“El viejo orden cambia, cediendo su lugar a lo nuevo,

y Dios se manifiesta de innumerables formas,

para evitar que un buen hábito pueda corromper al mundo”.

Tennyson

Incrustados como estamos en nuestras sociedades y formas de vivir, puede resultar difícil alejarnos y contemplar los cambios en la consciencia, especialmente los cambios importantes, de forma desapasionada y desapegada. Pero es importante intentarlo, a fin de percibir la dirección del cambio, y los posibles obstáculos. Esto resulta especialmente importante en una época de transición como la que afrontamos actualmente, en la que la consciencia humana está siendo revitalizada con la consiguiente disrupción de las instituciones existentes. Percibir estos cambios en la sociedad es un asunto difícil: y los seres humanos tienen una capacidad inherente para resistirse al cambio, especialmente cuando su forma de vida e incluso toda su noción de identidad está investida en el sistema actual. Pero la consciencia está evolucionando, y la humanidad debe aprender a adaptar sus instituciones y modos de vida para acomodar este hecho central.

Uno de los mayores obstáculos al cambio es la fosilización de los sistemas de pensamiento y sus instituciones asociadas –sean religiosas, políticas o sociales. Esto puede resultar inevitable para cualquier ideología o teología que exista durante un largo período de tiempo. Dado que un sistema de pensamiento surge en un momento específico, es inevitable que esté en concordancia con las circunstancias sociales, políticas o religiosas de su nacimiento. Incluso puede que surja específicamente para tratar alguna de estas circunstancias. Cuando estas cambian en un grado significativo, o bien el sistema cambia, o empezará a estar cada vez más “fuera de sintonía” con la época. A veces esto conduce a un colapso dramático, como observamos con la caída del comunismo en Rusia y Europa Oriental.

La fosilización de los sistemas de pensamiento se produce a lo largo de grandes períodos de tiempo, y puede ser difícil de detectar en sus inicios. En relación con esto, uno de los obstáculos al cambio que surge más a corto plazo es la inflexibilidad que se instala a medida que las sociedades modernas crecen en tamaño y complejidad. Cualquier sistema humano suficientemente grande, sea un gobierno o una empresa, sucumbe inevitablemente a esto en cierto grado. A medida que su tamaño aumenta, aparecen una o más capas de burocracia como intermediarias entre el individuo y los bienes o servicios que éste requiere. La respuesta del aparato burocrático puede entonces cristalizarse cada vez más en rutinas, normas y protocolos. Un ejemplo de ello es el “centro de llamadas”, una gran oficina de trabajadores de los que se espera que respondan a las preguntas de los clientes acerca de procedimientos que circunscriben severamente su libertad de acción y responsabilidad. La utilización de estos centros de llamada parece ser una realidad creciente de la vida moderna. En primer lugar, nuestra consulta telefónica es pre-seleccionada por un “árbol telefónico” –un menú de opciones limitadas que posiblemente no respondan a nuestras necesidades; y después, cuando por fin hablamos con un ser humano, es probable que se nos rebote de un departamento a otro, porque nuestra consulta no encaje en ninguno, y nadie pueda contestarnos satisfactoriamente. Los trabajos de Kafka anticiparon este fenómeno de pesadilla.

En estos laberintos burocráticos, el individuo se convierte en un número, una entrada en una base de datos, una estadística. Lamentablemente, este proceso de abstraer la individualidad también facilita que se trate a los seres humanos con menos atención y cuidado. Otro factor en este distanciamiento o alienación es el hecho de que los sistemas informáticos que actualmente almacenan y procesan esta información suelen estar programados con demasiada rigidez como para resolver excepciones de sentido común. Esto puede conducir a que situaciones que podrían resolverse rápidamente entre dos personas cara a cara se prolonguen indefinidamente.

En círculos legales se dice que “los casos difíciles hacen mala ley”, que una ley o política debería enmarcarse en términos de la situación media que se espera, no de lo inusual. Por la misma razón, las burocracias y los sistemas informáticos están diseñados para tratar con una masa de situaciones generales, y tienden a fallar cuando se enfrentan a excepciones. Podría discutirse que el tiempo ahorrado procesando rápidamente elevadas cifras de individuos compensa más que suficientemente el fallo ocasional. Pero esto obviaría el punto esencial sobre el cambio evolutivo –es precisamente en el frente de la ola del cambio donde la evolución nos arroja las excepciones a las normas y formas de tratar con la vida previas. Para no estrangular cambios sumamente necesarios, las burocracias y sus sistemas informáticos asociados tienen que volverse menos mecánicas y rígidas –deben incorporar formas de trabajar más fluidas y orgánicas, formas que dejen espacio a la libertad y la creatividad individual. Y, de hecho, esto está en línea con la tendencia de nuestra época –el individuo se está volviendo cada vez más consciente de la contribución única que él o ella puede realizar, cooperando libremente con otros. Expandiendo la capacidad de acción responsable de cada persona, los sistemas pueden simplificarse, con menos capas. La notable flexibilidad de acción que nuevas herramientas como las redes sociales han puesto en manos de la gente, ha quedado demostrada en las recientes revueltas políticas en Irán y Oriente Medio. Y esta acción estuvo inspirada, en parte, por una visión más extensa de libertad que se ha vuelto fácilmente accesible, a través de Internet y de la televisión vía satélite. Visión, libertad y responsabilidad creativa –estas son las señas de identidad del cambio evolutivo en la consciencia, y todas las personas de buena voluntad pueden contribuir a su expansión.

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