad en la época Atlante y también hoy atañe a muchos. En la actualidad el flujo y reflujo es cada vez más incluyente y la experiencia mental desempeña su parte, de modo que los tres aspectos son arrastrados por la vida del alma, los cuales están incluidos en la energía saliente del alma que va encarnando, y durante muchas vidas y series de vidas esta fuerza cíclica se agota a sí misma. En el aspirante surge una comprensión de lo que ocurre y en él se despierta el deseo de controlar conscientemente este flujo y reflujo (para expresarlo en palabras más sencillas), o dirigir las fuerzas de la energía saliente en cualquier dirección que elija, o se retire a su centro a voluntad. Trata de detener el proceso que lo llevará a reencarnar sin tener un propósito consciente; se niega a ver que la marea de su vida se estrella contra las esferas mentales y emocionales de la existencia, y que esa vida se retira sin su voluntad consciente. Se encuentra en el punto medio y quiere controlar sus propios ciclos, el “flujo o reflujo” tal como él lo determine. Con propósito consciente ansía caminar en los lugares oscuros de la existencia encarnada y con un propósito análogamente consciente trata de retirarse a su propio centro. Así se convierte en aspirante.

La vida del aspirante comienza repitiendo los ciclos anteriores. Repentinamente es estimulado por la naturaleza física y arrastrado violentamente por antiguos deseos y ambiciones. [i245] A esto puede seguirle un ciclo en que es consciente de que la energía vital se escapa del cuerpo físico, desvitalizándose por no prestarle atención. Esto explica muchas enfermedades y la falta de vitalidad de gran parte de nuestros más caros servidores. El mismo proceso puede afectar al cuerpo emocional, y períodos de exaltación y de elevada aspiración alternan con períodos de profunda depresión y falta de interés. El flujo puede pasar al cuerpo mental y producir un ciclo de intensa actividad mental. El constante estudio, la profunda reflexión, la penetrante investigación y un firme impulso intelectual, caracterizarán la mente del aspirante. A esto puede seguirle un ciclo de desagrado para el estudio, y la mente parece estar totalmente hueca e inerte. Cuesta pensar, y la futileza de las fases reflexivas asaltan a la mente. El aspirante decide que ser es mejor que hacer, y se pregunta: “¿podrá vivir este cuerpo?” y no desea verlo revitalizado.

Todos los verdaderos buscadores de la verdad son conscientes de esta experiencia inestable y la consideran frecuentemente un pecado o una condición contra la cual deben luchar vigorosamente. Entonces, es el momento de comprender que “el punto medio, que no es seco ni húmedo, deberá ser el lugar donde él asiente sus pies”.

Esta es una forma simbólica de decirle que debe comprender dos cosas:

1. Que los estados sentimentales son completamente insustanciales y no indican el estado del alma. El aspirante debe centralizarse en la consciencia del alma, no dejarse influir por las alternativas a que parece estar sujeto, sino simplemente “mantenerse en el ser espiritual”, y “habiendo hecho todo esto, permanecer allí”.

2. Que el logro del equilibrio solo es posible donde han regido las alternativas, y que el flujo y reflujo cíclico continuará, mientras la [i246] atención del alma fluctúe entre uno u otro aspecto de la forma y el verdadero ser humano espiritual.

El ideal sería lograr conscientemente este control, de modo que el ser humano pueda a voluntad enfocarse en la consciencia de su alma o en su aspecto forma -el acto de enfocar la atención se lleva a cabo mediante un objetivo conocido y específico que necesita esta centralización.

Más adelante, cuando las palabras del gran Instructor cristiano tengan significación, él podrá decir si tiene importancia “estar dentro de, o fuera del cuerpo”. El acto de servicio determinará el punto de concentración del yo, pero será el mismo yo, liberado temporalmente de la consciencia de la forma, o sumergido para poder actuar en los diferentes aspectos del todo divino. El ser humano espiritual trata de llevar a cabo el plan en la naturaleza e identificarse con la mente divina. Retirándose al punto medio, procura percibir su divinidad y luego, habiéndolo logrado, se enfoca en su forma mental, poniéndose en relación con la Mente Universal. Soporta restricciones para que, mediante ellas, pueda saber y servir. Trata de alcanzar los corazones de los hombres y mujeres y llevarles “inspiración” desde las profundidades del corazón del ser espiritual. Nuevamente afirma el hecho de su divinidad y mediante una identificación temporal con su cuerpo de percepción sensorial, sentimiento y emoción, se unifica con el mecanismo sensible de la manifestación divina, que lleva el amor de Dios a todas las formas del plano físico.

Procura así ayudar en la materialización del plan divino, en el mundo físico. Sabe que todas las formas son producidas por las energías correctamente utilizadas y dirigidas. Conociendo plenamente su calidad de hijo divino y la potencia implicada en el reconocimiento mental de ese término, enfoca sus fuerzas en el cuerpo vital y se convierte en punto focal para la transmisión de energía divina y, por consiguiente, en un constructor [i247] unificado con las energías constructivas del Cosmos. Lleva la energía del pensamiento iluminado y el deseo santificado al cuerpo etérico, trabajando así con devoción inteligente.

Me han pedido una definición más clara del “punto medio”.

Para el probacionista, el plano emocional -el Kurukshetra plano de la ilusión- es donde la tierra (naturaleza física) y el agua (naturaleza emocional) se unen.

Para el discípulo, es el plano mental donde la forma y el alma establecen contacto y es posible la gran transición. Para el discípulo avanzado y el iniciado, el punto medio es el cuerpo causal, el karana sarira, el cuerpo espiritual del alma, manteniéndose como intermediario entre espíritu y materia, vida y forma, mónada y personalidad.

Esto puede también ser explicado y comprendido en términos de centros.

Todo estudiante sabe que existen dos centros en la cabeza. Uno se encuentra entre las cejas y tiene el cuerpo pituitario como su manifestación objetiva. El otro está en la región superior de la cabeza y tiene la glándula pineal como su aspecto concreto. El místico puro tiene centrada la consciencia en la parte superior de la cabeza, casi totalmente en el cuerpo etérico. El ser humano mundano avanzado está centrado en la región de la glándula pituitaria. Cuando por medio del desenvolvimiento y el conocimiento esotéricos, se establece la relación entre la personalidad y el alma, existe un punto medio en el centro de la cabeza, el campo magnético llamado la “luz en la cabeza”, y es allí donde se sitúa el aspirante. Este punto es de importancia vital. No es terreno ni físico, ni acuoso, ni emocional. Se lo podría considerar como el cuerpo vital o etérico, que ha llegado a ser la esfera de servicio consciente y de control dirigido, donde se utiliza la fuerza para fines específicos.

Allí se sitúa el mago y, [i248] mediante su cuerpo de fuerza o energía, lleva a cabo el trabajo creador mágico.

Esta regla contiene un punto muy abstracto, pero se puede aclarar si se estudian con cuidado sus palabras. Al final de la regla se dice que donde se unen “el agua, la tierra y el aire”, allí es el lugar en que debe hacerse el trabajo mágico. Es curioso, pero en estas frases se omite la idea de ubicación y solo se considera el factor tiempo.

El aire es el símbolo del vehículo búdico, el plano del amor espiritual, y cuando los tres enumerados anteriormente se unen en su aspecto energía, indican un enfoque en la consciencia del alma y una centralización del ser en el cuerpo espiritual. Desde ese punto de poder, fuera de la forma, desde la esfera central de unificación y desde el punto enfocado en ese círculo de consciencia, el ser espiritual proyecta su consciencia en el punto medio, dentro de la cavidad cerebral, donde debe desarrollarse el trabajo mágico respecto al plano físico. Esta capacidad de proyectar la consciencia desde el plano de realización del alma hacia el trabajo mágico creador, en los subplanos etéricos, se hace posible a medida que el estudiante desarrolla, en la meditación, la facilidad de enfocar la atención en uno de los centros del cuerpo. Esto se lleva a cabo por intermedio de los centros de fuerza en el cuerpo etérico. Paulatinamente alcanza esa plasticidad y fluidez de la consciencia autodirigida que le permitirá valerse de los centros como el músico utiliza las siete notas musicales. Cuando lo ha logrado, puede empezar a entrenarse para alcanzar un enfoque más amplio y extenso y debe aprender a retirar su consciencia no solo del cerebro sino del alma en su propio plano, y desde allí redirigir sus energías para efectuar el trabajo mágico del alma.

El secreto fundamental de los ciclos reside en este retiro y en el consiguiente reenfoque de la atención; [i249] debe recordarse, respecto a esto, que la ley básica subyacente de todo trabajo mágico es que la “energía sigue al pensamiento”. Si los aspirantes lo recordaran, atravesarían sus períodos estériles con mayor facilidad y serían conscientes del propósito subyacente.

Aquí se podría preguntar, ¿cuáles son los peligros en este punto medio?

Los peligros de una fluctuación demasiado violenta entre la tierra y el agua o entre la respuesta emocional a la vida y la verdad, o sea la vida en el plano físico. Algunos aspirantes son demasiado emocionales en sus reacciones, y otros, demasiado materialistas. El efecto de esto se siente en el punto medio y produce una violenta inestabilidad, inestabilidad que tiene un efecto directo en el centro plexo solar, el “punto medio” en los primitivos tiempos Atlantes, e incluso ahora en los procesos de transmutación de la aspirante personalidad. Transmuta y transmite las energías del centro sacro y del centro en la base de la columna vertebral, y es el lugar de distribución de todas las energías enfocadas en los centros abajo del diafragma.

Los peligros derivan de la prematura e incontrolada afluencia de energía espiritual pura al mecanismo de la personalidad. Dicha fuerza espiritual vital penetra por la abertura craneana y afluye a los centros de la cabeza. De ahí sigue la línea de menor resistencia, determinada por las tendencias diarias de la vida reflexiva del aspirante.

Otro peligro bastante grande resulta de unir la tierra con el agua, literalmente hablando. Se demuestra como la afluencia, en la conciencia cerebral (el aspecto tierra), de los conocimientos del plano astral. Una de las primeras cosas que percibe el aspirante es cierta tendencia al psiquismo inferior. Es una reacción del centro plexo solar. Pero este punto medio puede utilizarse como “trampolín” para el mundo de los fenómenos astrales, lo cual producirá la “muerte por ahogo”, [i250] porque la vida espiritual del aspirante puede ser inundada y completamente sumergida en los intereses de las experiencias psíquicas inferiores. Es aquí donde muchos aspirantes dignos se extravían -podrá ser temporalmente, pero los momentos son tan críticos que es deplorable perder tiempo en experimentos inútiles y retroceder en el sendero elegido.

Una clave del significado de estas palabras se encuentra en el reconocimiento del siguiente hecho oculto. El lugar donde se encuentra la tierra y el agua es el centro plexo solar. El sitio donde se unen el agua, la tierra y el aire, está en la cabeza. La tierra es el símbolo de la vida del plano físico y de la forma exotérica. El agua es el símbolo de la naturaleza emocional. Desde el gran centro de la vida de la personalidad, el plexo solar, se rige y se administra la vida. Cuando el centro de dirección reside abajo del diafragma, no es posible la magia. El alma animal controla y el alma espiritual está forzosamente pasiva. El aire es el símbolo de la vida superior, donde domina el principio crístico, se experimenta la liberación y llega el alma a su plena expresión. Es el símbolo del plano búdico, como el agua lo es del emocional. Cuando la vida de la personalidad asciende al cielo y la vida del alma desciende a la tierra, allí se halla el lugar de encuentro, y allí es posible el trabajo mágico trascendental.

Este lugar de encuentro es el sitio del fuego, el plano de la mente. El fuego es el símbolo del intelecto y todo trabajo mágico es un proceso inteligente llevado a cabo por la fuerza del alma y por el uso de la mente. Para hacerse sentir en el plano físico se requiere un cerebro receptivo a los impulsos superiores, que pueda ser impresionado por el alma, utilizando “chitta” o sustancia mental, para crear las formas mentales necesarias y así expresar las ideas y propósitos del alma inteligente y amorosa. Estos son reconocidos por el cerebro y [i251] fotografiados sobre los “aires vitales” que se hallan en la cavidad cerebral. Cuando dichos aires vitales pueden ser percibidos por el mago en meditación y las formas mentales plasmadas en este reflejo en miniatura de la luz astral, entonces empieza a hacerse sentir el verdadero poder de la magia. El cerebro ha “oído” ocultamente los mandatos e instrucciones de la mente a medida que retransmite los mandatos del alma. Los aires vitales son arrastrados a una actividad constructora de formas; de igual modo que su analogía superior, las “modificaciones del principio pensante, la materia mental” (como lo denomina Patanjali) son impulsados hacia una actividad análoga de construcción de formas. Estos pueden ser observados internamente por el ser humano que trata de efectuar el trabajo mágico; parte del éxito depende de su capacidad para registrar impresiones exactas y ver con claridad las formas del proceso de la magia que él está tratando de demostrar como trabajo mágico en el mundo externo.

Por lo tanto, podría decirse que existen tres etapas en el proceso de construir formas. Primero, el alma o ser espiritual, centrado en la consciencia del alma y actuando en “el lugar secreto del Altísimo”, visualiza el trabajo a realizar. Esto no es un acto consecutivo, sino que el trabajo de la magia, terminado y completo, se visualiza mediante un proceso que no involucra en absoluto el elemento tiempo o conceptos espaciales. Segundo, la mente responde al alma (recordándole el trabajo que debe realizar), y por medio de esta impresión, se lleva a la actividad la construcción de formas. De acuerdo con la lucidez y la iluminación de la materia mental, así será la respuesta a la impresión. Si la mente es un verdadero reflector y receptor de la impresión del alma, la forma mental correspondiente será exactamente igual a su prototipo. Si no lo es (como generalmente sucede en las primeras etapas del trabajo), entonces la forma mental creada será incorrecta y estará deformada, desequilibrada y “fuera de perspectiva”.

Por medio de la meditación se aprende el trabajo exacto de recepción [i252] y de correcta construcción; de ahí proviene el énfasis que todas las verdaderas escuelas de entrenamiento esotérico ponen sobre la mente enfocada, la capacidad de visualizar, la habilidad para la construcción de formas mentales y la captación exacta de la intención egoica. De ahí también la necesidad de que el mago comience el trabajo práctico de la magia, utilizándose a sí mismo como sujeto de experimento mágico. Así empieza a captar la visión del ser espiritual, tal como él es en esencia. Se da cuenta de las virtudes y de las reacciones que ese ser espiritual debe evidenciar en la vida del plano físico. Construye una forma mental de sí mismo como ser humano ideal, el verdadero servidor, el maestro perfecto.

Gradualmente coordina sus fuerzas para que el poder de ser lo que es internamente, empiece a tomar forma en la realidad externa, de manera que todos los seres la vean. Su mente crea un molde que es una réplica exacta del prototipo que moldea al ser humano inferior y lo fuerza a estar de acuerdo con el ideal. A medida que perfecciona su técnica adquiere un poder que transmuta y transforma, actuando sobre las energías que constituyen su naturaleza inferior, hasta subordinarlo todo y llegar a ser en la práctica lo que es esotérica y esencialmente. Cuando esto acontece, empieza a interesarse por el trabajo mágico en el que deben participar todas las verdaderas almas.

Entonces se manifiesta el tercer aspecto del proceso de construcción de formas, el cerebro se sincroniza con la mente y la mente con el alma, y se percibe el plan. Los aires vitales en la cabeza se modifican y responden a la fuerza del trabajo mágico constructor. Entonces en el lugar de la actividad cerebral está la forma mental, como resultado de las dos actividades previas, y se convierte en un centro de enfoque para el alma y en un punto a través del cual puede fluir la energía para la realización del trabajo mágico.

Este trabajo mágico llevado a cabo bajo la dirección del alma (inspirando a la mente, que a su vez impresiona al cerebro) conduce entonces (como resultado de esta triple actividad coordinada) a la creación de una forma [i253] o centro de enfoque dentro de la cabeza del mago. La energía que fluye a través de este punto focal, actúa mediante tres agentes distribuidores, y por eso los tres están involucrados en todo trabajo mágico:

  1. El ojo derecho, a través del cual la energía vital del espíritu puede expresarse.
  2. El centro laríngeo, a través del cual el Verbo, el segundo aspecto o alma, se expresa.
  3. Las manos, mediante las cuales actúa la energía creadora del tercer aspecto.

“El Mago Blanco” trabaja “con los ojos abiertos, la voz que proclama y las manos que otorgan”.

Estos puntos son únicamente de interés técnico para el trabajador experimentado en magia, pero solo de interés simbólico para los aspirantes, a quienes se les ha destinado estos escritos.

Que la visión interna sea nuestra, que el ojo perciba claramente la gloria del Señor, que la voz hable únicamente para bendecir y que las manos se utilicen solo para ayudar, esto bien puede ser la plegaria de cada uno de nosotros.