Una de las cosas más predecibles que hace un bebé cuando se le dan objetos es golpearlos entre sí tan fuerte como puede para ver qué pasa. Además de ser un proceso de aprendizaje elemental, si nos guiamos por los gritos de disfrute que lo acompañan, debe ser muy divertido. Así, podríamos argumentar que los físicos en CERN (la Organización Europea para la Investigación Nuclear) tienen el mejor trabajo del mundo –golpear partículas entre sí a una velocidad cercana a la de la luz– para ver qué pasa.

Con un peso superior a las 38.000 toneladas y una circunferencia de 27 kilómetros, el Gran Colisionador de Hadrones es el acelerador de partículas mayor y de más energía del mundo. Que algo tan grande y complejo como el Colisionador de Hadrones se haya construido para investigar algo tan pequeño y simple como un partícula fundamental, proporciona un interesante símbolo del desarrollo intelectual de la humanidad y del coloso en el que puede convertirse el intelecto antes de ser iluminado por la luz simplificadora de la intuición.

Aunque las proezas del intelecto humano son como para celebrarse, el siguiente paso adelante evolutivo lo verá convertirse en una herramienta de la intuición más que en un principio gobernante en sí. El intelecto es un diseccionador, manipulador y re-ordenador de la sustancia mental, emocional y física que compone el campo de conocimiento, del que él mismo forma parte integral. Por esta misma razón, no puede percibir por qué la materia en la que está inmerso se comporta como lo hace –los secretos de la causalidad operan a niveles más sutiles que los de la realidad. Así que, mientras un colisionador de partículas va creando cada vez más ‘partículas fundamentales’ (sic) a partir de las que golpea entre sí, de acuerdo a su tamaño y poder, el intelecto que procesa la información obtenida creará, correspondientemente, teorías cada vez mayores y más complejas para acomodar a estas partículas y su comportamiento.

Los medios de comunicación están ya informando de lo siguiente:

“Sorprendentemente, parece que la naturaleza produce más deshechos de cada colisión de lo que se esperaba… sin embargo…algo totalmente inesperado podría descubrirse… podríamos descubrir que los quarks están hechos de algo más pequeño o que existe una nueva fuerza fundamental de la que no sabemos nada”.

Una de las principales tareas del Colisionador de Hadrones es buscar el elemento perdido en el exótico zoo de partículas que ha descubierto hasta ahora. A éste se le ha puesto el mote de “partícula-Dios”. Esta partícula ausente es tan importante para unificar el modelo convencional del universo, que se le ha dado un estatus semejante al de Dios en el mundo de la física teórica. Se piensa que dota al universo con la propiedad de masa, fundamental para el acto de la Creación y de la vida tal como la conocemos.

Por supuesto, la búsqueda de la totalidad y unidad por medio del descubrimiento de una partícula de materia tiene pocas probabilidades de dar frutos en el ilusorio campo del conocimiento, donde la separatividad y la división son la norma. Desde el ángulo de la filosofía espiritual, este constante pelar de las capas de la cebolla para revelar todavía más capas seguirá ad infinitum –o al menos hasta que el concepto del éter sea reintroducido en el pensamiento científico. Sin embargo, la noción del éter como medio sustancial subyacente al universo manifestado es el polo opuesto del actual modelo de un zoo cada vez mayor de partículas de comportamiento extraño que giran en el vacío. Aunque esta última perspectiva simboliza la inclinación natural del intelecto hacia un pensamiento divisorio, la intuición abarca, de forma natural, la idea del éter como un campo unificado de relación e interconexión.

Aquí tenemos simbolizada otra faceta del estado actual de consciencia de la humanidad. Porque así como la ‘fragmentación’ del éter subyacente es el resultado de la actividad de un acelerador de partículas, la ‘fragmentación psicológica’ es el resultado del ritmo acelerado de la vida moderna en el campo del conocimiento. Aunque nadie acusaría a un físico teórico de tener una mente dispersa, existe una dispersión de la atención de la humanidad en general a medida que salta de la distracción de un extracto de información estimulante al siguiente, ajena al Sol de Significado que brilla constante desde el reino interior de las causas. Esto ha sido explorado en el artículo anterior, “La mente no dispersa”.

Aunque la física teórica de energías superiores es compleja, en el centro de la búsqueda por la condición fundamental de la materia reside el anhelo por la simplicidad y síntesis que caracterizan el mundo de significados. De ahí la esperanza de los físicos de encontrar una Gran Teoría Unificada de todo (GTU) que pueda expresarse en una sola ecuación. Aunque puede que eso sea una esperanza vana, la investigación que está teniendo lugar en el CERN es, más importante, en sí una estupenda demostración de síntesis y de la voluntad-al-bien que surge cuando un grupo emprende una búsqueda intencionada para entender la naturaleza de la realidad. En cierto sentido, el arco de 27 kilómetros del Gran Colisionador de Hadrones rodea el planeta, porque el proyecto está apoyado por una enorme comunidad internacional de científicos e ingenieros que trabajan juntos en equipos multinacionales en el CERN y por todo el mundo, construyendo y probando el equipamiento y el software y participando en los experimentos y analizando los datos.

Se trata de una impresionante fusión de mentes que se unen en búsqueda de respuestas a preguntas fundamentales sobre la naturaleza del universo en que vivimos. De hecho, es un ejemplo de una mente grupal principiante funcionando como un solo organismo espiritual. A medida que esta mente grupal evolucione, su intuición se irá despertando. Entonces amanecerá una comprensión del campo de conocimiento más espiritual y sintetizada –al tiempo que se surgirán maravillas y misterios aún mayores ante nuestra asombrada visión.

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