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2. Vida - Cualidad - Apariencia


En el estudio de los rayos debe recordarse que nos ocupamos de la expresión-vida por intermedio de la materia-forma. La unidad superior será reconocida sólo cuando se perfeccione esta relación dual. La teoría de la Vida Una podrá mantenerse, pero no me ocupo fundamentalmente de la teoría, sino de lo que puede ser conocido, siempre que haya progreso y se aplique la verdad en forma inteligente. Me ocupo de las posibilidades y de lo que puede realizarse. Muchas personas [i15] hablan y piensan hoy en términos de esa Vida Una, pero no son más que palabras e ideas, pues la verdadera percepción de esa Unidad esencial sigue siendo un sueño y una fantasía. Dondequiera se plasme esta realidad en palabras, se acentúa la dualidad y se acrecienta la controversia espiritual, empleando la palabra en su significado fundamental y no en su significado común antagónico. Tomemos, por ejemplo, las palabras: “Creo en la Vida Una” o “para mí sólo existe una Realidad”, y observen cómo expresan la dualidad en su terminología. La vida no puede ser expresada en palabras y tampoco su perfección. El proceso de “llegar a ser” que conduce a “ser” es un hecho cósmico, que incluye a todas las formas, y ningún hijo de Dios está aún exento de ese proceso mutable. Mientras reside en la forma no puede conocer lo que es la Vida, aunque, cuando haya dado ciertos pasos y actúe con plena conciencia en los planos superiores del sistema podrá, con plena conciencia, comenzar a vislumbrar a esa grandiosa Realidad. En el transcurso de las épocas ciertos grandes iniciados han cumplido su función de reveladores y han mantenido ante los ojos de los discípulos precursores de la vida, el ideal de la Unicidad y de la Unidad. Esto ha sido simplemente un cambio progresivo del foco de atención de una forma a otra, para obtener, desde un punto de vista más elevado, una nueva vislumbre de una posible verdad. Cada era (y la actual no es una excepción) creyó que su captación de la Realidad y su sensibilidad a la Belleza interna eran mejores y estaban más cerca que nunca de la Verdad. La más elevada comprensión de lo que se denomina la Vida Una es la percepción (del iniciado de grado superior) que ha alcanzado del Logos encarnado, la Deidad, y Su identificación con la conciencia de ese estupendo Creador Que trata de expresarse por medio del sistema solar. Ningún iniciado del planeta puede identificarse a sí mismo con la conciencia de ese Identificado Ser (en el sentido esotérico del término) quien en el Bhagavad Gita, dice: “Habiendo compenetrado todo el universo con un fragmento de Mí Mismo, Yo permanezco”. [i16]

Les recomiendo que reflexionen y consideren cuidadosamente estos pensamientos y procuren que haya una constante expansión del sentido de percepción y una creciente capacidad para hacer contactos comprensivos con esa Verdad, Realidad y Belleza emergentes que el universo manifiesta. Al mismo tiempo eviten los lirismos místicos sobre la Vida Una, que sólo son la negación de toda captación mental y la lujuria de una percepción sensual muy desarrollada y de naturaleza emocional de alto grado.

Todas las consideraciones hechas en este Tratado sobre los Siete Rayos se mantendrán necesariamente dentro del pensamiento, lo cual significa percibir la dualidad. Emplearé el lenguaje de la dualidad, pero no porque trate de recalcarla en detrimento de la unidad (pues ésta es para mí algo real y la vislumbro como algo más que una posibilidad), sino porque todos los aspirantes, discípulos e iniciados, hasta la tercera iniciación –como lo he dicho anteriormente- oscilan como un péndulo entre los pares de opuestos espíritu y materia. No me refiero a los pares de opuestos sino a las dualidades del plano astral o emocional -reflejos ilusorios de los verdaderos pares de opuestos- fundamentales de la manifestación. Consideraré el material que es de valor práctico y puede ser captado por la inteligencia iluminada del individuo medio. Es necesario que los estudiantes, que buscan la iluminación y la correcta captación de la verdad, no pongan el énfasis frecuentemente sobre ciertos aspectos y presentaciones de la verdad, diciendo que unos son espirituales y otros mentales. En el reino denominado mental se halla el gran principio de la separatividad, produciéndose también allí la gran unificación. Las palabras del iniciado Pablo tienen aquí un lugar apropiado: “Que la mente que estuvo en Cristo esté en vosotros”, y agrega [i17] en otra parte que el “Cristo había hecho en sí mismo de dos un nuevo ser humano”. Por medio de la mente se formula la teoría, se distingue la verdad y se capta la Deidad. Cuando hayamos avanzado más en el Sendero sólo veremos el espíritu en todas partes; el aforismo expresado por ese gran discípulo H.P.B. que dice “materia es espíritu en el punto inferior de su actividad cíclica”, y “espíritu en materia en el séptimo plano” el superior, será con el tiempo una realidad en nuestra conciencia. Esto es una frase intelectual que tiene todavía muy poco significado, excepto que enuncia una verdad que no puede ser comprobada. Todo lo que existe es la expresión de la conciencia espiritual, la cual espiritualiza a través de su vida inherente a todas las formas-materia. La larva o el gusano que desarrolló su pequeña vida en una masa de sustancia en descomposición constituyen una manifestación espiritual, como también lo es un iniciado que cumple con su destino en un conjunto de formas humanas, las cuales cambian rápidamente. Todo es Deidad manifestada; todo es expresión divina; todo es una especie de percepción sensible y de respuesta al medio ambiente, por lo tanto, un modo de expresarse conscientemente.

Los Siete Rayos son la primera diferenciación de la divina triplicidad Espíritu-Conciencia-Forma, y proporciona todo el campo de expresión para la Deidad manifestada. Se nos dice en las Escrituras del mundo que la interacción o la relación entre Padre-Espíritu y Madre-Materia produce eventualmente un tercero, el Hijo, o aspecto conciencia. A ese Hijo, producto de ambos, se lo define esotéricamente como “el Uno que fue tercero, pero que es segundo”. La razón de dicha terminología reside en que primero existían los dos aspectos divinos Espíritu-Materia, o materia impregnada de vida y únicamente cuando estos dos lograron su mutua unidad (observen la necesaria ambigüedad de esta frase) surgió el Hijo. El esotérico, sin embargo, considera al Espíritu-Materia como la primera unidad, y al Hijo, el segundo factor. Este Hijo, la vida divina encarnada en la materia y, por consiguiente, el que produce [i18] la diversidad y la inmensidad de formas, es la personificación de la cualidad divina. Podríamos por lo tanto emplear, para mayor claridad, los términos de Vida-Cualidad-Apariencia, que pueden reemplazarse por la triplicidad más común Espíritu-Alma-Cuerpo o Vida-Conciencia-Forma.

Utilizaré la palabra Vida cuando me refiera al Espíritu, a la energía, al Padre, al primer aspecto de la Divinidad y a ese Fuego eléctrico, dinámico y esencial que produce todo lo que existe, Fuente y Causa sustentadora y originadora de toda manifestación.

Utilizaré la palabra Apariencia para expresar lo que llamamos materia, forma o manifestación objetiva; es esa apariencia ilusoria, tangible y externa animada por la vida. Éste es el tercer aspecto, la Madre, salvaguardada y fertilizada por el Espíritu Santo o la Vida, unida a la sustancia inteligente. Es el fuego por fricción -fricción efectuada por la vida y la materia y su interacción, que produce un constante cambio y mutación.

Utilizaré la palabra Cualidad para expresar el segundo aspecto, el Hijo de Dios, el Cristo cósmico encarnado en la forma -forma que vino a la existencia por la relación espíritu materia. Dicha interacción produce la Entidad psicológica denominada el Cristo. El Cristo cósmico nos demostró su perfección, en lo que a la familia humana concierne, mediante el Cristo histórico. Esta entidad psicológica puede poner en función activa una cualidad que existe dentro de todas las formas humanas, la cual esotéricamente puede “eliminar las formas” y atraer tanto la atención, que oportunamente será considerada el factor principal y que constituye todo lo existente. Tal verdad respecto a la vida, a la cualidad y a la forma, está bien y claramente evidenciado en la historia del Cristo de Galilea. Continuamente recordaba a su pueblo que Él no era lo que aparentaba ser, y tampoco era el Padre en el Cielo, y todos los que Lo aman y conocen se refieren [i19] a Él en términos de cualidad. Nos demostró la cualidad del amor de Dios, y personificó en Sí mismo no sólo lo que había desarrollado de las cualidades de los siete rayos, sino también -como lo hacen muy pocos hijos de Dios- el principio fundamental del rayo del Logos solar mismo, la cualidad del Amor. Esto lo estudiaremos más detenidamente cuando consideremos el segundo Rayo de Amor-Sabiduría.

Los siete rayos son la personificación de siete tipos de fuerza que nos demuestran las siete cualidades de la Deidad. Estas siete cualidades tienen por consiguiente un séptuple efecto sobre la materia y las formas que existen en todas partes del universo, y también una séptuple interrelación entre sí.

Vida, cualidad y apariencia forman una síntesis en el universo manifestado y en el ser humano encarnado, y el resultado de esta síntesis es séptuple, dando origen a siete tipos de formas cualificadas que surgen en cada plano y en cada reino. Debe recordarse que todos los planos, que desde nuestro pequeño punto de vista consideramos amorfos, no lo son en realidad. Nuestros siete planos son sólo siete subplanos del plano físico cósmico. No nos ocuparemos de los planos, excepto en su relación con el desarrollo del ser humano, ni del macrocosmos, ni de la vida en desarrollo del Cristo cósmico. Limitaremos totalmente nuestra atención al ser humano y a sus reacciones psicológicas hacia las formas cualificadas, en tres direcciones: hacia las formas que existen en los reinos subhumanos de la naturaleza, aquellas con las cuales está asociado en la familia humana, las de la Jerarquía guiadora, y las del mundo de las almas. Los siete tipos de rayo deben ser estudiados en su totalidad desde el punto de vista humano, porque este tratado está destinado a proporcionar al ser humano un nuevo acercamiento psicológico mediante la comprensión de las energías, siete en total, y sus cuarenta y nueve diferenciaciones, las cuales lo animan y hacen de él lo que es. Más adelante, a medida que estudiemos cada tipo [i20] de rayo, someteremos al ser humano a un detenido análisis y estudiaremos su forma de reaccionar en estas tres direcciones.

Estos siete rayos son las siete corrientes de fuerza que emergen de una energía central después que (desde el punto del tiempo) fue establecido ese vórtice de energía. Entonces entre el espíritu y la materia se produjo la interacción, y la forma, o apariencia, del sistema solar inició su proceso de llegar a ser -proceso que conduce oportunamente a ser-. Esta idea es antigua y verídica. En los escritos de Platón y de los iniciados que antiguamente sentaron las proposiciones fundamentales que guiaron a la mentalidad humana durante épocas, se hace referencia a los siete eones y a las siete emanaciones, a la vida y a la naturaleza de los “Siete Espíritus que están ante el Trono de Dios”. Estas grandes Vidas, actuando dentro de los límites del sistema solar, reunieron en Sí la sustancia que necesitaban para la manifestación, y construyeron las formas y apariencias mediante las cuales podían expresar mejor Sus cualidades innatas. Dentro de Su radio de influencia reunieron todo lo que ahora existe. Este conglomerado de material cualificado constituye Su cuerpo de manifestación, así como el sistema solar es el cuerpo de manifestación de los aspectos de la Trinidad.

Esta idea podrá captarse mejor si se recuerda que todo ser humano constituye a su vez un conjunto de átomos y células que componen la forma, en la cual están diseminados órganos y centros de vida diferenciados, que actúan con ritmo y relación, pero poseen distintas influencias y diferentes propósitos. Este conglomerado de formas animadas tiene la apariencia de una entidad o vida central, caracterizada por su propia cualidad que actúa de acuerdo al grado de evolución, impresionando así con su radiación y vida a todo átomo, célula y organismo dentro del radio de su influencia inmediata y también a cada ser humano con quien se pone en contacto. El ser humano constituye una entidad psíquica, una Vida que, [i21] mediante la influencia irradiadora, ha construido una forma, la ha matizado con Su cualidad psíquica, presentando así en el mundo circundante una apariencia que persistirá durante todo el tiempo que viva en esa forma.

Esta afirmación abarca también la historia de la vida y la aparición cualificada de uno de los siete rayos. Dios, Rayo, Vida y Ser Humano, son todas entidades psicológicas y constructoras de formas. En consecuencia, una gran vida psicológica está apareciendo a través de un sistema solar, y siete vidas psicológicas, cualificadas por siete tipos de fuerza, también están apareciendo por intermedio de los siete planetas. Cada vida planetaria repite la misma técnica de manifestación, vida, cualidad y apariencia, y en su segundo aspecto cualitativo se manifiesta como una entidad psicológica. Cada ser humano es una réplica en miniatura de todo el plan. También es espíritu, alma y cuerpo; vida, cualidad y apariencia. Colora su apariencia con su cualidad y la anima con su vida. Debido a que todas las apariencias son expresiones de la cualidad, y las menores están incluidas en las mayores, cada forma de la naturaleza y cada ser humano pertenece a uno de los siete rayos cualificadores, y su apariencia en la forma fenoménica está matizada por la cualidad de su rayo fundamental y caracterizado predominantemente por el rayo de esa vida particular de cuya emanación surgió, pero incluirá también, en forma secundaria, los otros seis tipos de rayo. Por lo tanto, aceptemos -como analogía simbólica-, la realidad de una Vida Central (externa y fuera del sistema solar y, sin embargo, dentro de él durante el proceso de manifestación). Que decide dentro de Sí misma tomar forma material y encarnar. Así se establece un vórtice de fuerza como paso preliminar, entonces tenemos al mismo tiempo a Dios Inmanente y a Dios Trascendente. Este vértice, resultado de su actividad inicial, se manifiesta por intermedio de lo que llamamos sustancia (utilizando un término técnico de la ciencia moderna, lo mejor que podemos hacer por ahora), o [i22] a través del éter del espacio. La consecuencia de esta interacción activa de la vida y la sustancia es que se constituye una unidad básica. Padre y Madre se han unido. Dicha unidad está caracterizada por la cualidad. Por medio de esta triplicidad de vida, cualidad y forma, la Vida central evoca y manifiesta conciencia, es decir, responde conscientemente a todo lo que acontece, pero en un grado que resulta imposible conocerlo, debido a que estamos limitados por nuestra actual y muy poco desarrollada etapa de evolución.

Quienes estudian este tratado deben tener en cuenta que es necesario familiarizarse, desde el comienzo, con estos cuatro factores condicionantes –vida cualidad-apariencia- y su resultado o síntesis, que denominamos Conciencia.

Por eso, siempre hablamos de lo que está fuera de la apariencia y de lo que es consciente de esa apariencia. Esto involucra la percepción de su desarrollo material, la consiguiente expresión adecuada y también la percepción de su desarrollo psíquico. Ningún estudio sobre los rayos es posible si no se conocen estos cuatro factores. Captaremos el tema con mayor facilidad si aprendemos a considerarnos como una exacta (aunque todavía no desarrollada) expresión y reflejo de este cuaternario inicial y creador. Somos vidas que aparecen, expresan cualidad y lentamente se dan cuenta del proceso y objetivo a medida que nuestras conciencias se asemejan cada vez más a la de la Divinidad Misma.