Cuando empezamos a enfocarnos en los demás reinos de la naturaleza, nos sorprende la variedad absolutamente desconcertante de criaturas en el planeta. Aunque la diversidad en los animales visibles y las plantas es enorme, cuando llegamos al nivel de las criaturas microscópicas, esta diversidad aumenta por órdenes de magnitud. Uno también se asombra ante el extraordinario ingenio con la que la vida ha resuelto el problema de los diversos entornos, incluso los más extremos. Por ejemplo, sobre el lecho oceánico se encuentran las llamadas ‘chimeneas negras’, que son fumarolas hidrotermales debidas a un aumento de la actividad volcánica. El agua sobrecalentada, una disolución rica en minerales de la corteza terrestre, es expulsada a la fría y oscura agua del lecho oceánico. No existe la luz solar, pero ciertas bacterias han evolucionado de forma que pueden convertir en energía los compuestos de calor, metano y sulfuro proporcionados por las chimeneas negras mediante un proceso llamado quimiosíntesis. Formas de vida más complejas como almejas y gusanos de tubo se alimentan de estos organismos. Los organismos en la base de la cadena alimenticia también depositan minerales en la base de la chimenea negra, completando así el ciclo vital.

La inmensa variedad de criaturas genera una dificultad –¿cómo hacer que esta diversidad tenga sentido? Los seres humanos siempre están intentando que su entorno tenga sentido, descubriendo o creando patrones reconocibles. Para una persona común, parecería relativamente simple: hay animales, plantas y minerales, y no hace falta pensar mucho más sobre el tema. Sin embargo, para los científicos que se ocupan de estudiar la naturaleza, hace falta más precisión. La triple división básica de animales, plantas y minerales fue consagrada por el padre de la taxonomía biológica, Linnaeus, en el siglo XVIII, como el grado más alto de su sistema. La taxonomía es la ciencia de clasificar las cosas según diferentes tipos y subtipos, y para el biólogo que busca que las relaciones entre distintos tipos de animales o plantas tengan sentido es, claramente, una herramienta primordial. Una pregunta importante es, ¿en base a qué se establecerán las distinciones entre distintas criaturas? Linnaeus decidió que la base principal era estructural. Así, por dar un ejemplo conocido, una distinción fundamental entre un marsupial como el canguro o el koala y otros mamíferos es que los marsupiales tienen una bolsa en la que las crías pasan parte de su etapa inicial. Hay otras distinciones (por ejemplo, los marsupiales generalmente tienen una temperatura corporal más baja), pero identificar un diferencia física visible como esta es algo fácilmente comprensible para el no especialista.

Sin embargo, a medida que se descubrieron más y más especies de animales y plantas (la clasificación mineral pronto cayó en desuso) a lo largo del tiempo, la necesidad de identificar su lugar en el sistema de Linnaeus condujo a una profusión de tipos, y de las distinciones necesarias entre ellos. También, la publicación de Los orígenes de las especies de Darwin en 1859 introdujo toda una nueva perspectiva sobre las posibles relaciones entre distintos tipos de criaturas. Aunque sigue utilizándose, actualmente el enfoque de Linnaeus ha sido sustituido por un sistema distinto que no sólo se basa en la estructura general, sino también en las similitudes y diferencias genéticas entre las especies y cómo esto las relaciona entre sí en términos evolutivos. Este método de clasificar criaturas implica el uso de técnicas estadísticas sofisticadas y de análisis del ADN, así que no está tan al alcance del público en general. Ha producido conclusiones bastante sorprendentes –por ejemplo, que los hongos están más estrechamente relacionados con los animales que con los vegetales.

¿Es ésta, entonces, la ‘verdadera’ versión del árbol de la vida? Y, si lo es, ¿ayuda a la persona media a pensar en cómo debería relacionarse con los demás reinos de la naturaleza? Tomando en primer lugar la cuestión de la verdad, deberíamos ser bastante cautos al respecto. Cualquier científico implicado en este trabajo reconocería que hay muchas incertidumbres implicadas en la construcción de un esquema de clasificación tan complejo. Y la ciencia tiene la costumbre de revisar sus propias teorías a la luz de las nuevas evidencias. Sería preferible decir que este modelo es más útil a muchos científicos, a la luz de sus actuales teorías y observaciones, que el más antiguo modelo de Linnaeus. En cuanto a la persona media, es probable que el modelo antiguo le sea más útil, dado que ‘divide’ el mundo de una forma más acorde con el sentido común. Para un observador profano, la inmovilidad de vegetales y hongos constituiría una semejanza mucho más importante que los detalles relativos a sus ADNs.

Cuando consideramos nuestra relación con los demás reinos, uno de los aspectos que surge inevitablemente es la cuestión del origen de las cosas vivas y nuestra relación física con ellas: en otras palabras, como se mencionó antes, la cuestión de la evolución. Como hemos visto, la ciencia biológica moderna ha concluido bastante firmemente que los seres humanos y los demás animales ‘descienden’ de formas de vida anteriores y más primitivas. Así, esta teoría enfatiza la relación de la humanidad con otras formas de vida, lo que en sí es algo positivo. Naturalmente, no todo el mundo acepta este planteamiento, y la teoría más conocida de las que se oponen es la teoría del creacionismo (1), motivada por la religión, que no acepta la idea de que los humanos desciendan directamente de formas de vida más primitivas.

Alice Bailey y otros escritores de la Antigua Sabiduría ocupan una posición intermedia, coincidiendo con los creacionistas en el punto de que la forma física humana no es el producto evolutivo de animales que existieron anteriormente, pero considerando que la vida y la consciencia que vitalizan esa forma han evolucionado a través de los diversos reinos precedentes, incluyendo incluso el mineral. Explicar este punto de vista, algo paradójico, nos llevaría demasiado lejos, pero las personas interesadas podrían querer consultar La Doctrina Secreta: Antropogenesis de H.P. Blavatsky (2) y Ciencia Oculta: Un Desarrollo de Rudolf Steiner (3).

De hecho, no hay una forma segura de comprobar exactamente cómo emergió la vida, dado que la evidencia ha quedado velada por los vastos períodos de tiempo transcurridos y por incertidumbres igual de vastas acerca de las condiciones que realmente prevalecieron durante esos períodos (considerando incluso la posibilidad de leyes físicas diferentes). Pero esto no debería impedirnos reconocer nuestra relación con otras criaturas. Los textos de Alice Bailey y de otros escritores de la tradición de la Antigua Sabiduría distinguen entre la actividad biológica de la forma y la energía de la Vida en sí, que, como la energía de la física, no puede crearse ni destruirse. Es el impulso invisible tras toda actividad biológica y, sencillamente, continúa cuando la actividad que llamamos vida física ha cesado. Esta Vida es idéntica en todas las criaturas. Podríamos basarnos en esta consideración de que las misteriosas energías de la vida pueden percibirse latiendo a través de todas las formas, y sólo este hecho sería garantía suficiente para proclamar la existencia de un lazo directo e inquebrantable de comunidad entre los diversos reinos de la naturaleza, concibamos como concibamos sus orígenes y su eventual destino.

La gente está ahora familiarizada con la observación darwiniana de que la evolución procede mediante la selección natural. O, por utilizar la frase abreviada, la “supervivencia del más fuerte”. Lamentablemente, esta doctrina ha sido simplificada y distorsionada por algunos, transformándose en una imagen de competición brutal que después se aplica a la sociedad humana. La sugerencia es que sólo los individuos más fuertes (o las empresas, o sociedades, etc.) sobreviven y prosperan. Algunos incluso van un paso más allá, insinuando que sólo los más fuertes deberían sobrevivir y prosperar –una pendiente resbaladiza que podría desembocar en la eugenesia. Pero la observación original de Darwin fue mucho más sutil que esta mala interpretación –por ejemplo, ‘fuerte’ no se refiere concretamente a fuerza física, sino que puede aludir a las distintas características que hacen más probable que un organismo sobreviva y se reproduzca. También es verdad que, aunque muchas especies se alimentan de otras o compiten entre sí por su alimento, la simbiosis –la asociación de dos especies que interactúan a largo plazo para beneficio de una o de ambas– está extendida en los reinos animal y vegetal. La bióloga Lynn Margulis argumenta que la simbiosis es, seguramente, una de las fuerzas más significativas de la evolución. Así, parece que la evolución física no sienta unas directrices claras sobre cómo debería relacionarse la humanidad con los reinos inferiores. Para eso, necesitamos considerar la evolución a una luz diferente, la luz de la consciencia.

La tradición de la Antigua Sabiduría, de la que forma parte el trabajo de Alice Bailey, prioriza la evolución de la consciencia –por lo tanto la obligación moral es tratar de permitir, y nutrir siempre que sea posible, el desarrollo de esa consciencia interior. Este proceso de nutrición tiene una especial importancia en tres áreas: los animales con inteligencia significativa; las mascotas; y los animales de granja. Estas tres áreas se solapan de forma relevante. Los animales que están más en contacto con la población en general son las mascotas. Es interesante observar que la definición de la palabra mascota no sólo incluye la importante “animal domesticado mantenido para compañía o diversión”, sino también “alguien especialmente querido” y, en el sentido verbal, “acariciar o pasar la mano suavemente” [ Pet; en inglés: mascota. To pet: acariciar (n.t.)]. Estas definiciones adicionales nos dan una visión más amplia de la relación humano/mascota. La primera sugiere que la naturaleza de la relación puede a veces actuar como un sustituto de las relaciones humanas. La analogía evidente es una relación adulto/niño, ya que un animal es, como un niño, fuertemente dependiente del adulto humano para su cuidado y desarrollo. No cabe la menor duda de que entre mascotas y humanos puede desarrollarse un afecto profundo, y de que ello puede ser mutuamente beneficioso. Sin embargo, como con todas las relaciones, existe el peligro de llevarlo a extremos. Al igual que un niño, una mascota puede ser ‘caprichosa’ –en otras palabras, estar excesivamente mimada. La creación de servicios como ‘salones de baño para mascotas’ ilustra este punto. El principal objetivo de la crianza de los hijos es ayudar al niño a medida que crece a descubrir sus fortalezas y a desarrollarlas; y también a descubrir sus debilidades y cómo vencerlas. Lo mismo debería valer para una mascota, en la medida en que puedan reconocerse fortalezas y debilidades de carácter; y la existencia de entrenadores para animales es una señal positiva de esto4. Y cuando a un niño se le hace parcialmente responsable de una mascota, ello puede proporcionarle una fuente abundante de lecciones vitales.

Otra parte de la relación humano-mascota se encuentra en el área de la crianza de competición, que resalta las características específicas de una sub-especie dada o ‘raza’ –¿es esto entonces un intento de desarrollar la consciencia del animal? La respuesta no está totalmente clara. Por una parte, podría verse como el intento de purificar la expresión de las cualidades que un tipo de animal dado exhibe, con el objetivo de producir el espécimen perfecto. Pero ‘perfecto’, como ‘fuerte’, es un término que está abierto a la interpretación: así, por ejemplo, mientras que la crianza selectiva puede producir características físicas atractivas en un animal, ello se consigue a veces a costa de su salud general. También está la cuestión de si la competitividad humana ensombrece la intención de asistir al animal. De nuevo, la piedra de toque debería ser, sin duda, el desarrollo positivo de la consciencia del animal. La práctica de la crianza selectiva es también de gran importancia en el reino vegetal, y la humanidad ha criado plantas para mejorar el rendimiento de las cosechas y con el fin más subjetivo de aumentar su belleza. ¿Sería posible concebir que todo esto pudiera hacerse, no en beneficio de los humanos, sino principalmente de la planta en sí?

La otra dimensión de ‘mascota’, el verbo que significa acariciar, muestra la forma en la que frecuentemente se expresa el afecto entre humanos y animales. De hecho, este simple gesto ha demostrado ser un importante reductor de estrés en humanos, y por esta razón, hay ahora gatos y perros que están entrenados como animales de terapia. Estos animales pueden entrar en hospitales, residencias para la tercera edad, centros de convalecencia etc. y proporcionar a los internos el confort de la compañía animal. De hecho, este concepto se ha ampliado para incluir otras especies como conejos, pájaros, delfines e incluso elefantes. Y aunque las plantas no reconfortan activamente a los seres humanos, poca duda puede haber del poder terapéutico de los jardines –tanto de la actividad de crearlos y mantenerlos, como de la radiante belleza de las propias plantas.

Estrechamente relacionado con las mascotas está el área de los animales que trabajan, dado que un animal puede ser ambas cosas –un ejemplo evidente es el perro pastor. Por supuesto, los animales no sólo trabajan en granjas –hay toda una gama de tareas para las cuales los humanos han entrenado a los animales. Algunos ejemplos incluyen carreras, caza, ayuda a los pescadores, custodia, detección de drogas, terapia con animales (como se mencionó anteriormente), asistencia a ciegos y sordos, y toda la categoría relacionada de perros de servicio, que incluye perros que pueden ayudar con movilidad, asistencia a personas susceptibles de sufrir ataques epilépticos o hipoglucemia, y asistencia a aquellos con ciertos tipos de discapacidades psiquiátricas (además, algunos monos han sido adiestrados para asistir a cuadrapléjicos). También se ha entrenado a animales para que trabajen en el escenario en espectáculos, en películas, y en circos.

A pesar de que muchos de estos ejemplos de animales sirviendo a humanos son inspiradores, y pueden conducir en muchos casos a nutrir la consciencia del animal, cuando llegamos al tema de los animales de granja surgen dos grandes cuestiones. La primera es la cuestión moral de si los humanos deberían consumir animales. Esto está estrechamente relacionado con la cuestión de los beneficios que obtiene la raza humana con la utilización de animales de laboratorio en la investigación biomédica: ambos casos presentan un duro dilema moral que todo individuo debería considerar. La segunda es la cuestión moral de cómo se trata a los animales de granja y de laboratorio durante sus vidas, que es una pregunta dirigida a la sociedad. Ya hemos tocado esta cuestión en un número anterior del boletín de noticias (Custodios de la Sostenibilidad, 2007 nº 3) (5), así que no repetiremos los argumentos aquí. Un grupo específico que trabaja con este tema es Compassion in World Farming (6). También merece la pena observar el trabajo de un pionero en el tratamiento compasivo de los animales de granja cuando llegan al final de sus vidas, el científico Temple Grandin que cree que, aunque sea ético consumir animales, los humanos les deben una vida decente y una muerte indolora y, a este fin, ha colaborado en la construcción de instalaciones ganaderas humanitarias.

Mientras que los animales de granja se han ido habituando a su entorno debido a su prolongada asociación con los humanos, existe otra categoría –la de los animales salvajes que viven cautivos en zoológicos o parques de animales. Esto sucede por diversas razones, algunas de las cuales podría decirse que van a favor de los intereses de los animales, como la preservación de especies en peligro de extinción; y otras más relacionadas con intereses humanos, como la investigación, o la familiarización de humanos con la maravillosa diversidad de criaturas existente. Lamentablemente, tenemos ejemplos de animales maltratados en zoológicos que han desarrollado traumas psicológicos. Sin embargo, también existen ejemplos de hábitats cuidadosamente construidos, con regímenes alimenticios diseñados para imitar a la naturaleza en la medida de lo posible. El hecho de que un zoológico o un parque animal concreto sea beneficioso para los animales dependerá de lo equilibradas que sean las razones por las cuales se ha creado, y de la ética del personal que lo opere.

La humanidad también ha descubierto, mediante la observación, que algunos animales demuestran una inteligencia considerable, lo que eleva la intrigante posibilidad de la comunicación entre especies. Los ejemplos más conocidos de especies inteligentes incluyen monos, delfines y ballenas; y en la actualidad existe evidencia creciente de un empleo inteligente de herramientas en los córvidos (la familia de aves que incluye a cuervos, grajos, urracas, etc.). Ha habido unos cuantos trabajadores pioneros que han investigado a estos animales en su hábitat natural, y tres de los más famosos son el trío de mujeres al que a veces se hace referencia como los Ángeles de Leaky (debido a que fueron tuteladas por el eminente arqueólogo Louis Leakey). Dian Fossey trabajó con los gorilas de montaña hasta su inoportuna muerte, mientras que el trabajo de Jane Goodall con chimpancés y de Biruté Galdika con orangutanes continúa hasta hoy. Sus investigaciones han abarcado un espectro de comportamientos sociales inteligentes; y, en cautividad, unos cuantos monos han sido instruidos en diversos tipos de lenguaje de signos. El comportamiento de los cetáceos (delfines, marsopas y ballenas) también ha sido estudiado con cierta profundidad, revelando patrones sociales complejos y empleo de herramientas. Pero el lenguaje audible de los cetáceos y de otros animales sigue siendo una incógnita, y el objetivo de una comprensión plena de las criaturas que nos acompañan por medio de un estudio puramente científico parece elusivo.

Quizás debido a que el lenguaje hablado es un componente tan poderoso en el pensamiento y razonamiento humano, ponemos demasiado énfasis en este tipo de comunicación. Por ejemplo, los pulpos y las sepias pueden comunicarse cambiando los patrones de color de su piel. Puede que la vida de los animales –y por lo tanto su forma de ver el mundo– sea, sencillamente, demasiado distinta como para que los humanos puedan realizar una traducción efectiva. O puede que lo que se requiere no sólo sea una investigación puramente clínica y científica, sino capacidad para enfrascarse con una receptividad absoluta en el mundo del animal. Una inmersión semejante ha sido la que realizaron y continúan realizando, tanto por necesidad como por elección, los pueblos indígenas, que dependen de su comprensión certera del comportamiento animal para su supervivencia. En la actualidad existen investigadores innovadores provenientes de un trasfondo no indígena, como el experto en lobos, Shaun Ellis,y la experta en osos, Else Poulsen, que están dispuestos a invertir tiempo y esfuerzo para familiarizarse con los hábitos de los animales. Los entrenadores de caballos conocidos como ‘susurradores de caballos’ son otro ejemplo reciente que ha obtenido la atención de los medios de comunicación, aunque la noción de que los caballos pueden ser entrenados de formas no coercitivas existe ya desde los tiempos del soldado y escritor griego Jenofonte (aprox. 430-354 a C).

En Kinship with All Life, J. Allen Boone describe encuentros con unos cuantos animales, el más notable con el pastor alemán Strongheart, que participó en varias películas. Boone menciona que su comunicación más significativa con animales era esencialmente sin palabras, o telepática. El biólogo y autor Rupert Sheldrake ha conducido experimentos y recopilado evidencia de otros estudios sobre la existencia de telepatía entre humanos y animales, incluyendo perros y un loro gris africano, N’kisi. La cita que sigue de Alice Bailey hace referencia a este trabajo: “Es bien conocido el servicio que el animal presta al hombre, en incesante expresión, pero el servicio que presta el hombre a los animales todavía no es comprendido aunque se están dando algunos pasos correctos en ese sentido. Oportunamente debe producirse una estrecha síntesis y una coordinada simpatía entre ellos, y cuando ocurra, tendrán lugar casos extraordinarios de mediumnidad animal bajo la inspiración humana. Por ese medio, el factor inteligencia del animal (del cual el instinto es la manifestación en embrión), se desarrollará rápidamente, siendo éste uno de los resultados descollantes de la denominada relación animal-humana” (7). También existe evidencia de que las plantas responden a la música, y el trabajo de Cleve Backster sugiere que las plantas pueden ser también sensibles al pensamiento humano. Todas estas observaciones son consistentes con la idea de que la vida y la consciencia forman un gran continuo, expresándose en distintos grados a través de una diversidad de formas casi infinita.

A través de su prolongada asociación con los seres humanos, los animales, las plantas e incluso los minerales se han adentrado en mitos, leyendas y fábulas como aliados y antagonistas. Así tenemos la asociación tradicional de ciertas características con determinados animales: el valor del león, la paciencia del elefante, la astucia del zorro. Esto también se cumple, hasta cierto punto, con las plantas: la fuerza del roble, la dulzura de la rosa, la pureza del lirio; y con los minerales: el brillo del diamante, la solidez del granito, la atracción magnética del oro. Estos reconocimientos de las cualidades características que muestran diversas criaturas pueden vincularse con los escritos de Alice Bailey sobre los siete rayos, de los cuales se dice que son las siete energías básicas que cualifican a todas las formas en todos los reinos de la naturaleza. En esta visión, cada especie estará predominantemente cualificada por la cualidad de un rayo específico. En los humanos, la expresión de un rayo dado es más compleja, pero las mismas siete cualidades están también presentes en mayor o menor grado, lo que podría explicar por qué ciertos individuos muestran una afinidad particular por determinadas especies. Así, un amplio estudio de los rayos junto con una observación profunda y cuidadosa de uno mismo y de las demás criaturas, podría producir una revolución positiva en las relaciones entre la humanidad y los restantes reinos de la naturaleza, una revolución que se vuelve sumamente necesaria a medida que las presiones del consumismo humano amenazan la trama ecológica del planeta (8).

Concluyendo, las relaciones actuales de la humanidad con los reinos inferiores son complejas, abarcando desde la crueldad manifiesta y la explotación, la indiferencia y la observación desapegada, hasta una profunda y perdurable simpatía. Toda persona de buena voluntad puede descubrir medios de fortalecer la parte empática de este espectro, contribuyendo así a un futuro en el que cada reino de la naturaleza, desde el espiritual al mineral, esté contenido en el círculo de la sintetizante voluntad-al-bien.

1. Existen, sin embargo, otras teorías de origen religioso que no tienen conflictos con la idea de una evolución biológica.

2. Esto puede consultarse en Internet en www.theosociety.org/pasadena/sd/sd2-1-01.htm

3. Esto puede consultarse en Internet en http://wn.rsarchive.org/Books/GA013/English/RSP1963/GA013_index.html

4. Sin embargo, incluso un entrenamiento puede ser una estructura rígida sin concesiones a las cualidades específicas del animal individual. En su libro Kinship with All Life, J. Allen Boone distingue entre entrenar a un animal, cuando el humano impone su punto de vista sobre cómo debería comportarse el animal, y educarlo, cuando el humano busca entender al animal y cooperar con él en su desarrollo.

5. Disponible como texto impreso en Buena Voluntad Mundial, en las direcciones al final, o en nuestra página web, www.worldgoodwill.org

6. Compassion in World Farming, River Court, Mill Lane, Godalming, Surrey, GU7 1EZ, UK. Tel: + 44 (0)1483 521 950; Web: www.ciwf.org.uk

7. El Destino de las Naciones, Alice Bailey, 1949. Disponible en Lucis Press/Publishing Co. en las direcciones al final o via nuestra página web en www.lucistrust.org

8. Un buen lugar para empezar un estudio de los siete rayos es el Tratado sobre los Siete Rayos Vol. I, Alice Bailey. Disponible en Lucis Press/Publishing Co. en las direcciones al final o vía nuestra página web en www.lucistrust.org

“… el trabajo largamente preordenado para la humanidad… consiste en ser el agente distribuidor de la energía espiritual para los tres reinos subhumanos. Esta es la principal tarea de servicio que debe emprender el cuarto reino por medio de sus almas encarnadas. La radiación proveniente del cuarto reino será algún día tan poderosa y sus efectos tendrán tan largo alcance, que compenetrarán las mismas profundidades del mundo fenoménico creado, llegando incluso hasta el reino mineral” (El Destino de las Naciones, Alice Bailey, pp. 92-3, Ed. Sirio).

keep in touch

World Goodwill in Social Media