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CAPÍTULO X. LA NECESIDAD DE PRECAUCIÓN EN LA MEDITACIÓN

CAPÍTULO X.

LA NECESIDAD DE PRECAUCIÓN EN LA MEDITACIÓN

«La vida limpia, la mente abierta, el corazón puro, el intelecto ansioso, la revelada percepción espiritual, el hermanazgo con el condiscípulo, la disposición a dar y recibir consejo e instrucción..., la disposición a obedecer los preceptos de la Verdad..., sufrir valerosamente las injusticias personales, la valerosa declaración de principios, la valiente defensa de quienes fueron injustamente atacados, la constante atención hacia el ideal de la progresión y perfección humanas descritas por la ciencia secreta, constituyen la escalera de oro por cuyos peldaños puede ascender el aprendiz hasta el Templo de la Sabiduría Divina».

H.P. Blavatsky

[i237] El delineamiento de la práctica de la meditación dado en el capítulo anterior, constituye un buen ejercicio de concentración para el principiante, y lo llevará, con el tiempo, si es constante, a la práctica genuina de la meditación. Es difícil poder concentrarse durante un minuto, pero constituye un verdadero paso en el proceso de la meditación, el cual es un acto de concentración prolongada. El delineamiento ayudará a lograr una atención activa. Muchos delineamientos similares pueden ser descritos por quienes conocen las reglas y son buenos psicólogos, y pueden satisfacer las necesidades de diversos tipos de personas. En las últimas páginas de este libro aparecen algunos delineamientos, pero evidentemente en un libro de este tipo no tienen cabida prácticas más avanzadas ni un trabajo más intenso. Ello sólo puede llevarse a cabo con inteligencia cuando se han dominado las primeras etapas.

Debe observarse que con atención constante, todo proceso mental que conduzca desde la forma externa hacia dentro, a la energía o aspecto vida de esa forma y permita al pensador identificarse con ella, servirá un propósito similar al del delineamiento técnico. Cualquier sustantivo, por ejemplo, cuando se comprende adecuadamente que es el nombre de una cosa [i238] y por lo tanto, de una forma, servirá como pensamiento simiente en la meditación. La forma se estudiará respecto a su cualidad y propósito, y con el tiempo todo puede ser retrotraído a una idea, y toda verdadera idea emana del reino del alma. Si se asume la actitud adecuada y, por lo tanto, se siguen los procesos delineados en el Capitulo V, el pensador se verá conducido desde el mundo fenoménico al mundo de las realidades divinas. A medida que se adquiera práctica en la concentración, se podrá omitir la consideración de la forma externa y de la cualidad y aspecto de la misma, y una vez que la concentración (gracias a la persistencia y práctica) llegue a ser automática e instantánea, el estudiante puede comenzar con el aspecto propósito o la idea subyacente que trajo a la existencia a la forma externa. Este concepto lo expresa Plutarco cuando dice:

«Toda idea es un ser incorpóreo que no tiene subsistencia propia, pero que da figura y forma a la materia amorfa y se convierte en causa de la manifestación». (De Placit, Philos).

Estas son palabras significativas que encierran mucha información para el estudiante de esta antigua técnica de la meditación.

Podría decirse, por consiguiente, que desde el punto de vista de la mente, la finalidad de la meditación consiste en alcanzar el mundo de las ideas; desde el ángulo del alma constituye la identificación del alma individual con el mundo originador de todas las ideas. Mediante el control de la mente nos damos cuenta que las ideas están detrás de nuestra evolución [i239] mundial, y la manifestación (a través de la materia) de la forma que adoptan. Por medio de la meditación establecemos contacto con una parte del Plan; percibimos los anteproyectos del Gran Arquitecto del Universo, dándonos la oportunidad de participar en su surgimiento a la objetividad mediante nuestro contacto con las ideas durante la meditación y su correcta interpretación.

Por lo tanto, es evidente la necesidad de que el aspirante posea una mente bien entrenada y provista de conocimiento si quiere interpretar con exactitud lo que percibe; es evidente, asimismo, que debe ser capaz de formular con claridad los pensamientos con que trata de revestir las ideas nebulosas y, a la vez, mediante su claro pensar, plasmarlas en el cerebro expectante. Quizá sea verdad que Dios en muchos casos desarrolla Sus planes valiéndose de seres humanos, pero necesita agentes inteligentes, hombres y mujeres de más capacidad que los elegidos por los conductores de la raza para participar en sus esfuerzos. No es suficiente amar a Dios. Sólo es un paso hacia la correcta dirección, pero cuando la devoción no está equilibrada con el buen sentido y la inteligencia, conduce a muchas acciones torpes y a esfuerzos mal dirigidos. Dios busca a quienes poseen mentes altamente desarrolladas y entrenadas y refinados cerebros (para registrar sensiblemente las impresiones más elevadas), a fin de llevar a cabo correctamente el trabajo. Podría decirse que los santos y los místicos revelaron la naturaleza de la Vida divina y la cualidad de las ideas que rigen Sus [i240] actividades en el mundo fenoménico, y que a los conocedores del mundo y a los intelectuales de la raza les corresponde a su vez revelar al mundo el Plan sintético y el Propósito divino. De este modo hallaremos el hilo de oro que nos sacará del laberinto de nuestra actual condición caótica mundial y nos llevará a la luz de la verdad y la comprensión.

Debemos recordar que vivimos en un mundo de energía y de fuerza. El poder de la opinión pública (emocional como comúnmente es, iniciada con frecuencia por algunas ideas básicas, malas o mediocres, formuladas por los pensadores) es bien conocido, siendo una forma de energía que produce grandes resultados. El efecto devastador de la emoción incontrolada, por ejemplo, es igualmente bien conocido, y también una demostración de fuerza. La expresión, tan generalmente empleada, «las fuerzas de la naturaleza», demuestra que desde que el hombre empezó a pensar, supo que todo es energía. El científico dice que todo es manifestación de energía y que no existe otra cosa sino energía; estamos sumergidos en ella, afluye a través nuestro y actúa en nosotros. Se dice que todas las formas están compuestas de átomos y los átomos son unidades de energía. En consecuencia el hombre mismo es energía, formado de unidades de energía, viviendo en un mundo similarmente constituido y trabajando con energía todo el tiempo.

La ley fundamental que rige toda la práctica de la meditación, es la que antiguamente formularon los videntes de la India hace siglos, según la cual «la energía sigue al pensamiento». Desde la región de las ideas (o del conocimiento del alma) fluye energía. La “opinión pública” que prevalece en el reino [i241] del alma, se filtra poco a poco en las densas mentes de los hombres, y a ello pueden atribuirse todos los movimientos progresistas de la época actual, todas las organizaciones de bien común y mejoramiento grupal, todos los conceptos religiosos y todo conocimiento externo de las Causas que producen la objetividad. Tales ideas asumen ante todo una forma mental, y alguna mente las capta, medita sobre ellas o las trasmite a algún grupo de pensadores, llevándose a cabo la tarea de reflexionar cabalmente sobre las mismas.

Comienza entonces a penetrar el deseo y tenemos una reacción emocional hacia los pensamientos evocados por las ideas, y va construyéndose gradualmente la forma. Así continúa el trabajo, y la energía del alma, de la mente y del deseo, se correlaciona con la energía de la materia y viene a la existencia una forma definida. Puede afirmarse que toda forma, ya sea la de una máquina, un orden social o un sistema solar, es la materialización del pensamiento de algún pensador o grupo de pensadores. Es un tipo de trabajo creador, y las mismas leyes que han intervenido para que surja a la existencia rige todo el proceso, y el trabajo ha sido concentrado con una energía de determinado tipo. El estudiante de meditación debe, por lo tanto, recordar que trabaja siempre con energías, las cuales varían y tienen un efecto definido sobre las energías de que él mismo está compuesto (si se permite esta expresión).

Es evidente, en consecuencia, que el hombre que aprende a meditar debe procurar realizar dos cosas:

Primero: traer a la [i242] mente y luego interpretar correctamente aquello que ha visto y con lo cual se ha puesto en contacto, y luego trasmitirlo con exactitud y precisión al atento e impresionable cerebro. Así el hombre, en su despierta consciencia física, percibe las cosas del reino de Dios.

Segundo: conocer la naturaleza de las energías con las que hace contacto y entrenarse para utilizarlas correctamente. Podría darse un ejemplo práctico universalmente reconocido. Cuando nos sentimos arrastrados por la ira o la irritabilidad, instintivamente empezamos a gritar. ¿Por qué? Porque la energía emocional nos domina. Aprendiendo a controlar la energía de la palabra hablada, empezamos a dominar este tipo particular de energía emocional.

Ambas ideas, correcta interpretación y trasmisión, y correcto empleo de la energía, resumen toda la práctica de la meditación. Evidencian también el problema que enfrenta el estudiante y por qué todos los instructores inteligentes de la técnica de la meditación recomiendan a sus discípulos la necesidad de que procedan despacio y con cuidado.

Es esencial comprender que la meditación puede resultar una práctica muy peligrosa, causar al individuo serias dificultades, resultar destructiva y desorganizadora, ser más perjudicial que beneficiosa y llevar al individuo a una catástrofe si entra en el Camino del Conocedor sin la adecuada comprensión de lo que está haciendo y de adónde lo llevará. En realidad puede ser la «tarea salvadora» y librar al hombre de todas sus dificultades, y en forma constructiva y liberadora, guiar al hombre, mediante correctos [i243] y sensatos métodos, por la senda que conduce de las tinieblas a la luz, de la muerte a la inmortalidad y de lo irreal a lo Real. Podría ser de utilidad considerar estos dos puntos un poco más detenidamente.

Hemos visto que la profunda necesidad del aspirante es traer con exactitud a la consciencia del cerebro físico los fenómenos del mundo espiritual con los cuales podrá ponerse en contacto. Sin embargo, es probable que transcurra mucho tiempo antes de poder penetrar en tal mundo. Por lo tanto debe aprender a diferenciar los campos de percepción que se le abrirán a medida que se hace más sensible y conoce el carácter de lo que ve y oye. Consideraremos brevemente algunos fenómenos de la mente inferior, que los estudiantes constantemente interpretan mal.

Algunos, por ejemplo, registran un arrobador encuentro con el Cristo o alguna gran alma que se les aparece cuando meditan, les sonríe y les dice: «Alégrate, estás haciendo un gran progreso. Eres uno de los trabajadores elegidos y te será revelada la verdad», o algo igualmente fatuo. Se entusiasman por el acontecimiento, lo anotan en sus diarios y me escriben con gran gozo, diciendo que es el acontecimiento más importante ocurrido en sus vidas. Puede serlo, si lo manejan correctamente y aprenden la lección. ¿Qué ha ocurrido realmente? ¿Ha visto el estudiante al Cristo? Aquí debe recordarse la verdad de que «los pensamientos son cosas» y que todos los [i244] pensamientos toman forma. Dos cosas lo han producido, si realmente ha tenido lugar y no es el resultado de una imaginación vívida y sobreestimulada. El poder de la imaginación creadora recién ahora empieza a presentirse y es posible ver lo que queremos ver, aunque no esté allí. El deseo del aspirante por progresar y su arduo esfuerzo, lo han obligado a despertarse o a ser consciente en el plano psíquico, el plano de las imaginaciones vanas, de los deseos y de las realizaciones ilusorias. En tal reino se pone en contacto con una forma mental de Cristo o de algún grande y reverenciado Instructor. El mundo de la ilusión está lleno de estas formas mentales construidas en el transcurso de las edades por los amorosos pensamientos de los hombres, y el individuo, actuando por medio de su propia naturaleza psíquica (la línea de menor resistencia para la mayoría), llega a hacer contacto con tal forma mental, la confunde con la realidad, y se la imagina diciendo todo lo que quisiera que diga. Anhela que lo alienten; busca, como la mayoría, justificar el fenómeno mediante su esfuerzo; tranquiliza su cerebro y se desliza suavemente a una condición psíquica y negativa. Mientras se encuentra en tal condición, su imaginación empieza a actuar, ve cuanto quiere ver, y oye magníficas palabras de reconocimiento, que es lo que él ansía. No se le ocurre que los guías de la raza están demasiado ocupados con las actividades grupales de los pensadores avanzados y líderes de la humanidad, mediante los cuales Ellos actúan, para emplear Su tiempo con los infantes de la raza, que pueden quedar bajo la tutela [i245] de seres menos evolucionados. Tampoco se les ocurre que si estuvieran tan avanzados y altamente evolucionados como para merecer el privilegio de tal contacto, el Maestro no malgastaría Su tiempo y el del aspirante, dándole golpecitos en la espalda y pronunciando sandeces muy altisonantes, pero sin sentido. Más bien utilizaría el breve momento en indicar alguna debilidad que debe eliminarse o alguna obra constructiva a emprender.

También puede suceder que alguna fuerza (palabra frecuentemente empleada) o entidad, llegue al estudiante mientras medita y le describa una gran obra para la cual ha sido elegido; algún mensaje mundial que debe dar para ser oído por el mundo entero, o algún gran invento que debe presentar al mundo expectante si continúa siendo bueno. Alegremente se ciñe el manto de profeta y, con inquebrantable creencia en su capacidad y habilidad para influir a miles de personas, aunque es relativamente impotente para influir a quienes lo rodean, se prepara para llevar a cabo su misión divina. En un año, tres «Instructores mundiales» que estudiaban meditación en otras escuelas, solicitaron ingresar en el grupo con el que estoy asociada. Pero no lo hicieron por querer llevar a cabo la práctica de la meditación, sino por creer que nos alegraría el ingreso en el grupo de los cientos de personas que ellos salvarían. Decliné tal honor y desaparecieron sin saber nunca más de ellos. El mundo todavía los espera. Su sinceridad no ofrece [i246] duda alguna. Creían en lo que decían. Pero sin duda sufrían de alucinación. Todos corremos el peligro de engañarnos de la misma manera cuando empezamos a meditar si la mente discernidora no está alerta, o si tenemos secretas aspiraciones de sobresalir espiritualmente y sufrimos un complejo de inferioridad, el cual debe ser neutralizado.

Otra causa del engaño reside en que estas personas quizá hicieron verdadero contacto con el alma. Tuvieron un destello de su omnisciencia y perdieron la cabeza, debido a lo maravilloso del conocimiento y de la visión. Sobreestimaron su capacidad, pero el instrumento del alma fue totalmente incapaz de estar a la altura de los requisitos; hay aspectos en sus vidas sobre los cuales no puede brillar la luz; existen fallas secretas que conocen pero no pueden remediar, y también el deseo de fama, poder y ambición. Aún no son almas que funcionan activamente. Han tenido simplemente la visión de una posibilidad y se derrumban debido a que no ven la personalidad tal cual es.

Sin embargo, a pesar de ser verdad lo que antecede, tengamos siempre presente que es privilegio del verdadero conocedor trabajar en íntima colaboración con los Guías de la raza, pero el medio de colaboración no es engañar al estudiante. Recién cuando empezamos a funcionar conscientemente como almas y nos ocupamos de prestar un servicio desinteresado (un servicio auto iniciado y desarrollado, porque el alma es consciente del grupo y la naturaleza del alma es servir), estableceremos tal contacto. [i247] Cristo es el Hijo de Dios en plena actividad funcional, el «Primogénito de una gran familia de hermanos». Posee una consciencia de alcance universal y a través de Él afluye el amor de Dios y los propósitos de Dios llegan a su fructificación. Es el Maestro de Maestros, el Instructor de ángeles y hombres. Cuando Él y Sus colaboradores descubren que un aspirante está absorbido en la obtención de la autodisciplina, y es fiel y consciente en sus esfuerzos, trata de ver si la luz que reside en él ha llegado a la etapa en que puede brillar. Si descubren a alguien que ansía tanto servir a sus semejantes, que no espera establecer contactos fenoménicos ni tiene interés en alabanzas, ni en satisfacer su vanidad y complacencia, posiblemente le es revelado el trabajo que puede realizar en su propia esfera de influencia para impulsar el Plan divino. Pero tendrá que empezar por demostrar primeramente allí donde se encuentra, su capacidad en su hogar y ocupación y en las pequeñas cosas, antes de confiársele sin peligro las grandes. La ridícula arrogancia que aparece en alguno de los escritos que registran los contactos psíquicos de quienes los escriben, es casi increíble, por lo menos podrían demostrar sentido del humor.

El punto que el estudiante de la meditación debe recordar es que todo conocimiento e instrucción es transmitido a la mente y al cerebro por la propia alma del hombre, la cual ilumina su camino. Los Instructores y Maestros de la raza trabajan por mediación de las [i248] almas. Nunca se reiterará esto suficientemente. El primer deber de cada aspirante debería ser la práctica perfecta de la meditación, el servicio y la disciplina, y no establecer contacto con una gran Alma. Quizá sea menos interesante, pero lo protege de la ilusión. Si lo hace, los resultados elevados se manifestarán por sí mismos. Por lo tanto, si se le presenta alguna aparición y tal entidad hace comentarios trillados, debe utilizar el mismo criterio que emplearía en los negocios o en la vida común si alguien se le presentara y dijera: «tienes un gran trabajo en tus manos, vas bien, observamos y sabemos, etc». Probablemente soltaría una carcajada y continuaría con la actividad o deber del momento.

Otro efecto de la meditación muy prevaleciente en esta época, es el diluvio de los denominados escritos inspirados, a los que en todas partes se les da mucha importancia. Hombres y mujeres escriben en forma automática, inspirada y profética, y difunden al público los resultados de su tarea. Estos escritos se caracterizan por la uniformidad de ciertos detalles, lo cual puede explicarse de varias maneras. Proceden de muy diferentes fuentes internas. Son curiosamente similares; indican un espíritu de amorosa aspiración; no dicen nada nuevo, sino que repiten lo ya dicho tantas veces; contienen muchas afirmaciones y frases relacionadas con los escritos de los místicos o con las enseñanzas cristianas; quizá encierren algunas profecías sobre acontecimientos futuros (generalmente deplorables y terribles y muy raras veces auspiciosas); dan muchas [i249] satisfacciones a quien los escribe y hacen que se considere un alma grande y maravillosa, siendo, por lo general, afortunadamente inofensivos. Son legión y resulta cansado leer varios de esos manuscritos. Algunos son decididamente destructivos, predican grandes e inmediatos cataclismos y fomentan el temor en el mundo. Aun suponiendo que estas predicciones fueran verdad, cabe preguntar qué ganan con atemorizar al público, y si no es más constructivo que las personas conozcan su destino inmortal en vez de que sean arrastradas por un maremoto, o víctimas de una catástrofe, o que su ciudad sea borrada del mapa. ¿Qué son estos escritos —buenos e inofensivos, dañinos, destructivos, subversivos? Se pueden clasificar, en general, en dos tipos; primero, tenemos los escritos de esas almas sensibles que se pueden sintonizar —en los niveles psíquicos— con el cúmulo de aspiraciones, anhelos e ideas de los místicos de todas las épocas; o los engendrados por las actuales condiciones mundiales; o análogamente sintonizar los temores de las épocas, los temores raciales y hereditarios o los engendrados por las actuales condiciones mundiales prevalecientes. Esto lo captan, escriben y distribuyen entre sus amigos. A esta categoría pertenecen los escritos de los sensitivos más mentales, que pueden ponerse en relación telepática con el mundo mental, responden a la mente de un poderoso pensador, o al conjunto de conceptos del mundo religioso, y registran en las esferas mentales el temor, el odio y la separatividad [i250] de las masas. Aunque el material registrado sea bueno o malo, placentero (raras veces sucede), desagradable o imparta temor o un presagio, en todos los casos es materia psíquica y de ninguna manera indica la cualidad reveladora del alma. Las profecías de los Libros de Daniel y del Apocalipsis han dado pie a la construcción de una forma mental de temor y terror, a la cual se deben muchos escritos de naturaleza psíquica; el exclusivismo de la religión organizada condujo a muchos a separarse del resto de la humanidad y a considerarse como los elegidos del Señor con la marca del Cristo en su frente y, por consiguiente, asumen la posición de que nada les pasará y el resto del mundo debe perecer, a no ser que se les convenza para que interpreten la verdad y el futuro en los términos expuestos por el ungido y el elegido.

Segundo, estos escritos pueden indicar un proceso de auto-desenvolvimiento y un método por el cual el místico introvertido puede convertirse en extrovertido. El escritor puede haberlo extraído de la riqueza del conocimiento subconsciente que posee, acumulado mediante sus lecturas, reflexiones y contactos. Su mente ha registrado y almacenado muchos conocimientos de los cuales ha sido inconsciente durante muchos años. Empieza a meditar y, repentinamente, se sumerge en las profundidades de su propia naturaleza hasta penetrar en las fuentes de su propia subconsciencia, llegándole la información que ha quedado bajo el umbral de su consciencia diaria. Comienza a escribir asiduamente. Constituye un enigma la razón por la cual considera estas ideas como emanadas [i251] del Cristo o de algún gran Instructor. Probablemente nutre su orgullo (también inconscientemente) al considerarse un canal por el cual Cristo puede comunicarse. No me refiero aquí a la masa de escritos automáticos tan populares hoy. Supongo que el estudiante de la meditación nada quiere saber con este peligroso tipo de trabajo. Ningún verdadero aspirante que trate de dominarse a sí mismo, entregará las riendas de su gobierno, sometiéndose al control de entidad alguna encarnada o desencarnada, ni prestará su mano ciegamente para ser empleada por cualquier fuerza. Los peligros de este tipo de trabajo son demasiado bien conocidos y llevaron a muchas personas a institutos psicopáticos o fue necesario liberarles de obsesiones e ideas fijas, por lo tanto, no es preciso extenderme sobre ello.

Lógicamente se preguntarán, ¿cómo es posible diferenciar los escritos inspirados de un verdadero conocedor, de este cúmulo de literatura que inunda la mente del público en la actualidad? Diría ante todo, que el escrito realmente inspirado carecerá totalmente de referencias personales; emitirá una nota de amor y no contendrá nada que despierte odios y erija barreras raciales; transmitirá conocimiento definido y su autoridad residirá en la respuesta de la intuición; responderá a la ley de analogía y se adaptará al cuadro mundial. Sobre todo contendrá la impronta de la sabiduría divina y llevará a la raza un poco más adelante. Respecto a su mecánica, los escritores de este tipo de enseñanza tendrán una cabal comprensión [i252] de los métodos empleados. Dominarán la técnica del proceso; serán capaces de protegerse de la ilusión y la intromisión de personalidades, y tendrán un conocimiento práctico del mecanismo con que trabajan. Sabrán cómo recibir las enseñanzas de entidades desencarnadas y de grandes Maestros, y conocerán todo lo concerniente a quienes transmiten tales enseñanzas.

Los verdaderos servidores de la raza y quienes hacen contacto con el mundo del alma por la meditación, no tienen tiempo para exponer generalidades, lo dejan para quienes repiten las cosas como loros. Dichos servidores están demasiado ocupados en servir constructivamente y no disponen de tiempo para ceñirse el manto que sólo es el velo del orgullo; no les interesa la buena opinión de cualquier persona, encarnada o desencarnada, sino únicamente la aprobación de su propia alma, interesados vitalmente en el trabajo precursor del mundo. Tampoco harán nada para nutrir el odio y la separatividad ni fomentar el temor, siendo muchas las personas en el mundo que están demasiado dispuestas a hacerlo; avivarán la llama del amor dondequiera vayan; enseñarán la verdadera inclusividad de la hermandad y no un sistema que enseñe la hermandad a unos pocos, excluyendo al resto; reconocerán a todos los hombres como Hijos de Dios y no se ubicarán en un pedestal de rectitud y conocimientos, desde donde proclamar la verdad tal como la ven, condenando a la destrucción a quienes no están de acuerdo ni actúan como ellos creen que deben actuar, ubicándolos fuera de la ley; tampoco [i253] consideran una raza mejor que otra, aunque reconozcan el plan evolutivo y la labor que corresponde a cada raza. En resumen, tratarán de educar el carácter de los hombres, no malgastarán el tiempo destruyendo personalidades, ni se ocuparán de efectos o resultados. Trabajarán en el mundo de las causas y enunciarán principios. El mundo está lleno de destructores que nutren los actuales odios y agrandan las divisiones entre razas y grupos, ricos y pobres. Que el verdadero estudiante de la meditación recuerde que, cuando hace contacto con su alma y se unifica con la Realidad, entra en un estado de consciencia grupal que derriba toda barrera y no excluye de su esfera de conocimiento, a ninguno de los hijos de Dios.

Podrían mencionarse otras formas de ilusión, porque el primer mundo que el aspirante alcanza generalmente es el psíquico, el de la ilusión. Esto tiene su utilidad, y penetrar en él es una de las experiencias más valiosas, siempre que las reglas del amor y la impersonalidad guíen al aspirante y todos los contactos sean sometidos a la mente discriminadora y al prevaleciente sentido común. Muchos aspirantes carecen del sentido del humor y lo toman demasiado en serio. Dejan de lado el sentido común al penetrar en un nuevo campo de fenómenos. Es útil registrar y luego olvidar lo que se ve y oye hasta empezar a actuar en el reino del alma, pues entonces no les interesará [i254] recordarlo. Deben evitarse también los personalismos y el orgullo, pues no tienen cabida en la vida del alma, la cual se rige por principios y por amor a todos los seres. Cuando estas cualidades se desarrollan, no hay peligro de desvío o demora para quien estudia la meditación, pues inevitablemente penetrará algún día en ese mundo del cual se dice que «nadie ha visto ni oído las cosas que Dios ha revelado a quienes Lo aman». Ese momento depende de su persistencia y paciencia.

La segunda dificultad a considerar puede interpretarse en términos de energía. Los estudiantes con frecuencia se quejan de un sobreestímulo y una acrecentada energía que son incapaces de manejar, y dicen que al tratar de meditar se sienten indebidamente inquietos o con deseos de llorar; experimentan períodos de intensa actividad, donde corren de un lado a otro, sirven, hablan, escriben y trabajan y terminan reaccionando violentamente, hasta llegar a veces al punto de un colapso nervioso. Otros se quejan de cierto dolor en la cabeza, de una molesta vibración en la frente o en la garganta después de meditar. Sufren, además, de insomnio. En realidad, están sobre estimulados. Su sistema nervioso ha sido afectado por intermedio de los finos y sutiles «nadis» que fundamentan los nervios, a los que ya me he referido. Los principiantes en la ciencia de la meditación atraviesan por dificultades que [i255] deben superar cuidadosamente. Si se manejan en forma correcta desaparecerán pronto, pero si se descuidan pueden conducir a serios trastornos. Todo aspirante ansioso e interesado constituye él mismo una dificultad en esta etapa, porque su ansia por dominar la técnica de la meditación lo hace olvidar las reglas dadas y precipitarse, a pesar de todo lo que le diga el instructor o las advertencias hechas. En vez de sujetarse a la fórmula señalada de quince minutos, trata de forzarse y dedicar treinta minutos; en vez de seguir el delineamiento establecido, trata de sostener la concentración el mayor tiempo posible, y en el máximo esfuerzo olvida que está aprendiendo a concentrarse y no a meditar. Por lo tanto sufre de insomnio, sobreviniéndole el colapso nervioso, culpando al instructor y considerando peligrosa esta ciencia; sin embargo, el verdadero culpable es él mismo.

Al presentarse alguna de estas dificultades primordiales, debería suspenderse momentáneamente la práctica de la meditación o hacerla con más lentitud. Si la condición no es demasiado grave para justificar la completa cesación de la práctica, debe observarse y descubrirse hacia dónde parece dirigirse (en el cuerpo humano) la energía entrante. Durante la meditación se extrae energía que se dirige a determinada parte del mecanismo.

En los tipos mentales o en el caso de quienes ya tienen cierta facilidad en «centrar su consciencia» en la cabeza, se sobreestimulan las células del cerebro, [i256] dando lugar a dolores de cabeza, insomnio, sensación de plenitud o vibración perturbadora, entre los ojos o en la parte superior de la cabeza. Otras veces, se tiene la sensación de una luz cegadora, similar a un repentino relámpago o destello de electricidad, que se ve con los ojos cerrados, lo mismo en la oscuridad que en la luz.

Cuando esto ocurre, el período de la meditación debe reducirse de quince a cinco minutos o practicar la meditación día por medio, hasta que las células del cerebro se hayan ajustado al nuevo ritmo y al creciente estímulo. No hay motivo de ansiedad si se es prudente y se obedece a los consejos del instructor, pero si el estudiante en tales condiciones empieza a forzar su meditación o a alargar el tiempo, se expone a serios trastornos. De nuevo entra en juego el sentido común, y con la reducción del tiempo y la práctica de una breve meditación cada día, es posible volver a la normalidad. Tuvimos estudiantes que pasaron por esto, pero obedientes a las reglas indicadas y aplicando el sentido común, ahora meditan treinta minutos o una hora diariamente.

En los temperamentos emocionales, la dificultad se siente primeramente en la región del plexo solar. El estudiante es propenso a la irritabilidad, ansiedad y preocupación; especialmente las mujeres, tienen disposición a llorar con facilidad y a veces a sentir náuseas, pues hay una íntima [i257] relación entre la naturaleza emocional y el estómago, como lo prueban los vómitos que se producen en casos de sobresalto, temor o intensa emoción. Se aplica, como en los primeros casos, la misma regla, el sentido común y la práctica más cuidadosa y más lenta del proceso de meditación.

Podría mencionar otro efecto del sobre estímulo. Hay personas que se hacen excesivamente sensibles. Los sentidos trabajan en exceso y sus reacciones son más agudas. Se apropian de las condiciones físicas y psíquicas de quienes los rodean, están totalmente abiertas, por así decirlo, a los pensamientos y temperamentos de otras. Su terapéutica no consiste en acortar los períodos de meditación —que deben continuar de acuerdo al programa— sino en interesarse en forma más mental sobre la vida, el mundo de las ideas, algún tema que tienda a desarrollar la capacidad mental y la habilidad de vivir centrado en la cabeza y no en la zona emocional. La cura se obtendrá enfocando la atención en la vida y sus problemas, y efectuando un intenso trabajo mental. Por esta razón los instructores prudentes no enseñan meditación si no va acompañada de algún curso de lectura o estudio, a fin de mantener el equilibrio de sus estudiantes. El desarrollo cabal es siempre necesario, y la mente entrenada debe ir a la par del crecimiento en la vida espiritual.

Existe una tercera categoría de resultados indeseables que no debemos omitir. Muchos estudiantes de meditación se quejan que su vida sexual ha sido extremadamente estimulada, causándoles numerosos trastornos. [i258] Se han presentado varios casos cuya investigación permitió observar que dichos estudiantes tenían una naturaleza animal aún muy poderosa, de vida sexual activa y desordenada y, aunque llevaron una vida física controlada, sus mentes eran absorbidas por pensamientos sexuales. Se descubre con frecuencia un fuerte complejo mental en relación con lo sexual, y quienes considerarían erróneo llevar una vida sexual anormal o practicar perversiones, se ocupan mentalmente del sexo o lo discuten en todo momento, permitiéndole desempeñar una parte indebida en su actividad mental.

Algunas personas dignas tienen además la firme convicción de que el celibato debe acompañar siempre la vida del espíritu. ¿No será que el verdadero celibato a que se refieren las antiguas reglas, concierne a la actitud del alma o del hombre espiritual hacia el mundo, la carne y el demonio, como lo expresan las escrituras cristianas? ¿No será que el verdadero celibato se refiere a nuestra abstención de todo lo que parece malo? El celibato en unos, consistirá en abstenerse de toda relación sexual, a fin de demostrarse a sí mismos que han llegado a controlar la naturaleza animal; en otros, por ejemplo, abstenerse de toda murmuración y charla inútil. Nada hay de pecaminoso en el matrimonio, que probablemente es la única solución para muchos que, de otra manera, llevarían una indebida actividad mental en lo que se refiere al sexo. Es innecesario agregar que el verdadero estudiante de meditación no debe tolerar en su vida la promiscuidad o las relaciones sexuales ilegítimas. El aspirante a la [i259] vida del espíritu se somete no sólo a las leyes del reino espiritual, sino también a las costumbres legalizadas de su época y tiempo. Por consiguiente, regulariza su vida física cotidiana de tal manera, que el hombre de la calle reconoce en él la moralidad, la rectitud y la corrección con que se presenta ante el mundo. Un hogar que esté fundamentado en una verdadera y feliz relación entre el hombre y la mujer, en la mutua confianza, colaboración y comprensión, y donde resalten los principios de la vida espiritual, es una de las mejores ayudas que se puede proporcionar al mundo en la actualidad. La relación basada en la atracción física y en la gratificación de la naturaleza sexual cuyo principal objetivo sea prostituir la naturaleza psíquica para el deseo animal, es pecaminosa y errónea. Si la meta de nuestros esfuerzos es poner de manifiesto al Dios inmanente en la forma, ningún nivel de consciencia es intrínsecamente más divino que otro, y la divinidad puede expresarse en todas las relaciones humanas. Si un hombre o mujer casados no pueden alcanzar la iluminación y llegar a la meta, debe haber algo que no está bien, pues la divinidad no puede expresarse por lo menos en uno de los planos. Poniéndolos en palabras que quizá sean consideradas una blasfemia, pero que nos permitirán captar la futilidad de estos razonamientos, puede decirse que «Dios es derrotado en una parte de Su reino».

Nos hemos extendido en este punto porque muchas personas, particularmente hombres, encuentran que la naturaleza animal requiere atención cuando comienzan a meditar. Descubren en sí mismos deseos incontrolados, además de efectos fisiológicos que [i260] causan agudo malestar y desaliento. Una persona puede poseer altas aspiraciones y sentir un fuerte anhelo hacia la vida espiritual y al mismo tiempo tener aspectos en su naturaleza aún incontrolados. La energía que afluye durante la meditación, desciende a través del mecanismo y estimula todo el sistema sexual. Siempre se descubre y estimula el punto débil. La cura de esta condición puede resumirse en estas palabras: control de la actividad mental y transmutación. Debe cultivarse una intensa preocupación e interés mental en otra dirección que no sea la de menor resistencia, el sexo. Debe hacerse un esfuerzo constante para retener en la cabeza la energía recibida, empleándola en alguna actividad creadora. La enseñanza oriental dice que la energía generalmente dirigida a la actividad sexual debe ser elevada y conducida a la cabeza y a la garganta, particularmente a esta última, que según se expone, es el centro del trabajo creador. Expresándolo en términos occidentales significa que aprendemos a transmutar la energía utilizada en el proceso procreador o en pensamientos sexuales y a utilizarla creadoramente en escritos, en esfuerzos artísticos o en alguna actividad grupal. La moderna tendencia de encontrar al pensador, enfocado y de tipo puramente mental que eluda el matrimonio y, como frecuentemente se hace, lleve una vida exclusivamente célibe, puede ser una demostración de la veracidad de la posición oriental, y causa de gran preocupación entre quienes estudian la disminución de la natalidad. La transmutación no es por cierto la [i261] muerte de una actividad o el cese de una función en cualquier nivel de consciencia, en bien de otro superior. Constituye la correcta utilización de los distintos aspectos de la energía, donde el yo cree que debe emplearse para impulsar los fines de la evolución y ayudar en el Plan. La mente iluminada por el alma debería ser el factor controlador, y cuando pensemos y vivamos correctamente y elevemos los pensamientos y energías a «los lugares celestiales», resolveremos nuestros problemas mediante el desenvolvimiento de una normal espiritualidad, tan necesaria en esta época, particularmente entre los aspirantes y estudiantes esotéricos.

Es conveniente, además, antes de terminar este capítulo, referirnos a los peligros a que se exponen quienes responden al llamado de instructores que buscan alumnos «para desarrollar la mediumnidad». Se les enseña a meditar sobre algún centro de energía, generalmente el plexo solar, a veces el cardíaco y, lo curioso, nunca el coronario. La meditación sobre un centro está basada en la ley según la cual la energía sigue al pensamiento y conduce a estimular directamente dicho centro con la resultante demostración de las características particulares, de las cuales estos puntos focales —diseminados por todo el cuerpo humano— son responsables. Debido a que la mayoría de las personas actúan principalmente por medio de las energías acumuladas abajo del diafragma (la energía sexual y la emocional), su estímulo es muy peligroso. Teniendo esto en cuenta ¿por qué arriesgarse? ¿Por qué no aprender de la experiencia de otros? ¿Por qué no aprender a actuar como el hombre [i262] espiritual, desde ese punto descrito en forma tan amena por los escritores orientales, «el trono entre las cejas», y desde este elevado lugar controlar los aspectos de la naturaleza inferior y guiar la vida cotidiana por los caminos de Dios?