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CAPÍTULO VII. INTUICIÓN E ILUMINACIÓN

CAPÍTULO VII. INTUICIÓN E ILUMINACIÓN

«Y Dios dijo:
¡Hágase la luz!
y la luz fue hecha».

La Biblia

[i147] Hemos sentado la premisa general de que los métodos pedagógicos modernos de Occidente, habiendo familiarizado al hombre con la idea de que posee una mente, indujeron a valorar el intelecto a tal punto, que para muchos el logro de la capacidad intelectual constituye la culminación de la evolución. Sugerimos, además, que cuando la técnica oriental de la meditación (con sus etapas de concentración, meditación y contemplación) haya sido aplicada por el intelectual occidental, los procesos del entrenamiento de la mente se podrán llevar al punto más elevado de desarrollo y después se reemplazarán por una facultad más elevada, la intuición. Hemos observado también que las mentes más agudas de Occidente pueden, por el intenso interés y aplicación, alcanzar el mismo grado de realización que con la meditación el estudiante oriental alcanza el conocimiento. Pero en este punto el paralelismo desaparece. La educación de Occidente no lleva a sus exponentes a la esfera de la intuición o de la iluminación. En efecto, sonreímos ante la idea de una consciencia iluminada y atribuimos gran parte de los testimonios que se ofrecen, a alucinaciones de místicos sobre-estimulados, o a casos [i148] psicopáticos que nuestros psicólogos tratan constantemente.

Pero puede probarse, según creo, que la percepción espiritual desarrollada y el intelecto iluminado, forman parte de las facultades del científico o del hombre de ciencia sensato y equilibrado, y no tienen por qué indicar necesariamente falta de equilibrio psíquico ni tampoco inestabilidad emocional. La luz de la iluminación y de la inspiración es perfectamente compatible con el desempeño de nuestras ocupaciones cotidianas, y esto se dijo hace siglos en una antigua enseñanza china que data del Siglo VIII en el libro de R. Wilhelm y C. G. Jung:

«El Maestro Lao Tsé dijo: «Cuando se logra producir gradualmente la circulación de la Luz, el hombre no deberá abandonar sus ocupaciones comunes al hacerlo». Los antiguos decían: «Cuando nos dan ocupaciones, debemos aceptarlas; cuando nos llegan las cosas, debemos comprenderlas totalmente. Si las ocupaciones están reguladas por pensamientos correctos, la Luz no se diluye por cosas externas, sino que circula de acuerdo a su propia ley».lxxxviii]  89

Estas características de la iluminación y sus resultados, se observan actuando en la consciencia del hombre que ha pasado por las etapas delineadas anteriormente y son el tema de este capítulo. La iluminación es una etapa en el proceso de la meditación, porque presupone control cuidadoso de la mente y un acercamiento científico al tema; es el resultado de un estado verdaderamente contemplativo y de contacto con el alma, e indica, con sus efectos secuenciales, [i149] el inicio de la segunda actividad de la mente, considerada en páginas anteriores.

De acuerdo con los precursores en las esferas del alma, la iluminación sobreviene directamente en la etapa de contemplación y puede decirse que a su vez, produce tres efectos en el plano físico: un intelecto iluminado, una percepción intuitiva y una vida inspirada. Esta condición ha sido reconocida por todos los místicos y escritores dedicados al tema de la revelación mística. La idea de una Luz que penetra y brilla en nuestro camino, el simbolismo de la radiación intensa y cegadora que acompaña la fase del contacto divino, son de aplicación tan general, que hemos llegado a considerarlas simplemente como algo revestido de una fraseología mística, significando relativamente muy poco más que el intento del aspirante visionario de expresar en palabras las maravillas percibidas. 

Sin embargo, cuando se investiga se descubre que hay mucho significado en esta terminología especial y en estas frases simbólicas. La uniformidad del lenguaje, el testimonio de muchos miles de testigos honorables y la similitud de los sucesos relatados, parecen indicar un genuino acontecimiento fenoménico. El Dr. Overstreet menciona un gran número de prestigiosas personalidades que, según se dice, eran iluminadas, y señala que «estos hombres no razonan sus conclusiones, aunque la razón — la búsqueda de la verdad — aparentemente desempeña una [i150] parte en la preparación de su percepción final. En todo caso», añade, «experimentaron lo que a falta de una expresión más adecuada podemos llamar iluminación». Continúa advirtiendo que «podemos indudablemente poner de lado estas experiencias como aberraciones..». dice, «pero estos hombres no se comportan como individuos que sufren aberraciones. De ellos proviene una gran parte de la sabiduría espiritual de la raza. Pertenecen, por así decirlo, a los iluminados del género humano. Si ‘por sus frutos los conoceréis’, los frutos de estos hombres se hallan tan por encima de lo común, que se han convertido en los líderes espirituales de la humanidad».[lxxxix] 90

La dificultad del místico común, aunque no la de los relevantes personajes a que se refiere el Dr. Overstreet, está en su incapacidad para definir o expresar claramente dicho estado de iluminación. «El místico», se dijo en las Conferencias de Bampton en 1930 «no puede explicarlo, pero sabe lo que ha conocido y no simplemente sentido, y con frecuencia este conocimiento lo posee perdurablemente y no le afecta la crítica..., aunque incapaz de transmitir un conjunto de verdades que no puede ser alcanzado mediante los canales más comunes de la experiencia y el razonamiento, no obstante, es posible que la intensidad de su captación especial de la realidad sirva, como en los casos extremos sirve, para probar la verdad de algún teorema geométrico general, para plantear nuestro problema fundamental bajo una luz más clara». [xc] 91

[i151] Aquí entra Oriente y expone el sistema por el cual puede obtenerse la iluminación, y también presenta a nuestra consideración un método y un proceso ordenados, que llevan al hombre a la identificación con el alma. Este método presupone —como resultado de tal identificación y sus consecuentes efectos— la percepción iluminada y la comprensión intuitiva de la verdad. Las escrituras orientales dicen que la mente refleja la luz y el conocimiento del alma omnisciente, iluminando a su vez al cerebro. Esto sólo es posible cuando la interacción entre los tres factores, alma, mente y cerebro, es completa. Patanjali, en sus Aforismos de la Yoga dice:

«El Señor de la mente, el perceptor, es siempre consciente de la constante actividad de la sustancia mental...

«Debido a que la mente puede ser vista y conocida, resulta evidente que no es la fuente de iluminación.

«Cuando la inteligencia espiritual, que permanece sola y libre de los objetos, se refleja en la sustancia mental, entonces se obtiene la percepción del yo.

«Así, la sustancia mental, reflejando al conocedor y lo conocible, deviene omnisciente.

«Entonces la mente tiende a la discriminación y al acrecentamiento de la iluminación.

«Cuando los métodos de la yoga han sido practicados con constancia y se ha vencido la impureza, tiene lugar el esclarecimiento que conduce a la plena iluminación.

«El conocimiento (o iluminación) alcanzado es séptuple, y se alcanza progresivamente».[xci] 92

Patanjali señala más adelante que después de la debida concentración, meditación y contemplación, [i152] «lo que oscurece la luz va desapareciendo gradualmente», y agrega:

«Cuando aquello que vela la luz desaparece, se alcanza ese estado del ser llamado desencarnado (o incorpóreo), liberado de las modificaciones del principio pensante. Éste es el estado de iluminación”.[xcii] 93

Por lo tanto, es muy probable que cuando el Cristo recomendó a sus discípulos que «dejen brillar su luz», de ninguna manera hablaba en forma simbólica, sino que los exhortaba a liberarse de la consciencia corpórea a fin de que la luz del alma afluyera al cerebro a través de la mente para obtener esa iluminación que le permite al hombre exclamar: «En esa Luz veremos la luz».

La Iglesia Cristiana siempre ha conocido el camino hacia esa liberación, denominado «Camino de Purificación». Implica la purificación o sutilización de la naturaleza inferior del cuerpo y del velo de la materia que oculta la luz dentro de cada ser humano. El velo debe ser atravesado, para lo cual hay muchas maneras de hacerlo. El Dr. Winslow Hall menciona tres de ellas [xciii] 94 la belleza, el intelecto y el alma. Por medio de la belleza y la búsqueda de la realidad que la ha producido, el místico va más allá de la forma externa y descubre el bien y lo maravilloso. El Dr. Otto [xciv] 95 se ocupa de esto en su [i153] exégesis sobre la facultad de «adivinación», la capacidad para reconocer con reverencia y asombro lo esencialmente santo y bello, detrás de todas las formas. Este capítulo es digno de detenida consideración. Así el místico diviniza (gracias a lo divino en sí mismo) la realidad que el velo de la materia encubre. Éste es el método de los sentidos. Tenemos luego el método del intelecto, el intenso enfoque de la mente en un problema y en el aspecto forma, a fin de penetrar hasta la causa de su ser. Por este método los científicos han progresado tanto y penetrado tan adentro tras el velo, que descubrieron ese algo denominado «energía». El Dr. W. Winslow define el tercer método:

«El método del alma es a la vez el más antiguo y el más amplio de los tres... porque el alma hace algo más que traspasar el velo de la materia; se identifica tanto con el velo como con la Realidad tras el velo. De esta manera alma, velo y Realidad, se sienten como si fuera uno».  [xcv] 96

Volvemos así a la idea de la plenitud y unicidad con el universo mencionada anteriormente, y el Dr. Hall agrega: «Yo definiría la iluminación como un irresistible sentimiento de unicidad con el Todo». 97

Trataremos aquí de exponer en la forma más simple posible, adónde nos han llevado nuestras conclusiones, y veremos qué sucede a quien ha sido educado desde la etapa de entrenamiento de la memoria y acumulación de datos, hasta el empleo [i154] consciente del intelecto, y de éste a la esfera del conocedor consciente.

Mediante la concentración y la meditación, el individuo ha logrado en gran parte el control de la mente y ha aprendido a «mantener la mente firme en la luz». La consciencia entonces se evade del yo inferior (sale de la zona de percepción del cerebro y de la mente), mientras que el místico pasa al estado contemplativo, donde actúa como alma y se reconoce a sí mismo como el Conocedor. La naturaleza del alma es conocimiento y luz, y su esfera de existencia el reino de Dios. Mientras continúa esta identificación con el alma, la mente permanece firme y se niega a responder a los contactos que proceden de otros estados de percepción, como los que provienen de los mundos emocional y físico. Absorbida en la unión con Dios, trasportada al «Tercer Cielo» (como lo fue San Pablo) y en la contemplación de la beatífica visión de la Realidad, no conoce nada, no ve nada, no oye nada, excepto los fenómenos propios del mundo en que está viviendo. Pero en ese mundo, oye, ve y conoce; se da cuenta de la Verdad, develada y libre de todo espejismo que el velo de la materia proyecta sobre ella; escucha la sabiduría que está acumulada en su propia e insondable alma, y esta misma sabiduría ya no existe para él como sujeto y objeto: es ambos, y lo sabe. Penetra en la Mente de Dios — el depósito universal de conocimiento, cuya puerta está siempre abierta para las mentes individuales, capaces de control y aquietamiento suficiente que le permita [i155] ver la puerta y transponerla. No obstante, a través de todo este proceso trascendental, la mente se ha mantenido firme en la Luz.

Sin embargo, el estado contemplativo llega a su fin y la mente es arrastrada a una actividad renovada, actividad basada en su reacción a la luz y en su poder de registrar y recopilar la información con que el alma trata de dotarla. Las energías del alma fueron dirigidas externamente al mundo de las realidades divinas; ahora el foco de su atención cambia y la Deidad dirige su mirada al expectante instrumento, tratando de plasmar en él toda la sabiduría y el conocimiento que es capaz de recibir y reflejar.

Existe la tendencia en quienes escriben sobre misticismo, a confundir iluminación con sentimiento y se ocupan exclusivamente del método místico, sin estudiar adecuadamente la técnica oriental. Evelyn Underhill por ejemplo, dice «... el estado iluminado presupone la visión del Absoluto: el sentido de la Presencia Divina, pero no la verdadera unión con Él». «Es», añade, «un estado de felicidad».  [xcvii] 98 La iluminación de la mente por el conocimiento de la unión con la Deidad y la comprensión de las leyes que rigen el reino espiritual, traerán finalmente felicidad, la cual es consecuencia y no parte, del estado de iluminación. La verdadera iluminación se relaciona con el intelecto y debería estar — en su aspecto más puro — divorciada totalmente del sentimiento. Es una condición de [i156] conocimiento, un estado donde la mente se pone en relación con Dios, y cuanto más tiempo pueda mantener esta condición libre de reacciones emocionales, más directas serán la comunicación entre el alma y su instrumento, y más puras las verdades impartidas.

La comparación del sendero del conocedor con el del místico, será útil aquí. El místico, especialmente de Occidente, alcanza su correspondiente destello de percepción interna: ve al Bienamado, alcanza alturas de consciencia, pero su acercamiento, en la mayoría de los casos, es por el sendero del corazón e involucra sentimiento, percepción sensorial y emoción. El resultado fue el éxtasis. Su técnica ha sido la devoción, la disciplina, un esfuerzo emocional hacia adelante, «la elevación del corazón hacía el Señor», la visión del «Bienamado», «las nupcias en los cielos», «la ofrenda de su amor a los pies del Bienamado» y el consiguiente éxtasis. Después, si hemos de creer en los escritos de los mismos místicos, sigue un período de reajuste a la vida cotidiana y, frecuentemente, un sentimiento de depresión y decepción porque ha pasado tan elevado momento, juntamente con la incapacidad de hablar con claridad sobre lo que se ha experimentado. Luego se inicia un nuevo ciclo de devoción y disciplina, hasta alcanzar de nuevo la visión, estableciendo nuevamente contacto con el Bienamado. En ciertos aspectos, la auto centralización del místico occidental es notable, y es digno de observarse que no emplea el intelecto. Hemos de exceptuar no obstante, a místicos tales [i157] como: Bohme, Ruysbroeck o Meister Eckhart, en cuyos escritos resalta fuertemente el elemento intelecto y se destaca mucho la cualidad del conocimiento. Veamos lo que dice Franz Pfeiffer: 

«Hay un poder en el alma, el intelecto, de importancia primordial para que el alma sea consciente de Dios y pueda detectarlo... Los más sólidos argumentos afirman expresamente (que es la verdad) que el germen de la vida eterna reside más bien en el conocimiento que en el amor... El alma no depende de cosas temporales, sino que, en la exaltación de la mente, se halla en comunicación con las cosas de Dios». [xcviii]  99

El Conocedor emplea un método distinto al del místico, dirige el intelecto al objeto de su búsqueda; es el método de la mente, su disciplina y control. Mantiene firme la mente; detiene su versatilidad y la enfoca; busca a Dios; se aparta del sentimiento y no le interesa su satisfacción personal, porque la mente es sentido común y, en su más elevada utilización, está dotada de la facultad de síntesis, de plenitud. El Conocedor, como dice el Dr. Müller-Freienfels «ya no habla de su alma, sino del alma universal que se manifiesta y desarrolla en él como en todas las demás criaturas, y persistirá aunque perezca la ilusión de la individualidad... Vivirá su vida como ‘vida’, es decir, como autorrealización y autoconsumación, con la consciencia de que no es meramente su propio yo lo que está [i158] siendo realizado y perfeccionado, sino el Universo, la Deidad, de la cual su yo aparente es una parte».[xcix] 100

El sentimiento personal es desechado. El aspirante domina la mente y la mantiene firme en la luz, entonces, ve y conoce. A esto sigue la etapa de la ILUMINACIÓN que resume la diferencia entre los dos métodos.

«El conocimiento eleva el alma al rango de Dios; el amor une el alma con Dios: su empleo perfecciona el alma para Dios. Los tres sacan al alma del tiempo y la trasladan a la eternidad». [c] 101

Estas diferencias deben ser cuidadosamente observadas. Actualmente para muchos, alcanzar el conocimiento de Dios es de mayor importancia que el amor de Dios. Éste ya lo poseen; constituye el trasfondo de sus esfuerzos, pero no de su objetivo y disciplina actuales. Para la vasta mayoría que no piensa, quizás sea verdad que el método místico de amor y devoción debería ser la meta, pero para los pensadores del mundo, el logro de la iluminación debería ser la meta de sus esfuerzos.

En el hombre verdaderamente iluminado tenemos la rara combinación del místico y del conocedor, el efecto resultante de métodos místicos de Oriente y Occidente y la unión de la cabeza y del corazón, del amor y del intelecto. Esto produce lo que en Oriente se denomina un yogui (el conocedor de la unión) y en Occidente, un místico práctico — modo poco satisfactorio de designar [i159] al místico que ha combinado el intelecto con la naturaleza sensorial, por lo tanto, es un ser humano coordinado en quien el cerebro, la mente y el alma, actúan en la más perfecta unidad y síntesis.

La iluminación de la mente por el alma y la proyección del conocimiento y la sabiduría, prerrogativa del alma, sobre la sustancia mental expectante y atenta, produce en el hombre realmente unificado y coordinado, resultados que difieren según la parte de su instrumento con la que se efectúa el contacto. Dejando el tema de la unión y el desarrollo de poderes trascendentales para ser considerados más adelante, nos limitaremos a los efectos directos de la iluminación. Podemos, para mayor claridad, compendiar estos resultados de la manera siguiente:

Un efecto sobre la mente es la captación directa de la verdad y la comprensión directa de un conocimiento tan vasto y sintético que lo abarcamos en el nebuloso término de Mente Universal. A este tipo de conocimiento se lo llama a veces intuición, y es una de las características principales de la iluminación. Otro efecto sobre la mente es que responde a la comunicación telepática y es sensible a otras mentes que alcanzaron la capacidad de actuar en niveles del alma. No me refiero a la llamada comunicación telepática en niveles psíquicos, o a la que se establece entre cerebros en el intercambio común cotidiano tan conocido, sino a la interacción que es posible establecer entre almas divinamente sintonizadas, que en [i160] el pasado dio por resultado la transmisión de verdades, inspiradas en las sagradas escrituras del mundo y en esos pronunciamientos divinos emanados de ciertos grandes Hijos de Dios, como Cristo y Buda. La intuición y la telepatía en su forma más pura son, por lo tanto, dos consecuencias de la iluminación de la mente.

En la naturaleza emocional o, según el lenguaje esotérico, en el cuerpo de deseos o de emociones, el efecto constituye la manifestación de gozo, felicidad y experiencia del éxtasis. Se alcanza un sentimiento de plenitud, satisfacción y de expectativa gozosa, de tal manera que el mundo se ve bajo una nueva luz y las circunstancias toman un colorido más feliz.

«Arriba, el cielo, es azul más brillante,
abajo, la tierra, es de un verdor más delicioso,
algo vive en cada matiz,
que los ojos sin Cristo jamás han visto».

En el cuerpo físico se producen ciertas reacciones muy interesantes, constituyendo dos grupos principales: Primero, un estímulo que inicia una intensa actividad, con un efecto bien marcado sobre el sistema nervioso y, segundo, la frecuente aparición de una luz visible dentro de la cabeza, aunque los ojos estén cerrados o en la oscuridad.

El Dr. W. Winslow Hall en su libro sobre la iluminación, trata este aspecto de la luz, y dice que desea probar que «la iluminación es un hecho, no solamente psicológico sino también fisiológico». [ci] 102

[i161] Los resultados que se producen en el triple mecanismo, mental, sensorial y físico, denominado ser humano, no son más que manifestaciones de la misma energía básica al ser transferida de un vehículo a otro. Es la misma divina consciencia haciendo sentir su presencia en las diferentes esferas de percepción y conducta humanas.

Primero veremos la reacción mental. ¿Qué es esa cosa misteriosa denominada intuición? Resulta interesante observar que este término ha sido totalmente ignorado en algunos libros de psicología, e ignorado frecuentemente por los más grandes hombres en este campo. La intuición no ha sido reconocida. Podemos definirla como captación directa de la verdad, aparte de la facultad razonadora o de cualquier otro proceso del intelecto. Es el surgimiento en la consciencia de alguna verdad o belleza nunca sentida. No procede del subconsciente ni de la memoria racial o individual acumulada, sino que desciende directamente a la mente desde el supraconsciente o alma omnisciente. Se la reconoce inmediatamente como verdad infalible, y no despierta duda alguna.

Todas las soluciones repentinas de problemas aparentemente insolubles o abstrusos, y un gran número de las invenciones revolucionarias, caen dentro de esta categoría. Evelyn Underhill se refiere a esto en los siguientes términos:

«... esta iluminada captación de las cosas, esta purificación de las puertas de la percepción, es, seguramente, lo que podemos esperar que ocurra a medida que el hombre avanza hacia centros más elevados de la consciencia. Su inteligencia superficial purificada de la dominación de los sentidos, es invadida cada vez más por [i162] la personalidad trascendente. Constituye el ‘Hombre nuevo’, que por naturaleza es un habitante del mundo espiritual, cuyo destino, en lenguaje místico, consiste en ‘retornar a su origen’. De allí la afluencia de nueva vitalidad, la ampliación de los poderes de la visión y una enorme exaltación de sus poderes intuitivos». [cii] 103

Este acceso inmediato a la verdad es el destino final de todos los seres humanos, y probablemente algún día la mente misma quede bajo el umbral de la consciencia, así como se encuentran hoy los instintos. Entonces actuaremos en la esfera de la intuición, y hablaremos en términos de intuición con tanta facilidad como ahora hablamos en términos de la mente y tratamos de actuar como seres mentales.

El Padre Maréchal define la percepción intuitiva en los siguientes términos:

«La intuición —definida en forma general— es la asimilación directa del objeto por la facultad conocedora. Todo conocimiento es en cierto modo una asimilación; la intuición es una información inmediata, sin un intermediario interpuesto objetivamente; es el único acto por el cual la facultad conocedora se modela a sí misma, no en una semejanza abstracta del objeto, sino en el objeto mismo; es, si se quiere, la estricta coincidencia, la línea común de contacto entre el sujeto conocedor y el objeto». [ciii] 104

Uno de los libros más notables y sugestivos sobre el tópico de la intuición y que engrana maravillosamente, tanto con la teoría oriental como con la occidental, es el del Dr. Dibblee [i163] del Instituto Oriel de Oxford, donde da varias definiciones interesantes de la intuición, cuando dice: «lo que la sensación es al sentimiento, la intuición es al pensamiento, al ofrecerle material». [civ] 105 Cita las palabras del Dr. Jung cuando expresa que es un proceso mental extra consciente, del que de vez en cuando nos damos cuenta vagamente. Nos da también la definición del Profesor H. Wildon Carr106 «La intuición es la captación, por parte de la mente, de la realidad directamente tal cual es, y no bajo la forma de una percepción o concepto (ni como una idea u objeto de la razón), todo lo cual, por contraste, es captación intelectual».  [cv] 106 «La intuición», dice el Dr. Dibblee en la misma obra107, «se interesa puramente en resultados intangibles y si prescinde del tiempo, es también independiente del sentimiento». En el siguiente párrafo, con meridiana claridad define (quizás sin intención, porque su tema es de otra índole) al místico práctico coordinado o conocedor, y dice:

«...la inspiración Intuitiva y la energía instintiva son finalmente subyugadas y unificadas en el yo, que por último forman una sola personalidad».[cvii] 108

Aquí tenemos las relaciones y reacciones físicas del mecanismo, guiadas y dirigidas por los instintos, actuando por medio de los sentidos y del cerebro, y el alma guiando y dirigiendo a su vez a la mente mediante la intuición, teniendo su punto de contacto físico en el cerebro superior. [i164] Esta idea la resume el Dr. Dibblee109 en estas palabras: «He llegado a la etapa de aceptar definidamente la existencia de dos órganos distintos de la inteligencia en los seres humanos, el tálamo, asiento del instinto, y la corteza cerebral, asiento de las facultades afines, el intelecto y la intuición». [cviii] 109 Esta posición va paralela con la de la enseñanza oriental, la cual afirma que el activo centro coordinador de toda la naturaleza inferior se halla en la región del cuerpo pituitario y que el punto de contacto del yo superior y la intuición, se encuentra en la región de la glándula pineal.

La situación es por lo tanto, la siguiente: la mente recibe la iluminación del alma en forma de ideas proyectadas o intuiciones, que imparten conocimiento exacto y directo, porque la intuición es siempre infalible. Este proceso es, a su vez, repetido por la mente activa, que inculca en el cerebro receptivo las intuiciones y el conocimiento transmitido por el alma. Cuando esto se efectúa automáticamente y con exactitud, tenemos al hombre iluminado, al sabio.

La segunda actividad a que la mente responde debido a la iluminación alcanzada, es la telepatía. Se ha dicho que «la iluminación puede considerarse como el ejemplo más elevado conocido de la telepatía, porque durante todo el resplandor de esta suprema iluminación, el alma humana es el perceptor y el Padre de las Luces, el agente». El agente puede actuar por medio de muchas mentes, porque el mundo del alma es el mundo [i165] de la consciencia grupal, y por esto abre un campo de contactos ciertamente amplio. El alma del hombre se ha sintonizado no sólo con la Mente Universal, sino con todas las mentes, por cuyo intermedio el Propósito Divino, llamado Dios, puede estar actuando. Esto explica la ininterrumpida corriente de escritos iluminados y de mensajes que, a través de las edades, han guiado los pensamientos y el destino de los hombres y los han llevado por el sendero de la realización, desde la etapa del animismo y fetichismo, hasta nuestro concepto actual de una Deidad inmanente. Desde el punto de vista del hombre y de la naturaleza, progresamos hacia el Todo divino en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser, y con el cual estamos conscientemente identificados. Sabemos que somos divinos. Unos tras otros, los Hijos de Dios han tomado posesión de Su herencia y han descubierto que son sensibles al plan mundial. Gracias a la perseverancia en la contemplación, se han dotado a sí mismos para actuar como intérpretes de la Mente Universal y como intermediarios entre las multitudes no telepáticas y la fuente eterna de la sabiduría. A los iluminados del mundo, a los pensadores intuitivos en todos los campos del conocimiento y a los comunicadores telepáticos e inspirados, se debe lo mejor que el hombre sabe ahora, el origen de las grandes religiones mundiales y los triunfos de la ciencia.

Esta comunicación telepática no se ha de confundir con la mediumnidad, o con la masa de escritos llamados inspirados que inunda actualmente el [i166] mundo. La mayoría de estas comunicaciones son de carácter mediocre y no traen nada nuevo, ni tienen mensaje alguno que conduzca al hombre a dar un paso adelante hacia la nueva era, o guíe sus pasos a medida que asciende la escala hacia los lugares celestiales. En contacto con el subconsciente, las enunciaciones de una mentalidad digna y de elevada calidad, darán la explicación del noventa y ocho por ciento del material. Indican que el hombre ha realizado mucho y que está coordinándose, pero no que haya actuado la intuición ni haya estado activo el don de la telepatía espiritual. Es necesario tener mucho cuidado para distinguir entre instinto e intuición, entre intelecto y sus aspectos inferiores y entre mente superior y abstracta. Debe mantenerse la línea divisoria entre las expresiones inspiradas por un alma en contacto con la Realidad y con otras almas, y la trivialidad de una mentalidad brillante y culta.

El efecto del proceso iluminador sobre la naturaleza emocional asume dos formas y, aunque parezca paradójico, son exactamente opuestas. En algunos produce el aquietamiento de la naturaleza, de manera que todas las ansiedades y preocupaciones mundanas cesan y el místico entra en la paz que trasciende toda comprensión. Entonces puede decir:

Una llama ha permanecido dentro de mí.
Inmóvil y despreocupado al paso de los años,
Ajeno al amor, la risa, la esperanza y los temores,
A la torpe palpitación del mal y al vino del bien;
[i167] no siento la sombra de los vientos que acarician,
Ni oigo el murmullo de la marea del vivir,
Ni albergo pensamientos de pasión ni lágrimas,
Libre del tiempo, de las costumbres.
No conozco el nacimiento ni la muerte que hiela;
No temo al destino, moda, causa ni credo.
Superaré el sueño de los montes,
Soy el capullo, la flor y la semilla;
Pues sé que en lo que veo,
Yo soy la parte y ella es mi alma.
 [cix]  110

En sentido opuesto puede producir el éxtasis místico — esa elevación y afluencia del corazón hacia la divinidad, que atestigua constantemente nuestra literatura mística. Es una condición de exaltación y de gozosa certidumbre respecto a las realidades sentidas. Lleva a su poseedor en alas del arrobamiento, de manera que, temporalmente, nada puede tocarlo o dañarlo. En sentido figurado, los pies vuelan en pos del Bienamado, y la interacción entre el que ama y el Amado es muy grande; pero siempre existe el sentido de la dualidad o un algo que está más allá de lo alcanzado. Esto debe mantenerse en la consciencia el mayor tiempo posible, si no, desaparecerá la visión extática; las nubes velarán el sol, y el mundo, con todas sus preocupaciones, oscurecerá los cielos. Se dice que el éxtasis, físicamente considerado, es trance. Es un estado de arrobamiento y puede ser bueno o malo, dice Evelyn Underhill citando al Padre Malaval:

[i168]»Los grandes doctores de la vida mística enseñan que hay dos tipos de arrobamiento que deben diferenciarse cuidadosamente. Uno, saturado de egocentrismo, sea por la fuerza de su febril imaginación que capta vívidamente un objeto sensorial, o por el artificio del demonio... El otro tipo de arrobamiento es, contrariamente, efecto de la visión intelectual pura de quienes poseen un grande y generoso amor a Dios. A las almas generosas que renunciaron totalmente a sí mismas, Dios nunca deja de comunicarles cosas elevadas en estos arrobamientos».  [cx]  111

El mismo escritor continúa diciendo que psicológicamente es éxtasis «La absorción del yo en la idea y el deseo únicos, es tan profunda —y en el caso de los grandes místicos— tan apasionada, que todo lo demás se borra». [cxi]  112 Se observará que la idea del deseo, del sentimiento y de la dualidad, caracteriza la condición de éxtasis. Están siempre presentes la pasión, la devoción y una arrobadora exteriorización hacia la fuente de comprensión, por lo que es necesario que el experimentador haga una cuidadosa diferencia de tales estados, o degenerará en una condición morbosa. En esta condición de percepción sensorial nada tenemos básicamente que hacer. Nuestra elevada meta es la constante intelectualización y el firme control mental, y sólo en las primeras etapas de la iluminación se descubrirá esta condición. Más adelante se verá que la verdadera iluminación excluye automáticamente tales reacciones. El alma se sabe a sí misma libre de los pares de opuestos —del placer lo mismo que del dolor— y permanece firme en el ser [i169] espiritual. El canal o línea de comunicación, es eventualmente directo y eliminador desde el alma a la mente y desde la mente al cerebro. 

Cuando alcanzamos el nivel físico de la consciencia y la reacción a la iluminación que descienden al cerebro, generalmente tenemos dos objetos dominantes. Existe el sentimiento o la consciencia de una luz en la cabeza y con frecuencia también el estímulo de una actividad anormal. El hombre parece impulsado por la energía que fluye a través de él, y los días le parecen demasiado cortos para lo que quiere realizar. Se siente tan ansioso de colaborar en el Plan, con el cual se ha puesto en contacto, que su razonamiento momentáneamente se entorpece, y trabaja, habla, lee y escribe, con incansable vigor, no obstante desgasta su sistema nervioso, y afecta su vitalidad. Todos los que trabajaron en el campo de la meditación y trataron de enseñar a la gente este tema, son bien conscientes de esta condición. El aspirante entra en el reino de la energía divina, descubre que responde intensamente a ella y presiente sus relaciones y responsabilidades grupales, y siente como si tuviese que hacer lo máximo posible para estar a la altura del grupo. Este registro de la constante afluencia de la fuerza vital es eminentemente característico, porque la coordinación entre el alma y su instrumento, y la consiguiente reacción del sistema nervioso a la energía del alma es tan íntima y precisa, que lleva al individuo bastante tiempo efectuar los ajustes necesarios.

Un segundo efecto, como hemos visto, es el reconocimiento [i170] de la luz en la cabeza. Este hecho está tan bien corroborado que no necesita mayor explicación. El Dr. Jung se refiere a esto de la siguiente manera:

«... la visión-luz es una experiencia común para muchos místicos, e indudablemente de gran significación, porque en todo tiempo y lugar aparece como algo incondicional que reúne en sí misma el poder más grande y el significado más profundo. Hildegarde von Bingen, una destacada personalidad aparte de su misticismo, explica su visión en forma bastante similar: ‘desde mi niñez veo siempre una luz en mi alma, pero no con los ojos externos ni por medio de los pensamientos en mi corazón; tampoco toman parte en esta visión los cinco sentidos externos... La luz que percibo no es de naturaleza local sino mucho más brillante que la nube que refleja el sol. No puedo distinguir en ella altura, anchura ni longitud... Lo que veo o aprendo en tal visión lo conservo por mucho tiempo en mi memoria. Veo, oigo y sé al mismo tiempo y lo aprendo en el mismo momento. No puedo reconocer forma alguna en esta luz, aunque a veces veo en ella otra luz que conozco como luz viviente... Mientras gozo del espectáculo de esta luz, toda tristeza y dolor desaparecen de mi memoria...

«Conozco individuos que están familiarizados con este fenómeno por experiencia personal. Hasta donde he podido comprenderlo, el fenómeno parece que se relaciona con un estado de consciencia tan intenso como abstracto, una consciencia desapegada... de lo que, como Hildegarde observa oportunamente, trae a las zonas de la consciencia acontecimientos psíquicos comúnmente envueltos en la oscuridad. El hecho de que, en relación con esto, desaparezcan las sensaciones corporales generales, índica que su energía específica ha sido retirada y aparentemente ha pasado a aumentar la claridad de la consciencia. Por regla general, [i171] el fenómeno es espontáneo, viniendo y desapareciendo por propia iniciativa. Su efecto es asombroso porque trae casi siempre la solución de complicaciones psíquicas, con lo cual libera a la personalidad interna de complicaciones emocionales e imaginarias, creando así la unidad del ser, que se siente universalmente como ‘liberación’». [cxii] 113

Todo instructor de meditación experimentado puede, sin vacilación alguna, apoyar las anteriores palabras. El fenómeno es muy familiar y viene ciertamente a probar que existe una íntima correspondencia física con la iluminación mental. Cientos de casos se podrían presentar si la gente relatara sus experiencias, pero muchos se abstienen de hacerlo para no exponerse a las burlas o al escepticismo del ignorante. Esta luz en la cabeza asume diversas formas y, con frecuencia, es correlativa en su desarrollo. Primero se ve una luz difusa; a veces fuera de la cabeza y posteriormente dentro del cerebro, mientras se piensa o medita profundamente; luego se centra más, y aparece, según lo expresan algunos, como un sol radiante y muy brillante. Después en el centro de esa radiación aparece un punto azul eléctrico vívido (quizás la «luz» viviente ya mencionada) y de allí arranca una dorada senda de luz hacia fuera, denominada Sendero, y posiblemente el profeta no habló en mero simbolismo, cuando dijo que «el sendero del justo es como brillante luz que aumenta hasta que el día sea con nosotros».

En esta luz en la cabeza que se parece al acompañamiento universal del estado de iluminación, tenemos [i172] probablemente el origen del nimbo representado alrededor de la cabeza de los iluminados del mundo

Debe investigarse aún mucho en esta dirección y contrarrestar la gran reticencia y los prejuicios. Muchos comienzan a registrar sus experiencias, pero no son los psicópatas de la raza, sino trabajadores serios y acreditados en los diversos campos del esfuerzo humano. Quizá no pase mucho tiempo antes de que el hecho de la iluminación sea reconocido como un proceso natural, y la luz en la cabeza considerada como indicios de cierta y definida etapa de coordinación e interacción entre el alma, el hombre espiritual y el hombre en el plano físico. Cuando esto suceda, nuestra evolución humana habrá llegado al punto en que el instinto, el intelecto y la intuición, podrán ser empleados a voluntad por el hombre entrenado y cabalmente educado, y proyectarse «la luz del alma» sobre cualquier problema. Así se manifestará en la Tierra la omnisciencia del alma.

Permítanme cerrar este capítulo con unas palabras escritas por un místico hinduista y otras por un místico cristiano moderno, como ejemplos típicos de los dos puntos de vista, el del místico y el del conocedor

El hinduista dice:

«Se llaman Brahmines sólo aquellos cuya luz interna actúa en ellos...; el alma humana es una lámpara que no puede ocultarse. La lámpara no emite los rayos de la carne, sino los rayos de la luz mental para iluminar a toda la humanidad y es, por lo tanto, el canal para el alma del mundo. Los rayos de la luz mental ayudan a la humanidad durante su crecimiento y expansión mentales y, por lo tanto, la lámpara es uno de los Eternos Brahmines del [i173] Mundo. Proyecta su luz en el mundo, pero no toma nada de lo que el mundo puede dar».

El cristiano escribe:

«¡He visto una vida ardiendo en Dios!
Padre mío, imparte
Tu bendición a una vida consumida por Dios,
para que pueda vivir para Ti.
¡Una vida de fuego! una vida que arde en Dios,
¡iluminada por los fuegos del amor de Pentecostés!
¡Una vida ardiendo!, ardiendo por amor a los hombres,
encendida desde arriba por la divina compasión.
¡Una vida ardiente!, que Dios pueda tomar y abandonarla
en la casa, en la calle o donde sea Su voluntad,
a fin de incendiar otra vida para Él
y así propagar aún más el fuego».

Así se pondrá en evidencia la etapa final del proceso de la meditación, que llamamos inspiración. Los grandes Seres de las edades, testimonian la posibilidad de esa vida. Se reconocieron a sí mismos como Hijos de Dios y llevaron ese conocimiento a su plena realización en la encarnación física. Son los inspirados exponentes de la realidad de la verdad, de la inmortalidad del alma y de la existencia del reino de Dios. Son las luces que en los lugares oscuros alumbran el camino de retorno al Hogar del Padre.

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89. Wilhelm, Richard and Jung, C.G., The Secret of the Golden Flower, pág. 57
90. Overstreet, H.A., The Enduring Quest, págs. 28, 239, 240
91. Grensted, Ref. L.W., Psychology and God, pág. 203-204
92. Bailey, Alice A., La Luz del Alma, págs. 408, 409, 415, 416, 422, 178, 172
93. Ídem págs. 118, 240
94. Hall, W. Winslow, M.D. Iluminanda, pág. 93
95. Otto, Rudolf, The Idea of the Holy
96. Hall, W. Winslow, M.D. Illuminanda, pág. 94
97. Ídem, pág. 21
98. Underhill, Evelyn, Mysticism, pág. 206
99. Pfeiffer, Franz, Meister Eckhart, págs. 114, 83, 288
100. Müller-Freinfels, Richard, Mysteries of the Soul, pág. 336
101. Pfeiffer, Franz, Meister Eckhart, pág. 286
102. Hall, W. Winslow, M.D., Illuminanda, pág. 19
103. Underhill, Evelyn, Mysticism, pág. 311
104. Maréchal, Joseph, S.J., Studies in the Psychology of the Mystics, pág. 98
105. Dibblee, George Binney, Instinct and Intuition, pág. 85
106. Carr, H. Wildon, Philosophy of Change, pág. 21
107. Dibblee, George Binney, Instinct and Intuition, pág. 132
108. Ídem, pág. 130
109. Ídem, pág. 165
110. Muirhead, John Spencer, Quiet (The Oxford Book of English Mystical Verse) pág. 629
111. Underhill, Evelyn, Mysticism, pág. 431
112. Idem pág. 434
113. Wilhelm, Richard and Jung, C.G., The Secret of the Golden Flower, págs. 104-105