Navegar por los Capítulos de este Libro

PREFACIO

Los beneficios de la publicación de este libro servirán para financiar el Fondo para los Libros de El Tibetano que consiste en un capital destinado a perpetuar las enseñanzas de El Tibetano y de Alice A. Bailey.

Este libro fue publicado por primera vez en 1930, época en la cual todavía no se habían realizado los descubrimientos sobre las glándulas endocrinas y sus secreciones que conocemos en la actualidad. Por ello, la parte del libro que se refiere a la fisiología del sistema endocrino, puede parecer antigua y obsoleta.  No obstante, el contenido del libro en lo que se refiere a la enseñanza de la Sabiduría Eterna, continúa siendo absolutamente vigente, por lo que en la revisión del libro se ha preferido mantener el escrito tal como Alice A. Bailey lo realizó en lugar de actualizarlo. Tal actualización puede ser fácilmente realizada por cualquier persona consultando libros especializados en la materia. 

Diciembre 2015 

                                       

[iViii] “Es fácil demostrar que la interacción existente entre cuerpo y alma, no es un enigma, como no lo es cualquier otro ejemplo de causación; la falsa presunción de que entendemos algo en un caso, nos causa asombre que nada sepamos en otro”.

Rudolf Hermann Lotze

“El significado derivado de la gran esperanza de que el yo circunda al cuerpo, lo convierte en un conjunto de significados y no simplemente en un conjunto de células. Sus órganos no son meros hechos, sino símbolos peligrosos y profundos. En su totalidad, se convierte en un objeto de valor, de belleza o deformidad, de gracia y de mecanicismo y de una implícita filosofía; y las actitudes de orgullo y de vergüenza, el interés infinito del arte, la versátil importancia de la danza, todo se hace inteligible. La postura, el gesto y los millones de cambios sutiles y expresivos del color y la tensión, se transforman en manifestaciones inmediatas, no deliberadas, de la acción interna. La poesía y la moral, la religión y la lógica, recuperan su puesto en nuestros miembros y mente, y el mundo recobra  la unidad concreta, de la cual nuestros análisis amenazaban despojarnos”.

Self, Its Body and Freedom
de
W.E. Hocking, pág. 97

PREFACIO

[i9] Nuestra actitud hacia el pensamiento filosófico y psicológico de Oriente, es en su mayor parte de indiscriminado asombro o de análoga desconfianza. Deplorablemente es así.  Los adoradores son tan  malos como quienes desconfían. Ni unos ni otros nos acercan a una apreciación razonable de ese gran conjunto de pensamientos orientales que tan curiosamente difieren del nuestro, para descubrirse después que, en su búsqueda esencial, son fundamentalmente lo mismo.

Esta actitud carente de discernimiento es, sin duda, culpable de casi todas las omisiones del pensamiento oriental en nuestros libros de filosofía y psicología.  Es también culpable de algo más: Oriente tiene también su fraseología idiomática, difícil de entender en Occidente, si no es debidamente explicada; los escritos orientales parecen una extraña jerigonza, una confusa versificación o mistificación.

La Sra. Bailey presta en este libro un gran servicio, al juzgar con su mente analítica el pensamiento oriental, disponiéndose a reconocer que el pensamiento oriental, al igual que el occidental, no puede pretender haber llegado a la culminación de la sabiduría. Ella no intenta asombrar y exhortar al occidental a abandonar sus burdas insuficiencias para abrazar una doctrina misteriosa que parezca tanto más maravillosa cuanto más absurda. En efecto, dice: “El pensamiento oriental [i10] significa una búsqueda en los problemas más profundos de la existencia.  No es necesariamente mejor que el occidental. Es diferente. Parte de otro punto de vista.  Tanto Oriente como Occidente, se han especializado en sus respectivas líneas de pensamiento.  Cada uno, por lo tanto, tiene la virtud de su propia sinceridad, de su propia penetración peculiar.  Pero la especialización sólo es de valor cuando conduce a una integración final. ¿No ha  llegado ya el momento de unir Oriente y Occidente en esa esfera más profunda de la vida de cada uno, es decir, en la esfera del pensamiento filosófico y psicológico?”.

Aunque sólo fuera por otra razón, este libro significaría una tentativa de interpretación, no únicamente de Oriente para Occidente y viceversa, sino para poner las dos líneas de pensamiento en armonía con un único punto de vista.  Si la autora ha logrado realizar tal integración, el lector es quien debe decidirlo; pero de todos modos, el intento es notable y debe dar como fruto un acercamiento más inteligente a ambos tipos de mentalidad.

Lo que da a este libro su especial significación es, sin embargo, la peculiar comparación que la autora establece entre el estudio occidental de las glándulas y el estudio oriental de los “centros”.  El filósofo occidental Spinoza, notó hace mucho tiempo el inseparable paralelismo de lo que él llamaba el cuerpo y la mente, tanto en la vida del Absoluto como en la vida de esas expresiones del Absoluto que llamamos individuo. Si existe tal paralelismo, debería descubrirse para cada manifestación externa, la fuerza psíquica o interna que así [i11] se manifiesta. Hasta ahora hemos asumido lo interno y lo externo únicamente en forma muy general.  Este libro, al centrarse principalmente en el estudio de las glándulas que son el marcapaso, por así decirlo, de nuestra personalidad, presenta la relación entre la mente y el cuerpo, no sólo de un modo inesperadamente rico en sugerencias para un adiestramiento más adecuado del individuo, sino que abre fascinadoras posibilidades a posteriores investigaciones.  En Occidente hablamos de la glándula tiroides o de las suprarrenales en términos de su conducta fisiológica.  ¿Existirá análogamente una contraparte psíquica de tal función? Quizás parezca una pregunta extravagante que, de primera intención, podrían ridiculizarla los fisiológicos científicos.  Sin embargo, a menos que seamos dogmáticos empedernidos, que no salimos aún de la oscuridad del materialismo del siglo XIX, hablamos ya de la contraparte psíquica de ese órgano fisiológico denominado cerebro.  ¿Por qué no ha de haber contrapartes psíquicas de la tiroides, de las suprarrenales y de las demás glándulas?

Si desarrollamos esta pregunta hasta su lógica conclusión, sin duda aprenderemos a ampliar nuestro pensamiento y reconoceremos que la vida psíquica del individuo va mucho más allá del punto de vista intelectual, un tanto candoroso, que considera que esa vida está centrada sólo en el cerebro.

No es que apoye aquí las conclusiones a que llega en su ensayo la autora de este libro.  Las conclusiones particulares pueden ser rechazadas o modificadas, pero no me cabe duda que la autora ha abierto nuevas posibilidades, las que pueden eventualmente conducir a una búsqueda fisiológica y psicológica de [i12] profunda significación. Este libro no es tan sólo un alegato, sino singularmente iluminador.  Sorprenderá a la mente occidental, y con ello creo que irá mezclada una admiración real hacia los procesos de la mentalidad oriental con cuyos métodos no estamos, en modo alguno, familiarizados en Occidente.

H.A. Overstreet
Ciudad de Nueva York
Mayo de 1930