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CAPITULO IV. LOS OBJETIVOS DE LA MEDITACIÓN

CAPÍTULO IV. LOS OBJETIVOS DE LA MEDITACIÓN

«La unión se logra subyugando la naturaleza psíquica, y restringiendo la sustancia mental. Cuando se alcanza esto, el yogui se conoce a sí mismo tal como en realidad es».

Patanjali

[i65] Consideradas correctas las teorías delineadas en los capítulos precedentes, será útil establecer con claridad la meta definitiva que persigue el hombre culto cuando empieza a practicar la meditación, y diferenciar entre la meditación y lo que el cristiano llama plegaria. Es esencial tener una idea clara de estos puntos si queremos progresar en forma práctica, pues la tarea del investigador es ardua; necesita algo más que un entusiasmo pasajero y un esfuerzo momentáneo, para dominar esta ciencia y aplicar eficazmente su técnica. Vamos a considerar primeramente el último de los dos puntos mencionados y compararemos los métodos de la plegaria y de la meditación. La oración puede describirse, quizás, con los versos de J. Montgomery:

Plegaria es el sincero deseo del alma,
Expresado o inexpresado,
El movimiento del fuego oculto,
Que se estremece en el pecho.

Expone la idea del deseo y del requerimiento; la fuente del deseo es el corazón. Pero debe tenerse en cuenta que el deseo del corazón puede ser la adquisición de algo [i66] que la personalidad ambiciona, o las posesiones trascendentales y celestiales que el alma anhela. Sea lo que fuere, la idea básica es demandar lo que se desea, y así entra el factor anticipación, y también algo se adquiere finalmente, si la fe del peticionario es suficientemente intensa.

La meditación difiere de la oración en que es, ante todo, una orientación de la mente, orientación que produce comprensión y reconocimiento que se convierten en conocimiento formulado. Existe una gran confusión en la mayoría de las personas sobre esta diferencia. Bianco de Siena hablaba realmente de meditación cuando dijo: «¿Qué es la oración, sino la elevación de la mente directamente a Dios?».

Las masas, polarizadas en su naturaleza de deseos y siendo predominantemente de tendencia mística, demandan lo que necesitan, se esfuerzan por adquirir en la plegaria virtudes largo tiempo anheladas; ruegan a la Deidad que los escuche y mitigue sus dificultades; interceden por sus seres queridos y quienes los rodean; importunan a los cielos con las posesiones materiales o espirituales que consideran esenciales para su felicidad. Aspiran y anhelan las cualidades, circunstancias y aquellos factores condicionantes que les haga más sencilla la vida, o los libere para lo que creen será la libertad de ser de mayor utilidad; agonizan orando por obtener alivio de sus enfermedades y padecimientos, y tratan de que Dios responda a su demanda de revelación. Pero es pedir, demandar y esperar, lo que son las principales características de la [i67] oración, predominando el deseo e implicando el corazón. Es la naturaleza emocional y la parte de sensación del hombre que busca lo que necesita, y el campo de las necesidades es grande y real. Es el acercamiento del corazón.

Lo antedicho contiene cuatro tipos de plegaria:

1. Para beneficios materiales y ayuda.
2. Para virtudes y cualidades del carácter.
3. Para otros, es decir, oración intercesora.
4. Para iluminación y comprensión divinas

Se observará en el análisis de estos cuatro tipos de plegaria, que todos tienen su raíz en la naturaleza de deseos, y el cuarto lleva al aspirante a un punto donde puede terminar la oración y comenzar la meditación. Séneca debió haber comprendido esto cuando dijo: «La oración no es necesaria, salvo para pedir por un buen estado de la mente y por la salud (plenitud) del alma».

La meditación lleva el trabajo hasta el reino mental; el deseo cede su lugar al trabajo práctico de preparación para el conocimiento divino, de manera que el hombre que inició su larga carrera y experiencias de la vida con el deseo como cualidad básica, y alcanzó el estado de adoración de la Realidad divina tenuemente percibida, pasa ahora del mundo místico al del intelecto, al de la razón y de la eventual comprensión. La oración más la abnegación del altruismo disciplinado produce al místico. La meditación más el servicio disciplinado y organizado produce al Conocedor. El místico, como hemos visto, presiente las realidades divinas, establece contacto (desde las alturas de su aspiración) con la visión mística y [i68] ansía incesantemente la repetición constante del estado de éxtasis a que su oración, adoración y veneración, lo han elevado. Por lo común es completamente incapaz de repetir esta iniciación a voluntad. Pére Poulain en «Des grâces D’Oraison», sostiene que ningún estado es místico a menos que el vidente sea incapaz de producirlo. En la meditación sucede lo contrario, pues mediante el conocimiento y la comprensión, el hombre iluminado puede entrar a voluntad en el reino del alma y participar inteligentemente en su vida y estados de consciencia. Un método implica la naturaleza emocional y está basado en la creencia en un Dios que otorga; el otro involucra la naturaleza mental y está basado en la creencia en la divinidad del hombre mismo, aunque no niega las premisas místicas del otro grupo.

Se observará sin embargo, que las palabras místico y misticismo se emplean muy a la ligera, y comprenden, no sólo al puramente místico con sus visiones y reacciones sensorias, sino también aquellos que van en camino hacia el reino de la certidumbre y del conocimiento puro. Abarcan estados inesperados e intangibles, basados en la aspiración y devoción puras, y también esos estados provenientes de un acercamiento inteligente y ordenado a la realidad y susceptibles de repetirse, de acuerdo a las leyes que el Conocedor aprendió. Bertrand Russell trata estos dos grupos de manera muy interesante, aunque emplea el único término Místico en ambas relaciones. Sus palabras constituyen el preludio más fascinador para nuestro tema:

[i69] «La filosofía mística, en todas las edades y partes del mundo, se caracteriza por ciertas creencias, ilustradas por las doctrinas ya consideradas.

«Existe primeramente la creencia en la percepción interna, en oposición al conocimiento discursivo analítico; la creencia, repentina, penetrante, coercitiva, en camino a la sabiduría, en contraste con el lento y falible estudio de la experiencia externa, por una ciencia que se apoya totalmente en los sentidos...

“La percepción interna del místico empieza con la sensación del misterio develado, de la sabiduría oculta que se trasforma repentinamente en certidumbre más allá de toda duda. La sensación de certeza y revelación llega antes de toda creencia definida, a la cual llegan los místicos como resultado de la reflexión sobre las experiencias inarticuladas, adquiridas en el momento de la percepción interna...

«La primera y más directa consecuencia del momento de la iluminación, es la creencia en la posibilidad de un medio de conocimiento que puede llamarse revelación, percepción o intuición, opuesto al sentido, a la razón y al análisis, considerados como ciegos guías que conducen a la ciénaga de la ilusión. Íntimamente relacionado con esta creencia, está el concepto de una Realidad tras el mundo de las apariencias, completamente distinta. Se contempla esta Realidad con una admiración que a menudo raya en adoración; se la siente siempre y en todas partes al alcance de la mano, tenuemente velada por el espectáculo del sentido, preparada para que la mente receptiva brille en toda su gloria, aunque sea a través de la evidente idiotez y maldad humana. El poeta, el artista y el amante, buscan esta gloria: ellos persiguen la evanescente belleza del débil reflejo de su sol. Pero el místico vive en la plena luz de la visión: él conoce lo que otros apenas perciben; comparado con el conocimiento que posee, todo lo demás es ignorancia. 

«La segunda característica del misticismo es la creencia en la unidad y la negación en admitir la oposición o división...

“Una tercera señal de casi toda metafísica mística es la [i70] negación de la realidad del factor tiempo, consecuencia de negar la división; si todo es uno, la distinción entre pasado y futuro debe ser ilusoria...

“La última de las doctrinas del misticismo a considerar, es la creencia de que todo mal es mera apariencia, ilusión producida por las divisiones y oposiciones del intelecto analítico. El misticismo no sostiene que todas las cosas, como la crueldad por ejemplo, sean buenas, pero niega que sean reales: pertenecen al mundo inferior de los fantasmas, del cual debemos liberarnos por la percepción interna de la visión». [xxxvi] 37

Pero el camino místico es una preparación para el camino del conocimiento, donde el místico se detiene para adorar la visión y anhelar al Amado; el buscador del verdadero conocimiento se hace cargo de la tarea y lleva adelante el trabajo. El Dr. Bennet, de Yale, dice al final de su libro sobre misticismo: «El místico, al término de su preparación espera simplemente una aparición y un acontecimiento que cuida de no definir demasiado detalladamente; también espera, con la plena consciencia de que su propio esfuerzo lo ha llevado hasta donde puede llegar, y que necesita ser completado por algún contacto externo».  [xxxvii] 38 Este pensamiento circunscribe la idea a la esfera de la percepción sensoria, pero hay algo más: el conocimiento directo; la comprensión de las leyes que rigen esta nueva esfera del ser, el sometimiento a un nuevo procedimiento, y los pasos y contraseña que conducen al portal y hacen que se abra. Es aquí donde la meditación desempeña su parte [i71] y la mente cumple su nueva función de reveladora. Gracias a la meditación, la unión que el místico ansía y presiente, y de la cual tiene una breve y fugaz experiencia, se define, y la conoce más allá de toda controversia, siendo recuperable a voluntad. El Padre Joseph Maréchal en su notable obra indica que: 

«... el simbolismo se desvanece, las imágenes se esfuman, el espacio desaparece, la multiplicidad se reduce, se silencia el razonamiento, la sensación de extensión se reduce en sí misma y luego se desintegra, la actividad intelectual se concentra total e intensamente; capta sin necesidad de intermediarios, con la soberana certidumbre de la intuición, el Ser, Dios...

«La mente humana es, entonces, una facultad en busca de su intuición –es decir, de asimilación del Ser, el Ser puro y simple, soberanamente uno, sin restricción, sin distinción de esencia y existencia, de posibilidad y realidad». (El texto en cursiva es de A.A.B.)[xxxviii] 39

El objetivo del místico convencido es tomar la mente y doblegarla a su nueva tarea como reveladora de lo divino. Para hacerlo con éxito y felicidad, necesita una clara percepción de su meta y un lúcido entendimiento de los resultados que finalmente deben manifestarse.

Requiere una aguda formulación de los haberes con los cuales inicia su esfuerzo, y una igualmente aguda valoración de sus carencias y de sus defectos. Debe alcanzar una perspectiva lo más equilibrada posible de sí mismo y de sus circunstancias. Sin embargo, paralelamente debe haber también una perspectiva equilibrada de la meta y una comprensión de [i72] las maravillosas realizaciones y dones que le pertenecerán una vez que haya transferido su interés de las cosas que ahora absorben su atención y sus emociones, hacia valores y normas más esotéricos.

Hemos tocado el punto en que la meditación es un proceso por el cual la mente se reorienta hacia la Realidad y que, correctamente empleada, puede llevar al hombre a otro reino de la naturaleza, a otro estado de consciencia y del Ser, y a otra dimensión. La meta de la realización se traslada a esferas más elevadas del pensamiento y conocimiento. ¿Cuáles son los resultados definidos de esta reorientación? 

Ante todo diremos que la meditación es la ciencia que permite llegar a la experiencia directa de Dios. Aquello en que vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser, deja de ser el objeto de la aspiración, o el símbolo para nosotros, de una posibilidad divina. Conocemos a Dios como la Causa Eterna y la fuente de todo cuanto existe, incluyéndonos a nosotros mismos. Reconocemos al Todo. Llegamos a ser uno con Dios cuando llegamos a ser uno con nuestra propia alma inmortal, y al producirse este grandioso acontecimiento descubrimos que la consciencia del alma individual es la consciencia del todo, y que la separatividad y división, las diferencias y conceptos de yo y tú, de Dios y de un hijo de Dios, se han desvanecido en el conocimiento y realización de la unidad. El dualismo ha cedido su lugar a la unidad. Es el Camino de la Unión. La personalidad integrada ha sido trascendida mediante el proceso ordenado de desenvolvimiento del alma, y se ha alcanzado la consciente unificación del yo inferior o personal, [i73] con el yo superior o divino. Esta dualidad debe ser primero comprendida y luego trascendida, antes de que en la consciencia del hombre, el verdadero yo se convierta en el Yo supremo. Se ha dicho que las dos partes del hombre no han tenido nada en común durante mucho tiempo; estas dos partes son son el alma espiritual y la naturaleza forma, pero están unidas eternamente (y aquí está la solución del problema del hombre) por el principio mente. En el antiguo libro hindú, el Bhagavad Gita, se encuentran estas significativas palabras:

“El Yo superior es el amigo del yo inferior para aquel en quien el yo inferior ha sido conquistado por el Yo superior; pero para aquel que está alejado del Yo superior, su propio yo inferior le es hostil como un enemigo». [xxxix] 40

Y San Pablo dice prácticamente lo mismo en su desesperado lamento:

«Porque sé que en mí (es decir, en mi carne) nada bueno mora, porque el querer está en mí; pero no encuentro cómo hacer el bien... Porque al seguir el hombre interno me deleito en la ley de Dios. Pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente y me conduce cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará (el verdadero Yo) de este cuerpo de muerte?».[xl] 41

Este Ser real es Dios –Dios Triunfante, Dios Creador, Dios Salvador del hombre. Según las palabras de San Pablo, «Cristo en nosotros esperanza es de gloria». Esto se convierte en un hecho en nuestra consciencia y no simplemente en una esperada teoría. 

[i74] La meditación hace que nuestras creencias se trasformen en hechos comprobados y nuestras teorías en experiencias probadas. La afirmación de San Pablo no es más que un concepto y una mera posibilidad hasta que, por medio de la meditación, se evoca la vida crística y se convierte en factor dominante en la vida diaria. Al hablar de nosotros decimos que somos divinos e hijos de Dios. Sabemos que algunos demostraron su divinidad al mundo y se hallan al frente de la humanidad, y testimonian facultades que están más allá de nuestro alcance. Somos conscientes internamente de anhelos que nos impelen hacia el conocimiento, y de impulsos internos que han forzado a la humanidad a ascender la escala de la evolución hasta alcanzar la etapa actual, que denominamos seres humanos cultos. Un anhelo divino nos ha impulsado adelante desde la etapa de los moradores de las cavernas hasta nuestra civilización moderna. Sobre todo, somos conscientes de quienes poseen, o pretenden poseer, una visión de cosas celestiales que ansiamos compartir, y de quienes dan testimonio de la existencia de un camino directo hacia el centro de la Realidad divina y piden que lo sigamos. Se dice que es posible tener experiencia directa, y la tónica de la época moderna puede resumirse en las palabras: «De la autoridad a la experiencia». ¿Cómo podemos saber? ¿Cómo tener esta experiencia directa, sin la intromisión de un intermediario? La respuesta es: existe un método, seguido por incontables millares de personas, y un procedimiento científico, formulado y seguido por pensadores de todas las épocas, mediante el cual se han convertido en conocedores. 

[i75] El proceso educativo ha efectuado probablemente su principal trabajo al preparar la mente para que emprenda la práctica de la meditación. Ha enseñado que se posee tal mecanismo y ha expuesto algunos de los medios para utilizarlo. Los psicólogos han dicho mucho acerca de nuestras reacciones mentales y hábitos instintivos. Ha llegado el momento en que el hombre tome conscientemente posesión de su instrumento y pase de las etapas iniciales del proceso educativo, al aula y laboratorio internos, donde podrá descubrir por sí mismo a Dios como objetivo de toda educación. Alguien dijo que el mundo no es una cárcel, sino una escuela de párvulos espirituales, donde millones de niños confundidos tratan de deletrear a Dios. La mente lleva de aquí para allá en el trabajo de deletrear la verdad hasta que alborea el día en que, agotados, nos retiramos dentro de nosotros mismos, meditamos y luego descubrimos a Dios. El Dr. Overstreet dice: «Toda nuestra eterna búsqueda encuentra su explicación y significación. Es Dios que está activo en nosotros. A medida, entonces, que descubrimos los valores más perdurables, o a medida que los creamos, representamos a Dios en nuestras propias vidas».[xli] 42

Podemos definir también la meditación como el método por el cual el hombre alcanza la gloria del yo develado, mediante el proceso de rechazar una forma tras otra. La educación no es exclusivamente tarea de las escuelas y universidades. La más grande escuela es la experiencia de la vida, y las mejores lecciones son las que aprendemos por nosotros mismos, identificándonos con una sucesión de formas —formas de placer, de los seres [i76] amados, de deseos y de conocimiento, ¡la enumeración es interminable! Pero sólo son sustitutos que creamos y establecemos como objeto de adoración, o esas ideas de la felicidad y la verdad que otros formularon y vamos incesantemente tras ellas, sólo para descubrir que se desvanecen en la niebla ante nuestros cansados ojos. Buscamos satisfacciones en todo tipo de fenómenos sólo para hallar que se convierten en polvo y ceniza, hasta que alcanzamos ese algo (intangible y, sin embargo, infinitamente real) que les dio existencia. Quien ve todas las formas como símbolos de la Realidad, está cerca del yo sin velos. Para lograrlo, es necesaria la captación mental y una intuición guiada. Posiblemente Sir James Jeans tuvo una vislumbre de esto cuando dijo: 

«Los fenómenos llegan disfrazados en su armazón de tiempo y espacio; son mensajes cifrados cuya significación final no entendemos hasta haber descubierto la forma de descifrarlos, despojados también de sus envolturas de tiempo y espacio» [xlii] 43

El hombre es un punto de luz divina oculto dentro de varias envolturas, como la luz está oculta dentro de una linterna. Esta linterna puede estar apagada y oscura, o encendida y radiante. Puede ser una luz brillando ante los ojos de los hombres, o una cosa oculta y por lo tanto, inútil para otros. En los Aforismos de Yoga de Patanjali, libro de texto básico para la meditación, del cual mi libro La Luz del Alma es una paráfrasis y comentario, se asegura que por medio de la correcta disciplina y [i77] meditación, “desaparece gradualmente lo que oscurece la luz» y que «cuando la inteligencia espiritual... se refleja en la sustancia mental, entonces se obtiene la percepción del Yo». [xliii] 44 En algún momento de la historia de cada ser humano ocurre una crisis decisiva, donde la luz debe ser percibida a través de una inteligencia correctamente empleada, estableciéndose así el inevitable contacto con lo divino. Esto lo hace resaltar Patanjali cuando dice: «La transferencia de la consciencia de un vehículo inferior a otro superior, es parte del gran proceso creador y evolutivo». [xliv] 45 Lenta y gradualmente, el conocimiento directo se hace posible y la gloria que está oculta detrás de toda forma puede ser revelada. El secreto está en saber cuándo ha llegado este momento y aprovechar la oportunidad». Meister Eckhart dice: 

«Si el alma estuviera despojada de todas sus envolturas, Dios aparecería ante su vista sin envolturas y se entregaría a ella sin reserva alguna. Mientras el alma no se haya despojado de sus velos, por muy sutiles que sean, es incapaz de ver a Dios».[xlv] 46

Así, Oriente y Occidente enseñan la misma idea y con los mismos símbolos.

La meditación es, en consecuencia, un proceso ordenado por el cual el hombre descubre a Dios. Es un sistema bien probado y constantemente empleado que invariablemente revela lo divino. Las palabras importantes aquí, son: «proceso ordenado». Hay ciertas reglas que seguir, [i78] ciertos pasos precisos que dar y ciertas etapas de desenvolvimiento que experimentar, antes de que el hombre pueda cosechar el fruto de la meditación. Es una parte del proceso evolutivo según hemos visto y, como todo lo demás en la naturaleza, lento pero seguro, e infalible en sus resultados. No hay desengaños para el hombre que está dispuesto a obedecer las reglas y trabaja de acuerdo a un sistema. La meditación exige autocontrol en todas las cosas, y a no ser que la práctica de la meditación vaya acompañada de otros requisitos del «proceso ordenado» (tales como autocontrol y servicio activo) fallará en su finalidad. El fanatismo no es necesario. Esto aparece bien claro en el Bhagavad Gita:

«No hay meditación para el hombre que come demasiado poco ni para el que come en exceso; para el que duerme excesivamente o demasiado poco. Pero aquel que es frugal en el alimento y ordenado en el trabajo, en el sueño y en el despertar, la meditación llega a ser el destructor de todo sufrimiento.»[xlvi]  47

La meditación puede ser considerada correctamente como parte del proceso natural que hasta ahora ha conducido al hombre por el sendero de la evolución, desde una etapa muy cercana a la del animal a la etapa de realización mental, de adquisición científica y de divino descontento. Este centro de consciencia cambia constantemente, y la atención se ha enfocado continuamente en un campo de contactos cada vez más amplio. El hombre ha pasado ya del estado puramente animal y físico del ser, a una percepción intensamente sensorial y emotiva. En esta etapa [i79] se encuentran millones de personas, y tantos otros progresan hacia una esfera más elevada de percepción que denominamos esfera de la mente. Otro grupo, mucho menos numeroso, está pasando a una esfera donde es posible un campo universal de contactos, y a éstos se los denomina los «Conocedores de la raza». A través de todos los métodos empleados corre el hilo de oro del propósito divino, y la meditación es el medio por el cual la consciencia humana es transferida al conocimiento y a la percepción del alma.

Este proceso de revelar al Yo negando el aspecto forma de la vida, y la eventual incapacidad de las diversas envolturas para ocultarla, puede describirse como transmutación, lo mismo que en términos de transferencia de consciencia.

Transmutación es el cambio y reorientación de las energías de la mente, de las emociones y de la naturaleza física, a fin de revelar al yo y no simplemente a las naturalezas psíquica y física.

Se dice, por ejemplo, que tenemos cinco instintos principales que compartimos en común con los animales, los cuales, cuando se aplican a fines egoístas y personales, acrecientan la vida del cuerpo, refuerzan la forma o naturaleza material y sirven para ocultar cada vez más al Yo, el hombre espiritual. Tales instintos deben ser transmutados en sus contrapartes superiores, pues cada característica animal tiene su prototipo espiritual. El instinto de auto-conservación debe ser finalmente reemplazado por la comprensión de la inmortalidad y, aunque [i80] «morando siempre en lo Eterno», el hombre caminará sobre la tierra y cumplirá su destino. El instinto que hace que el yo inferior se lance adelante y fuerce su camino hacia arriba, eventualmente se trasformará en control del Yo superior o espiritual. La afirmación del yo inferior cederá a la del Yo superior. El sexo, que es un instinto animal que rige poderosamente todas las formas animales, cederá su lugar a una atracción superior, la cual, en sus aspectos más nobles, dará origen a la consciente atracción y unión entre el alma y su vehículo; mientras que el instinto de rebaño se transmutará en consciencia grupal. Un quinto instinto, llamado el impulso de descubrimiento e investigación que caracteriza a todas las mentes que se hallan tanto en un nivel inferior como superior, cederá su lugar a la percepción y la comprensión intuitivas, realizándose así la gran tarea, y el hombre espiritual dominará a su creación, el ser humano, y elevará todos sus atributos y aspectos a los cielos.

La meditación desarrolla en la mente el conocimiento espiritual, y partiendo de la base del conocimiento común, se expande constantemente nuestra comprensión del término, hasta fusionar el conocimiento en sabiduría. Esto es conocimiento directo de Dios por medio de la facultad mental, y así, convirtiéndonos en lo que somos, podemos manifestar nuestra naturaleza divina. Tagore, en uno de sus escritos define la meditación como “la entrada en una gran verdad, hasta ser poseídos por ella”, y verdad y Dios son términos sinónimos. Se dice que la mente conoce dos objetos, el mundo externo mediante los cinco sentidos y el cerebro, y el alma [i81] y su mundo, mediante lo que podríamos llamar el empleo introvertido de la mente y su intenso enfoque sobre un nuevo y poco común campo de contactos. Entonces «la sustancia mental, reflejando tanto al conocedor (el Yo) como a lo cognoscible, deviene omnisciente..., se convierte en el instrumento del Yo y actúa como agente unificador» [xlvii] 48  Al hombre que verdaderamente medita, le son reveladas todas las cosas. Comprenderá las cosas ocultas de la naturaleza y los secretos de la vida y del espíritu. También sabrá cómo es que sabe. Así la meditación trae unión o unificación.

El místico occidental hablará de unificación, mientras que su hermano oriental hablará de Raja Yoga o de Unión y Liberación, pero ambos quieren dar a entender lo mismo. Quieren significar que la mente y el alma (Cristo en nosotros o yo superior) actúan como una unidad, como un conjunto coordinado, expresando perfectamente la voluntad del Dios interno. René Guénon en uno de sus libros, hace los siguientes e interesantes comentarios sobre la palabra «unión», los cuales son oportunos aquí: 

«La comprensión de esta identificación se efectúa por la Yoga, es decir, la unión íntima y esencial del ser con el Principio Divino o, si se prefiere, con lo Universal. El significado apropiado de la palabra yoga es, en efecto, ‘unión’ y nada más... Debe observarse que esta realización no debe considerarse estrictamente como un ‘logro’, o la ‘producción de un resultado no preexistente’, según la expresión de Shankarâchârya, porque la unión en cuestión, aunque no se realice de hecho en el sentido que se sobreentiende [i82] aquí, existe no obstante potencialmente o, mejor dicho, virtualmente; lo que implica es meramente el logro efectivo por parte del ser individual... de la consciencia y de lo que verdaderamente proviene de toda la eternidad». [xlviii]  49

Por medio de las etapas ordenadas del proceso de la meditación se establece, gradual y firmemente, una relación entre el alma y su instrumento hasta llegado el momento en que son literalmente uno. Entonces las envolturas sirven simplemente para revelar la luz del Hijo de Dios interno; el cuerpo físico está bajo el control directo del alma, porque la mente iluminada transmite (como veremos más adelante) el conocimiento del alma al cerebro físico; la naturaleza emocional se ha purificado y simplemente refleja la naturaleza amor del alma, de la misma manera que la mente refleja los propósitos de Dios. Así, los aspectos hasta entonces desorganizados y separados del ser humano, se sintetizan y unifican, se produce una relación armónica entre ellos, siendo el alma su creador, su fuente de energía y su poder motivador. 

Esta ciencia de la unión implica la disciplina de la vida y un sistema experimental de coordinación. El método es atención enfocada, el control de la mente o la meditación. Es un método de desarrollo por el cual efectuamos la unión con el alma y llegamos a ser conscientes de estados internos de consciencia, lo cual está sintetizado en las familiares palabras de Browning:

La verdad está en nosotros;
no surge de cosas externas, tal como se cree;[i83]
existe un recóndito centro en todos,
donde la verdad mora en toda su plenitud;
muro sobre muro la carne nos circunda,
                                                                         ... y saber

Consiste más bien en abrir un camino,
por donde pueda evadirse el aprisionado esplendor,
en vez de entrar para obtener la luz,
que se supone está afuera.[xlix]
50

El entero objeto de la ciencia de la meditación es, por lo tanto, permitir al hombre ser en la manifestación externa lo que es en la realidad interna, e identificarse con su aspecto alma y no simplemente con sus características inferiores. Es un proceso rápido para el desenvolvimiento de la consciencia razonadora, pero en este caso debe ser autoaplicada y autoiniciada. En la meditación, la mente se emplea como instrumento para observar los estados eternos y con el tiempo se convierte en un instrumento para la iluminación, por cuyo medio el alma o Yo, transmite conocimiento al cerebro físico.

Finalmente, la meditación trae la iluminación. En uno de sus libros, Franz Pfeiffer, citando las palabras de Meister Eckhart en el libro de los Sermones, escrito por éste en el siglo XIV, dice:

«Tres tipos de hombres ven a Dios. El primero ve a Dios por la fe; no sabe de Él más de lo que puede discernir parcialmente. El segundo contempla a Dios a la luz de la gracia, pero sólo como respuesta a sus ansias, otorgándoles dulzura, devoción, interioridad y otras cosas análogas... El tercero Lo ve en la luz divina». [l] 51

[i84] Es precisamente esta luz lo que el proceso de la meditación revela y con la cual aprendemos a trabajar.

El corazón del mundo es luz y en esta luz veremos a Dios. En esta luz nos descubrimos a nosotros mismos. En esta luz se revelan todas las cosas. Pantajali dice que «cuando los métodos de la yoga han sido practicados con constancia y se ha vencido la impureza, tiene lugar el esclarecimiento, que conduce a la plena iluminación». «Entonces la mente tiende al acrecentamiento de la iluminación respecto a la verdadera naturaleza del Yo». [li] 52

Como resultado de la meditación llega el resplandor de la luz. Esta “iluminación es gradual; se desarrolla etapa tras etapa”. [lii] 53

De esto trataremos con mayor detalle más adelante.

Como consecuencia de los factores mencionados, los poderes del alma se desarrollan por medio de la meditación. Cada vehículo por el cual se expresa el alma, contiene latente en sí cierta potencia inherente; pero el alma, fuente de todos ellos, la posee en su forma más pura y sublime. El ojo físico por ejemplo, es el órgano de la visión física. La clarividencia es el mismo poder que se manifiesta en lo que se considera como mundo psíquico –el mundo de ilusión, de sensación y de emoción. Pero el alma manifiesta ese mismo poder como percepción pura e infalible visión espiritual. Las analogías superiores de los poderes inferiores, físicos y psíquicos, entran [i85] en activa función por medio de la meditación y de esta manera reemplazan a sus expresiones inferiores.

Dichos poderes se desenvuelven en forma normal y natural, no porque se deseen o desarrollen conscientemente, sino porque a medida que el Dios interno ejerce control y domina Sus cuerpos, Sus poderes se manifiestan en el plano físico como potencialidades y son realidades conocidas.

El verdadero místico no se preocupa de poderes y facultades, sino del Poseedor de estos poderes. Se concentra en el Yo y no en las potencias de ese Yo. A medida que se fusiona cada vez más con la realidad, que es él mismo, los poderes del alma se manifiestan en forma normal, útil y sin peligro. El proceso ha sido sintetizado por Meister Eckhart en estas palabras:

«Los poderes inferiores del alma deberían supeditarse a los superiores y éstos a Dios; sus sentidos externos a los internos y éstos a la razón; el pensamiento a la intuición y la intuición a la voluntad, y todos a la unidad..». [liii] 54

Las palabras del Dr. Charles Whitby, traductor del libro de René Guénon, son oportunas en este capítulo sobre los objetivos del proceso de la meditación. Se refiere:

«...al abrumador testimonio del mutuo y confirmador acuerdo sobre todos los puntos esenciales de las tradiciones esotéricas occidentales, hinduistas, musulmanas y del Lejano Oriente. La Verdad, que tan precipitadamente llamamos inaccesible, nos espera allí con [i86] majestad inalterada e inmutable, velada para los ojos precipitados y burlones pero cada vez más evidente para el buscador ansioso e imparcial. Según Plotino, el acto de la contemplación, que esencialmente constituye la vida de todo individuo y del género humano, asciende gradualmente, y, por progresión natural e inevitable, va de la naturaleza al alma, del alma al intelecto puro y del intelecto al Supremo ‘Uno’. Si es así, la actual preocupación sobre cuestiones psíquicas o semi-psíquicas de los representantes más avanzados del pensamiento y de la ciencia occidental, puede o más bien debe, ser tarde o temprano reemplazada por la atención de igual intensidad, sobre cuestiones superiores y hasta de mayor importancia”. [liv] 55

Como se verá, lo atribuido a la meditación es muy elevado, y el paso del testimonio de los místicos e iniciados de todas las edades, pueden corroborarlo. El hecho de que otros se hayan realizado, puede alentarnos e interesarnos, pero únicamente eso, a no ser que emprendamos una acción definida. Es muy cierto que existe una técnica y una ciencia de unión, basadas en el correcto manejo del cuerpo mental y la correcta aplicación del mismo; pero este conocimiento no es de utilidad a no ser que cada pensador culto encare la cuestión. Debe decidir sobre los valores implicados y dedicarse a demostrar la realidad de la mente, su relación en dos direcciones (con el alma por un lado y el medio ambiente externo por otro) y, finalmente, su capacidad para utilizar esa mente a voluntad, según decida. Esto implica el desarrollo de la mente como un sentido sintetizado, o sentido común, y rige su empleo [i87] en relación con el mundo de la vida terrena, de las emociones y del pensamiento. Involucra también su orientación a voluntad hacia el mundo del alma, y su capacidad de actuar como intermediaria entre el alma y el cerebro físico. La primera relación se desarrolla y fomenta por medio de los sensatos métodos educativos exotéricos y de entrenamiento. La segunda es posible por la meditación, una forma más elevada del proceso educativo.

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37. Russell, Bertrand, Mysticism and Logic, págs. 8, 9, 10, 11
38. Bennett, Charles A., A Philosophical Study of Mysticism, pág. 192
39. Maréchal, Joseph, S.J., Studies in the Psychology of the Mystics, págs. 32, 101
40. Bhagavad Gita, VI, 6
41. Romans, VII, 18, 22, 23, 24
42. Overstreet, H.A., The Enduring Quest, pág. 265
43. Jeans, Sir James, The Universe Around Us, pág. 339
44. Bailey, Alice A., La Luz del Alma, II, 52
45. Ídem, IV, 2
46. Pfeiffer, Franz, Meister Eckhart, pág. 114
47. Bhagavad Gita, VI, 16-17
48. Bailey, Alice A., La Luz del Alma, IV, 22-24
49. Guénon, René, Man and His Becoming, pá. 37
50. Browning, Robert, Paracelsus
51. Pfeiffer, Franz, Meister Eckhart, pág. 191
52. Bailey, Alice A., La Luz del Alma, II, 27-28, IV, 26
53. Ídem, III, 5-6
54. Pfeiffer, Franz, Meister Eckhart, pág. 40
55. Guénon, René, Man and His Becoming, pág. X