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CAPÍTULO I. CONCEPTOS DE INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I

CONCEPTOS DE INTRODUCCIÓN

"El método científico –independientemente del estrecho punto de vista agnóstico y pragmático –es incompleto e insuficiente por sí mismo– para establecer contacto con la realidad, exige por lo tanto el complemento de algo metafísico."

Joseph Maréchal, S.J.

[i3] El amplio interés que el tema de la meditación ha despertado en la actualidad, evidencia una necesidad mundial que exige clara comprensión. Cuando descubrimos una tendencia popular hacia cualquier dirección unilateral constante, podemos con certeza deducir que de ello surgirá algo que la raza necesita en su marcha hacia delante. Lamentablemente, la meditación es considerada por quienes la definen superficialmente como un «modo de orar». Sin embargo, se puede demostrar que en la correcta comprensión del proceso de meditación y en su acertada adaptación a las necesidades de nuestra civilización moderna, se encontrará la solución de nuestras dificultades pedagógicas y el método por el cual será posible llegar a la comprobación de la existencia del alma –ese algo viviente que llamamos «alma», a falta de un término más adecuado.

El propósito de este libro es dilucidar la naturaleza y la verdadera significación de la meditación, así como su aplicación en gran escala en Occidente. Se ha sugerido que, con el tiempo, suplantará a los métodos actuales de entrenar la memoria y llegará a ser un potente factor en los procedimientos pedagógicos modernos. Este tema ha preocupado a los pensadores de Oriente [i4] y Occidente durante miles de años, y esta similitud de interés es en sí misma importante. Los nuevos desarrollos que llevarán a la raza adelante por el sendero de su consciencia en desenvolvimiento, tomarán el camino de la síntesis. El crecimiento del conocimiento humano debe producirse por la fusión de las técnicas de entrenamiento mental orientales y occidentales. Esto se está logrando rápidamente y los pensadores de ambos hemisferios comprenden que esta fusión lleva hacia un conocimiento más significativo. Edward Carpenter dice:

"Parece que ha llegado el momento, con la difusión de nuestro conocimiento del globo, en que está teniendo lugar, en forma natural e inevitable..., una gran síntesis del pensamiento humano... A consecuencia de esta unión de los elementos, ya están surgiendo los tenues delineamientos de una filosofía que con toda seguridad debe dominar el pensamiento humano durante un prolongado período”. {i} 1

Aquí reside la gloria y la esperanza de la raza y el triunfo sobresaliente de la ciencia. Somos ahora un sólo pueblo; la herencia de cualquier raza está a disposición de las demás; las mejores ideas de los siglos están disponibles para todos; las antiguas técnicas y los métodos modernos deben unirse e intercambiarse. Cada uno deberá modificar su modo de presentación y realizar un esfuerzo para comprender el espíritu subyacente que ha producido una peculiar fraseología y simbología. Pero hechas estas concesiones se descubrirá que emerge una estructura de la verdad que encarnará el espíritu de la nueva era. Los pensadores modernos lo comprenden así, y el Dr. H. A. Overstreet señala:

[i5]

"Sospechamos que la filosofía oriental ha tenido escasa influencia sobre el pensamiento occidental, debido principalmente al modo de exponerla. Pero existen todas las razones para creer que, a medida que la influencia del pensamiento occidental –particularmente su empecinamiento experimental– se haga sentir en Oriente, se adoptará una nueva modalidad filosófica, y la profunda espiritualidad del pensamiento oriental será expresada en forma más aceptable para la mente occidental." [ii] 2

Hasta ahora, ambas escuelas han manifestado mutuo antagonismo; sin embargo, la búsqueda de la verdad ha sido la misma; el interés por lo que es y lo que pueda ser, no está confinado a ninguno de los dos grupos, y los factores con los que han trabajado son los mismos. Aunque la mente del pensador oriental se deje llevar por la imaginación creadora y la del investigador occidental por la realización científica creadora, el mundo que ambos penetran es, curiosamente, el mismo; el instrumento del pensamiento que emplean, se llama «mente» en Occidente y «sustancia mental» (Chitta) en Oriente, y ambos emplean el lenguaje de los símbolos para expresar sus conclusiones, y ambos alcanzan un punto en que las palabras son inútiles para incorporar las posibilidades intuidas.

El Dr. C.G. Jung, uno de los que tratan de unir estos elementos hasta ahora discordantes, los toca en el siguiente párrafo, extraído de su «Comentario sobre un Antiguo Escrito Chino», que dice:

«La consciencia occidental no es en manera alguna consciencia general, sino un factor históricamente condicionado y geográficamente limitado, que representa sólo a una parte de la humanidad. La [i6] expansión de nuestra propia consciencia no debiera proseguir a expensas de otros tipos de consciencia, sino realizarse mediante el desenvolvimiento de los elementos de nuestra psiquis, análogos a los de una psiquis extranjera, así como Oriente no puede prescindir de nuestra técnica, ciencia e industria. La invasión europea en Oriente fue un acto de violencia en gran escala y nos ha dejado el deber –nobleza obliga– de  comprender la mente oriental. Esto es quizá más necesario de lo que creemos hoy»[iii] 3

El Dr. Wm. E. Hocking de Harvard, también expone la misma idea cuando dice:

«Es razonable esperar un porvenir físico mejor para la raza, con la ayuda de una sana higiene mental. Para cuando haya pasado la era de los charlatanes y hasta cierto punto con la ayuda de los mismos, se vislumbra la posibilidad de un constante acrecentamiento del autodominio, a medida que el sentido espiritual de una disciplina como la del yoga se combine con los sobrios elementos de la psicología occidental y con un sensato sistema de ética. Ninguno tiene valor sin el otro».[iv] 4

Quienes estudiaron en ambas escuelas, dicen que las imágenes místicas de Oriente (lo mismo que las de nuestros místicos occidentales) son nada más que un velo tras el cual han podido penetrar siempre los dotados de percepción intuitiva. La ciencia de Occidente, al hacer resaltar la naturaleza de la forma, nos ha conducido también a la esfera de la intuición y parecería que ambos sistemas podrían fusionarse, y debería ser posible para cada uno –descartando lo no esencial– llegar a una comprensión básica recíproca, [i7] desarrollando un nuevo acercamiento al misterio central del hombre, fundado en antiguas y comprobadas verdades. El Dr. Jung se ocupa de esto en el mismo libro:

«La ciencia es la mejor herramienta de la mente occidental; con ella pueden abrirse más puertas que con las manos. Por lo tanto, es parte integrante de nuestra comprensión, y sólo ofusca nuestra percepción cuando pretende ser el único y excepcional modo de captación. Pero Oriente nos ha enseñado otra comprensión más amplia, profunda y superior, es decir, la comprensión por medio de la vida. Conocemos este medio sólo vagamente, como un mero sentimiento difuso extraído de la terminología religiosa y, por consiguiente, placenteramente ubicamos la ‘sabiduría’ oriental entre comillas, y la relegamos a la oscura región de la fe y de la superstición. Pero de esta manera, el ‘realismo’ oriental es enteramente incomprendido. No consiste en intuiciones sentimentales, exageradamente místicas que bordean lo patológico y emanan de los reclusos ascéticos y lunáticos. La sabiduría de Oriente está basada en el conocimiento práctico, y no tenemos la más leve justificación para despreciarla». [v] 5

El nudo de la situación reside en el entrenamiento de la mente. La mente humana es el instrumento que podemos emplear en dos direcciones. Una es hacia lo externo. Al actuar así, la mente registra nuestros contactos con los mundos físico y mental en que vivimos y reconoce las condiciones emocional y sensorial. Registra y correlaciona nuestras sensaciones, reacciones y todo lo que le llega por conducto de los cinco sentidos y el cerebro. Este es un campo de [i8] conocimiento que ha sido estudiado extensamente, y mucho progreso efectuaron los psicólogos en la comprensión de los procesos de la mentalización. El Dr. George Binney Dibblee6 cita al Dr. Jung cuando dice que «pensar es una de las cuatro funciones psicológicas básicas». Es esa función psicológica que, de acuerdo con sus propias leyes, pone en conexión conceptual determinadas presentaciones. Es una actividad perceptible, activa y pasiva. El pensar activo es un acto de la voluntad, el pensar pasivo una ocurrencia [vi] 6

Como veremos más adelante, el mecanismo pensante involucra la meditación y debe entrenarse para agregar, a la primera función de la mente, la aptitud de ir hacia otra dirección y registrar con igual facilidad el mundo interno e intangible. Esta aptitud re-orientadora permitirá a la mente registrar el mundo de realidades subjetivas, de percepción intuitiva y de ideas abstractas. Esta elevada herencia del místico, al parecer, no está aún al alcance del hombre medio.

El problema que hoy enfrenta la familia humana en el campo de la ciencia y de la religión, se debe a que quien sigue a ambas, descubre que se halla en el portal de un mundo metafísico. Ha llegado a su fin un ciclo de desenvolvimiento. El hombre como entidad pensante y sensoria, parece haber llegado a una comprensión bastante completa del instrumento con el cual debe trabajar.

Y se pregunta: ¿En qué podrá emplearlo? ¿Adónde lo conducirá esa mente [i9] que poco a poco está aprendiendo a dominar?

¿Qué le tiene reservado el futuro al hombre? Algo que sentimos de mayor belleza y certidumbre que lo conocido hasta ahora. Quizá llegaremos universalmente a ese conocimiento que el místico individual ha obtenido. Nuestros oídos se ensordecen por el ruido de nuestra civilización moderna y, no obstante, captamos a veces armónicos que testimonian la existencia de un mundo inmaterial. Nuestros ojos están cegados por la niebla y el humo de nuestro primer plano inmediato; no obstante, llegan destellos de clara visión que revelan un estado del ser más sutil y disipan la niebla, permitiendo ver «la gloria que jamás existió en mar o tierra». El Dr. Charles Bennet de Yale, expresa estas ideas en términos muy hermosos: 

«Cae el velo de los ojos y aparece el mundo bajo una nueva luz. Las cosas ya no son comunes; llega la certeza de que éste es el mundo real, cuyo verdadero carácter ha permanecido oculto debido a la ceguera humana.

Allí donde los sistemas giratorios se oscurecen
Y se remontan nuestros insensibles conceptos,
Aunque prestemos atención,
No percibiremos la caída de una pluma,
Cuando hace impacto sobre nuestras puertas clausuradas con arcilla.
Los ángeles ocupan sus antiguos puestos.
¡Ni una sola piedra mueven, ni baten un ala!
Eres tú y tu extraño rostro,
El que no percibe al multiesplendoroso ser.

«La experiencia al principio es tentadora e ilusionante. Se percibe el rumor de un mundo nuevo y el espíritu ansía emprender el viaje sobre mares desconocidos. El mundo familiar debe dejarse atrás. Comienza la gran aventura religiosa...»

[i10] «En alguna parte existe una certidumbre. Un universo en desarrollo puede proporcionar un abierto porvenir, pero quien afirme que el universo está en desarrollo, afirmará un hecho inalterable acerca de su propia estructura, cuya realidad es la eterna garantía de la posibilidad y de la validez del experimento...».

«El hombre es un puente. Aun el superhombre, cuando nos demos cuenta que es sólo el símbolo de un arduo ideal, resultara ser también un puente. Nuestra única seguridad reside en que las puertas del futuro están siempre abiertas». [vii] 7

Posiblemente el problema consiste en que los portales del porvenir se abren sobre un mundo inmaterial y sobre un reino intangible, metafísico y supersensorial. Hemos agotado completamente los recursos del mundo material, pero no hemos aprendido aún a actuar en el mundo inmaterial, llegando a veces hasta a negar su existencia. Encaramos la inevitable experiencia que llamamos muerte y sin embargo, no damos los pasos racionales para determinar si realmente existe una vida más allá. Los progresos de la evolución han producido una raza maravillosa, dotada de un mecanismo sensorio de respuesta y de una mente razonadora. Poseemos los rudimentos de un sentido denominado intuición, y así equipados permanecemos ante las puertas del porvenir y formulamos la pregunta: ¿A que dedicaremos este mecanismo complejo que llamamos ser humano? ¿Hemos llegado a nuestro pleno desarrollo? ¿Existen aspectos de la vida que escaparon hasta ahora a nuestra atención, debido a que tenemos poderes latentes y capacidades que aún [i11] no comprendemos? ¿Es posible que estemos ciegos a un vasto mundo de vida y belleza, con leyes y fenómenos propios? Los místicos, los videntes y los pensadores de todas las épocas y de ambos hemisferios, han afirmado que tal mundo existe.

Con su equipo, que podríamos llamar personalidad, el hombre tiene un pasado, un presente caótico y un porvenir imposible de vislumbrar. No puede permanecer estático; debe avanzar. Vastas organizaciones pedagógicas, filosóficas, científicas y religiosas, se esfuerzan al máximo para indicar el camino a seguir y ofrecer una solución a su problema.

Lo estático y cristalizado se desmorona con el tiempo, y donde cesa el crecimiento se producen anormalidades y retrocesos. Alguien ha dicho que debemos evitar el peligro de la «personalidad desintegrada». Si la humanidad no constituye una potencialidad, si el hombre ha llegado al cenit y no puede ir más allá, deberá reconocerlo y procurar, en lo posible, que su decadencia y caída sean fáciles y hermosas. Resulta alentador observar que ya en 1850 llegaron a percibirse vagamente los difusos contornos del portal que da entrada a una nueva era, y los pensadores de esa época demostraron gran preocupación para que el hombre aprendiera la lección y siguiera adelante. Las palabras de Carlyle citadas en el libro de L. P. Jacks, describen apropiadamente la época actual:

«Hasta los tontos se detienen a preguntar qué significa la época que estamos pasando; pocas generaciones han tenido días tan impresionantes. Días de interminables [i12] calamidades, derrumbes, desorganizaciones, dislocamientos y confusiones cada vez peores... Necesitamos algo más que una esperanza, pues la rutina... es universal. Debe haber un nuevo mundo si queremos que exista el mundo. Es muy remota la esperanza de que los seres humanos de Europa vuelvan a la antigua y penosa rutina para seguir adelante constante y firmemente. Estos días de mortandad universal deberán ser de renacimiento universal, para que la ruina no sea total ni definitiva. Ha llegado el momento de que el más torpe se preocupe por saber de dónde viene y hacia dónde va»[viii] 8

Mirando retrospectivamente los setenta y tantos años transcurridos desde que Carlyle escribiera dichas palabras, nos consta que el género humano ha ido adelante. Se inauguró la era de la electricidad y todos conocemos los maravillosos descubrimientos de la ciencia de nuestra época. Por lo tanto, en momentos de nuevas crisis podemos seguir adelante con optimismo y verdadero valor, pues los portales de la nueva era se perciben con mayor claridad que antes. Quizás sea verdad que el hombre recién está llegando a su mayoría de edad y en vísperas de entrar en posesión de su herencia, descubra dentro de sí mismo poderes, aptitudes, facultades y tendencias que garantizan una madurez útil, vital y una vida eterna. Estamos finalizando la etapa en que dimos gran importancia al mecanismo y al conjunto de células que constituyen el cuerpo y el cerebro, con su reacción automática al placer, dolor y pensamiento. Sabemos mucho acerca del Hombre, la máquina. Hemos contraído una gran deuda [i13] con la escuela mecanicista de psicología por sus descubrimientos sobre el mecanismo por el cual el ser humano se pone en contacto con su medio ambiente. Pero existen hombres entre nosotros que no son meras máquinas, lo que nos concede el derecho de medir nuestras máximas aptitudes y grandeza en potencia, comparándolas con lo que han realizado los más grandes hombres, los cuales no son «rarezas» del capricho divino ni de los ciegos impulsos evolutivos, sino la garantía de la realización final del conjunto.

Irving Babbit hace observar en su libro que hay algo en la naturaleza del hombre «que lo diferencia, simplemente como hombre, de otros animales», y a ese algo lo define Cicerón como «sentido del orden, del decoro y de la mesura en los hechos y las palabras». [ix] 9 Babbit añade (y esto es algo digno de observarse) que «el mundo será mejor si un mayor número de personas estuvieran seguros de que son humanos antes de tratar de ser super humanos».  [x] 10 Probablemente existe una etapa intermedia donde actuamos como hombres, mantenemos relaciones humanas y desempeñamos nuestras debidas obligaciones, cumpliendo de esta manera nuestro temporal destino. Aquí surge el interrogante de si tal etapa sería generalmente posible, teniendo en cuenta que en la actualidad existen millones de analfabetos en nuestro planeta.

Pero a la par de esta tendencia a lograr una humanidad pura y apartarse de la estandarización del ente humano, surge un grupo denominado místico, que nos da testimonio de la existencia de otro mundo de experiencias y de contactos, y fe de [i14] realizaciones personales, manifestaciones y satisfacciones fenoménicas, desconocidas por el hombre común. El Dr. Bennet dice: «los mismos místicos describen lo que han obtenido, como visión, del significado del Universo y de que todas las cosas están unidas. Ellos Han descubierto la clave».  [xi] 11 Los místicos han aparecido en el transcurso de las épocas y al unísono han proclamado: Existe otro reino de la naturaleza con sus propias leyes, fenómenos y relaciones íntimas. Es el reino del espíritu. Lo hemos descubierto y todos pueden comprobar su naturaleza. Estos testigos forman dos grupos; uno, de buscadores puramente místicos y emotivos, quienes al percibir la visión caen en un rapto de iluminación ante la belleza presentida; el otro, de conocedores, que añaden al rapto emotivo la realización intelectual (orientación de la mente), permitiéndoles hacer algo más que presentir y gozar. Comprenden, conocen y se han identificado con ese nuevo mundo del ser al que aspira el místico puro. La línea demarcadora entre los conocedores de las cosas divinas y quienes perciben la visión, es muy tenue.

No obstante, entre ambos grupos existe una tierra de nadie donde tiene lugar una gran transición. Se establece un intervalo entre la experiencia y el desarrollo, donde el místico visionario se trasforma en conocedor práctico. Existen también un proceso y técnica a los que el místico se somete, a fin de coordinar y desarrollar en él un nuevo y sutil [i15] mecanismo, por el cual ya no percibe la visión de la realidad divina, sino que sabe que él es esa realidad. La técnica de la meditación tiene que ver con el proceso de transición y con la tarea de educar al místico. Este libro se ocupa de esa técnica.

El problema de conducir al hombre a tomar posesión de su herencia como ser humano, es función de los educadores y de los psicólogos, y deberán conducirlo al portal del mundo místico. Por paradójico que parezca, la misión de ponerlo en posesión de su herencia espiritual corresponde a la religión y a la ciencia. El Dr. Pupin12 dice: «la ciencia y la religión se complementan mutuamente y son los dos pilares del portal que el alma humana atraviesa para penetrar en el mundo donde reside la divinidad».[xii] 12

Debemos dar a la palabra «espiritual» un significado más amplio. No me refiero a las verdades religiosas, pues las exposiciones de los teólogos y de los eclesiásticos de las grandes organizaciones religiosas, orientales y occidentales, pueden ser o no verdaderas. Empleamos la palabra «espiritual» para significar el mundo de luz y belleza, de orden y propósito, mencionado en las Escrituras, objeto de detenida investigación por parte de los científicos y en el cual han penetrado los precursores de la familia humana y han regresado de él para relatarnos sus experiencias. Consideremos espirituales todas las manifestaciones de la vida, y así ampliaremos lo que comúnmente entendemos por esta palabra, a fin de significar [i16] las energías y potencias subyacentes en todas las formas de la naturaleza, que otorgan a cada una su esencial característica y cualidad distintivas. Durante miles de años, en todo el planeta, los místicos y conocedores dieron testimonio de experiencias en mundos más sutiles, donde tuvieron contacto con fuerzas y fenómenos que no pertenecen a este mundo físico. Hablan de haber encontrado huestes angélicas; hacen referencia a la gran nube de testigos; se comunican con los hermanos mayores de la raza que trabajan en otras dimensiones, y manifiestan poderes acerca de los cuales el ser humano común nada sabe; hablan de una luz y una gloria, de un conocimiento directo de la verdad y de un mundo fenoménico, idéntico al de los místicos de todas las razas. Quizá sea verdad que gran parte de estos testimonios puedan ser considerados como alucinaciones; también puede ser verdad que muchos de los santos de la antigüedad fueron casos psicopáticos y neuróticos, pero queda un resto de testimonios y un número suficiente de testigos intachables que lo corroboran y nos obligan a creerlo. Estos testigos de los mundos invisibles hablaron con palabras categóricas y dieron mensajes que moldearon las ideas de los hombres y dirigieron la vida de millones de seres. Afirmaron que existía una ciencia del conocimiento espiritual y una técnica de desarrollo, mediante las cuales los hombres podrían alcanzar la experiencia mística y así conocer a Dios.

Ésta es la ciencia que vamos a estudiar en este libro [i17] y la técnica que trataremos de desarrollar. Concierne al correcto empleo de la mente por el cual el mundo de las almas se revela a sí mismo, y se descubre y se abre la puerta secreta que conduce de la oscuridad a la luz, de la muerte a la inmortalidad y de lo irreal a lo real.

La solución definitiva de nuestro problema mundial depende de que alcancemos este conocimiento –conocimiento que no es ni oriental ni occidental sino que pertenece a ambos. Cuando hayamos estrechado lazos con Oriente y hayamos fusionado los mejores pensamientos de Oriente y Occidente, tendremos una enseñanza sintética y equilibrada que liberará a las futuras generaciones, debiendo empezar en el campo de la educación y con la juventud.

En Occidente, la consciencia se ha enfocado en los aspectos materiales de la vida y todo nuestro poder mental se ha concentrado en el control y utilización de las cosas materiales, en el perfeccionamiento de las comodidades físicas, y en la adquisición y acumulación de posesiones. En Oriente, donde las realidades espirituales se mantienen en forma más uniforme, el poder mental se ha empleado en la concentración y la meditación, y en profundos estudios filosóficos y metafísicos; pero las masas incapaces de estas actividades, se hallan en condiciones notoria y peculiarmente terribles, desde el punto de vista de la vida física. Mediante la fusión del progreso de ambas civilizaciones (llevado ahora con creciente rapidez) se está obteniendo un equilibrio, gracias al cual toda la humanidad [i18] será capaz de manifestar su plena potencia. Oriente y Occidente irán aprendiendo gradualmente a compartir, en beneficio mutuo. La tarea en este campo es una de las cosas fundamentales y necesarias del actual ciclo.

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1. Carpenter, Edward. The Art of Creation, pág. 7
2. Overstreet, H.A. The Enduring Quest, pág. 271
3. Wilhelm, Richard, and Jung, Dr. C.G. El Secreto de la Flor de Oro, pág. 136
4. Hocking, Wm. E. Self, Its body and Freedom, pág. 75
5. Wilhelm, Richard, and Jung, Dr. C.G. .El Secreto de la Flor de Oro, pág. 78
6. Dibblee, George Binney, Instinct and Intuition, pág. 85
7. Bennet, Charles A., A Philosophical Study of Mysticism, pp. 23, 17, 130
8. Jacks, L.P. Religious Perplexities, pág. 46
9. Babbit, Irving, Humanism : An Essay at Definition
10. Ídem
11.Bennett, Charles A., A Philosophical Study of Mysticism, pág. 81
12. Pupin, Michael, The New Reformation, pág. 217