Enero 2007

El hombre es una entidad viviente, un consciente hijo de Dios (un alma) que ocupa un cuerpo animal. Esto es lo importante. Por lo tanto constituye un eslabón, que está lejos de ser el eslabón perdido. Unifica en sí mismo los resultados del proceso evolutivo tal como ha sido llevado a cabo durante épocas pasadas, y debido a esto puede poner en contacto un nuevo factor, el aspecto individual del conocimiento y sostenimiento de sí mismo. La presencia de este factor y aspecto es lo que diferencia al hombre del animal. Este aspecto produce en la humanidad la conciencia de la inmortalidad, la autopercepción y la autocentralización, lo cual hace que el hombre sea a imagen de Dios. Dicho poder innato y oculto proporciona al hombre la capacidad de sufrir, que ningún animal posee, y también lo capacita para cosechar los frutos de su experiencia en el reino del intelecto. Esta misma capacidad en embrión, está latente en el reino animal y en el dominio de los instintos. Tal propiedad peculiar de la humanidad le confiere el poder de percibir los ideales, registrar la belleza, reaccionar voluptuosamente a la música y gozar del color y la armonía. Ese algo divino convierte al género humano en el hijo pródigo, seducido por la vida mundana, las posesiones y la experiencia y por el poder de ese atrayente centro u hogar, del cual originó.

Psicología Esotérica, T. I, p. 247