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EL RECORRIDO DEL CAMINO

Hemos visto, a medida que consideramos esta Regla XIV, que en el trabajo mágico el aspirante ha alcanzado el punto culminante de la objetividad. Se esfuerza por llegar a ser un creador mágico y llevar a cabo dos cosas:

  1. Crear de nuevo su instrumento o mecanismo de contacto, a fin de que el Ángel solar tenga un vehículo adecuado para [i582] la expresión de la Realidad. Hemos observado que esto involucra un tipo, una cualidad, una fortaleza y una rapidez correctos.
  2. Construir esas formas subsidiarias de expresión en el mundo externo, mediante las cuales la energía encarnada, fluyendo a través de las envolturas nuevamente creadas, pueda servir al mundo.

En el primer caso, el aspirante se ocupa de sí mismo, trabajando dentro de su propia circunferencia, aprendiendo así a conocerse, a modificarse a sí mismo y a reconstruir su aspecto forma. En el otro caso, está aprendiendo a ser un servidor de la raza, y a construir esas formas de expresión que encarnarán las nuevas ideas, los principios emergentes y los nuevos conceptos que deben regir y perfeccionar nuestro progreso racial.

Recuerden que ningún ser humano puede ser un discípulo, en el sentido que el Maestro da a esta palabra, si no es un pionero. Responder a la verdad espiritual, experimentar placer en ideales avanzados y aceptar con agrado las verdades de la nueva era, no constituye el discipulado. Si fuera así, las filas de los discípulos se llenarían rápidamente, y esto desgraciadamente no es el caso. Lo que caracteriza al aspirante que está en el umbral del discipulado aceptado, es la capacidad de comprender las próximas realizaciones que se hallan ante la mente humana; es el poder, moldeado en el crisol de la extraordinaria experiencia interna, de ver la visión inmediata y captar esos conceptos que la mente necesariamente debe revestir, dando a la persona el derecho de ser un trabajador reconocido del plan (reconocido por los Grandes Seres, si no lo es por el mundo); es el logro de esa orientación espiritual, mantenida firmemente -aunque haya perturbación externa en el plano físico de la vida- que significa para Quienes observan y buscan trabajadores, poder confiar a una persona algún pequeño aspecto del trabajo emprendido por ellos; es la capacidad de sumergirse, [i583] perdiendo de vista al yo inferior personal en la tarea de guiar al mundo bajo el impulso del alma, lo cual eleva a un ser humano desde el rango de místico aspirante hasta el de ocultista práctico, aunque místicamente orientado.

Este trabajo intensamente práctico, en el que estamos comprometidos, es de tal proporción que ocupará la atención y el tiempo de un ser humano, incluso toda su vida de pensamiento, y lo conducirá a una expresión eficiente en su tarea personal (impuesta por las limitaciones kármicas y las tendencias heredadas), y a una firme aplicación en el trabajo creador y mágico. El discipulado es una síntesis de trabajo arduo, desenvolvimiento intelectual, aspiración constante y orientación espiritual, además de cualidades poco comunes de una inofensividad positiva y el ojo abierto que ve a voluntad en el mundo de la realidad.

Se debe hacer notar al discípulo ciertas consideraciones que -para mayor claridad- detallaremos. Para llegar a ser un adepto le será necesario al discípulo:

  1. Investigar el Camino.
  2. Obedecer los impulsos internos del alma.
  3. No prestar atención a algunas consideraciones mundanas.
  4. Vivir una vida ejemplar para los demás.

Estos cuatro requisitos podrán parecer fáciles de realizar, en la primera lectura superficial, pero si se estudian cuidadosamente será evidente por qué un adepto es “la rara eflorescencia de una generación de investigadores”. Consideraremos cada uno de estos cuatro puntos:

1. Investigar el Camino. Uno de los Maestros ha dicho que toda una generación de investigadores puede producir un solo adepto. ¿Por qué será así? Por dos razones:

Primero, el verdadero investigador es aquel que aprovecha la sabiduría de su generación; es el mejor producto de su período particular y, sin embargo, permanece insatisfecho y con el [i584] anhelo interno de adquirir sabiduría. Para él existe algo de mayor importancia que el conocimiento y algo superior a la experiencia acumulada de su propio período y tiempo. Sabe que tiene que dar un paso adelante y lo hace para obtener y agregar algo a lo ya adquirido por sus colegas. Nada lo satisface hasta que encuentra el Camino, y nada sacia el deseo desde el centro de su ser, excepto lo que se halla en el Hogar del Padre. Es lo que es, porque habiendo probado todos los caminos menores, los ha encontrado deficientes, y habiéndose sometido a muchos guías, solo ha encontrado “ciegos conductores de ciegos”. No le queda más que convertirse en su propio guía y hallar por sí solo el camino al hogar. De esa soledad que es el sino de todo verdadero discípulo, nace ese conocimiento y esa confianza en sí mismo, que lo capacitará a su vez para ser un Maestro. Esta soledad no es debida al espíritu de separatividad, sino a la condición del Camino mismo. Los aspirantes deben tener presente esta diferencia.

Segundo, es verdadero investigador quien posee ese valor poco común, que permite a su poseedor permanecer erguido y emitir su propia nota clara en medio del alboroto del mundo. Es aquel que, mediante el ojo entrenado, ve más allá de las nieblas y los miasmas de la Tierra, hasta ese centro de paz que preside todos los acontecimientos terrestres, y mediante el oído atento y entrenado (habiendo captado un susurro de la Voz del Silencio), se mantiene a tono con esa alta vibración y, por consiguiente, está sordo a las seductoras voces menores. Esto nuevamente trae soledad y produce el alejamiento que sienten las almas menos evolucionadas cuando están en presencia de otras más avanzadas.

Una situación paradójica tiene lugar cuando se le indica al discípulo que investigue el Camino, y sin embargo nadie se lo señala. Quienes conocen el Camino no deben hablar, pues saben que el sendero es construido por el aspirante, así como la araña teje su tela desde el centro [i585] de su propio ser. Únicamente de este modo, llegan a florecer como adeptos aquellas almas que, en una generación dada, han “apisonado a solas el lagar de la ira de Dios” o que -en otras palabras- han expiado a solas su karma y han aceptado inteligentemente la tarea de recorrer el sendero.

2. Obedecer los impulsos internos del alma. Hacen bien los instructores de la raza en enseñar al neófito la práctica de la discriminación y entrenarlos en la ardua tarea de distinguir entre:

a. El instinto y la intuición.

b. La mente superior y la inferior.

c. El deseo y el impulso espiritual.

d. La aspiración egoísta y el incentivo divino.

e. El impulso emanado de los señores lunares y el desenvolvimiento del Señor solar.

No es tarea fácil o halagadora descubrirse a sí mismo y encontrar que quizás hasta el servicio prestado y nuestro anhelo de estudiar y trabajar, tuvieron un origen básicamente egoísta, o se han basado en un deseo de liberación o desagrado por los deberes cotidianos. El que trata de obedecer los impulsos del alma, debe hacer un análisis exacto y honesto de sí mismo, cosa realmente rara en estos días. Que se diga a sí mismo “tengo que ser veraz con mi propio Ser” y, en la intimidad y en el secreto de su propia meditación, tratar de no pasar por alto falta alguna, ni disculparse nada a sí mismo. Que aprenda a diagnosticar sus propias palabras, sus actos y sus móviles, y a llamar a todas las cosas por su verdadero nombre. Solo así se entrenará en la discriminación espiritual y aprenderá a reconocer la verdad en todas las cosas. Solo así llegará a la realidad y conocerá el verdadero Ser.

3. No prestar atención a las prudentes consideraciones de la ciencia y la sagacidad mundanas. Si el aspirante necesita cultivar [i586] la capacidad de caminar solo, si debe desarrollar la facultad de ser verídico en todas las cosas, tiene también que cultivar el valor. Con frecuencia necesita estar continuamente en contra de la opinión mundial y de la mejor expresión de esa opinión. Debe aprender a hacer lo que le corresponde, tal como lo ve y conoce, a pesar de la opinión deliberada de los seres humanos más grandes y mencionados de la Tierra. Debe depender de sí mismo y de las conclusiones a que llega, en sus momentos de comunión e iluminación espirituales. Es aquí donde fracasan la mayoría de los aspirantes. No hacen todo lo que pueden; no actúan en consciencia como les dicta su voz interna; no realizan las cosas que se ven incitados a hacer en sus momentos de meditación y no pronuncian las palabras que su mentor espiritual, el yo, les urge pronunciar. En el conjunto de estos detalles no realizados es donde se ven los grandes fracasos.

No hay trivialidades en la vida del discípulo, y una palabra no expresada o una acción incumplida puede ser el factor que impide a un ser llegar a la iniciación.

4. Vivir una vida ejemplar para los demás. ¿Es necesario que me extienda sobre esto? Me parece que no debería hacerlo, sin embargo, es aquí donde fracasan los seres humanos. Después de todo, ¿qué es servicio grupal? Sencillamente una vida de ejemplo. El mejor exponente de la Sabiduría Eterna es aquel que vive cada día la vida del discípulo, esté donde esté, aunque no sea la vida que quisiera vivir. Quizás la cualidad que produce el mayor número de fracasos entre los aspirantes a adeptos es la cobardía. Los seres humanos fracasan donde están, porque encuentran siempre alguna razón que les hace creer que deberían estar en otra parte. Huyen, casi sin darse cuenta, de las dificultades, de las condiciones inarmónicas, de las ocasiones que presentan problemas, y de las circunstancias que exigen una acción elevada y que se producen para extraer lo mejor del ser humano, [i587] siempre que las enfrente. Huyen de sí mismos y de los demás, en lugar de vivir la vida.

El adepto no pronuncia palabra que pueda herir o perjudicar. Por lo tanto, ha tenido que aprender el significado de las palabras en medio del torbellino de la vida. No pierde el tiempo compadeciéndose o justificándose a sí mismo, porque sabe que la ley lo ha colocado en el lugar donde mejor puede servir, y porque ha aprendido que las dificultades son siempre provocadas por el ser humano mismo y por el resultado de su actitud mental. Al deseo de justificación lo considera una tentación que debe evitar. Comprende que cada palabra pronunciada, cada acto realizado, cada mirada y cada pensamiento tienen su efecto sobre el grupo, ya sea para bien o para mal.

Por lo tanto, ¿no es bien evidente por qué tan pocos triunfan y tantos fracasan?