El riesgo es una parte inevitable de la vida, y las personas implicadas en finanzas lo entienden bien. Por lo tanto, tratan de cuantificar el riesgo en la medida de lo posible, y de reducirlo cuando pueden. En general, esta política funciona razonablemente bien; pero cuando todo el mercado subestima sistemáticamente el riesgo implicado en tipos concretos de inversión, surge el peligro de una burbuja especulativa.

Para examinar la crisis actual con más detalle, es de ayuda reflexionar sobre uno de los conceptos que discute Alice Bailey extensamente en sus libros: los rayos. Se dice que los rayos son las principales energías condicionantes en la consciencia, y que el rayo más asociado con el dinero y la economía es el tercer rayo de inteligencia activa. Como todos los rayos, esta energía es esencialmente neutral, pero puede producir efectos tanto positivos como negativos. Uno de sus efectos negativos es una tendencia a la astucia y al amor a las complicaciones por sí mismas que ha conducido, como ya se comentó anteriormente, a la creación de instrumentos financieros cada vez más complicados. Podríamos pensar que no hay nada excesivamente complicado acerca de una hipoteca –un préstamo asegurado contra una propiedad. Pero por un proceso de magia financiera, millones de hipotecas, otorgadas a personas con poco o ningún control en cuanto a si podían repagarlas razonablemente, (las llamadas hipotecas ‘sub-prime’) fueron fragmentadas en millones de pequeñas piezas, y después recombinadas en paquetes financieros llamados Collateralised Debt Obligations (CDO). Y hay otros instrumentos financieros, aún más exóticos, como los credit-default swaps, implicados en la crisis actual. Estos son los ‘activos tóxicos’ que están envenenando el sistema económico.

¿Por qué fragmentar hipotecas como estas? Resumiendo, la respuesta sería que para intentar reducir el riesgo. Las hipotecas sub-prime tienen riesgo debido a la falta de investigación de antecedentes de los prestatarios. Fragmentando una hipoteca sub-prime, y distribuyendo los fragmentos a lo largo de un número de CDOs, cada CDO debería convertirse en una inversión menos arriesgada que una hipoteca entera, porque mientras que un prestatario de hipoteca puede fallar, las numerosas hipotecas implicadas en el CDO no deberían. Desafortunadamente para todos los implicados –los que han suscrito una hipoteca, los que organizan la hipoteca, y los creadores e inversores en CDOs; e, indirectamente, prácticamente todo el mundo– esta asunción se demostró como falsa. El mercado de valores de EEUU 2 había atravesado un largo período de aumento de precios, y era inevitable que en algún momento surgiera una corrección. La corrección llegó, los precios empezaron a caer en todo el mercado, los prestatarios empezaron a no pagar sus hipotecas en cifras importantes y, de repente, los CDOs empezaron a parecer una inversión decididamente mala. Básicamente, debido a que las hipotecas fallidas estaban repartidas en innumerables CDOs, ha sido casi imposible evaluar éstos adecuadamente. Así que las personas que han adquirido grandes cantidades de estos activos ahora no tienen forma de venderlos y no saben cuánto valen, lo que genera una incertidumbre generalizada respecto a su salud económica personal. Y debido a que los CDOs se han vendido a muchos inversores e instituciones de todo el mundo, el problema se ha extendido proporcionalmente. Una de las formas de hacer frente al problema en términos generales es a base de que los gobiernos compren estos ‘activos tóxicos’ a las instituciones financieras. Es de esperar que esto permita recuperarse a las instituciones con grandes participaciones; y cuando los activos sean finalmente vendidos por los gobiernos, todavía se espera que se vendan en un precio igual o cercano a su valor original, asegurando unas pérdidas escasas o nulas –o quizá incluso con beneficios– para los contribuyentes.

De manera que una parte importante de la crisis actual concierne la dificultad de evaluar correctamente el riesgo. Parece extraño que el oficio de la banca, que en el pasado ha tenido la reputación de ser altamente contrario a los riesgos, incluso hasta el punto de parecer aburrido, sea el ampo en el que haya florecido una imprudencia tan aparente. Quizá la explicación más simple, si bien la menos agradable es que, descubriéndose en una posición de poder sobre enormes sumas y flujos de dinero, los banqueros sucumben al espejismo de las riquezas materiales, permitiendo que esto les ciegue a sus responsabilidades mayores y a los riesgos implicados. Es fácil juzgar y condenar a otros por esta falta –pero, como advirtió Cristo, juzgar a los demás sin juzgarnos a nosotros mismos es un error. ¿Quién puede decir lo que habría hecho, de estar colocado en la misma posición? Pero sin señalar con el dedo a nadie en concreto, es seguramente correcto afirmar que la codicia infectó el sistema y trabajo en su detrimento.

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