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CAPÍTULO IX. LA PRÁCTICA DE LA MEDITACIÓN - 1ª parte

CAPÍTULO IX. LA PRÁCTICA DE LA MEDITACIÓN

«Debería tenerse en cuenta que la doctrina de este libro no instruye a todas las personas, sino únicamente a quienes, mortificando en sumo grado los sentidos y las pasiones, han avanzado y progresado en la oración, llamados por Dios a seguir el Camino interno, donde Él los alienta y guía, siendo liberados de los obstáculos que impiden el logro de la perfecta Contemplación».

MIGUEL DE MOLINOS, The Spiritual Guide

[i199] Hasta aquí nuestra exposición ha sido académica y comparativa, discursiva e informativa. Se ha delineado el Camino que muchos han seguido y hemos considerado el Sendero hacia la Iluminación. Ahora corresponde comprender el trabajo práctico que nosotros mismos podemos realizar, de lo contrario el objetivo de nuestro estudio de la meditación se perderá y sólo habremos acrecentado nuestra responsabilidad, sin haber progresado realmente en el Camino.

Dos preguntas surgen de inmediato y reclaman nuestra atención.

Primero: ¿Puede, quien lo desee, beneficiarse con la práctica de la meditación y dominar su técnica?

Segundo: Los Conocedores orientales obtuvieron la iluminación apartándose del mundo, aislados y en silencio. Las condiciones de vida de la civilización occidental lo impiden. Por lo tanto, sin desaparecer en la soledad del mundo, en las selvas y las junglas y en el encierro monástico, ¿pueden esperarse resultados?

Vamos a considerar cada pregunta por separado. Ambas deben ser dilucidadas y contestadas antes de delinear la práctica de la meditación e indicar el adecuado método a seguir.

[i200] En respuesta a la primera sobre la adaptabilidad de los aspirantes para este arduo trabajo, debe recordarse desde el comienzo que el sólo anhelo de emprenderlo puede considerarse que indica el llamado del alma hacia el Sendero del Conocimiento. No debemos amedrentarnos si en ciertas cosas esenciales descubrimos que carecemos de las cualidades necesarias. La mayoría estamos más avanzados, mejor equipados y somos más inteligentes de lo que creemos. Todos podemos empezar a practicar la concentración desde ahora, si queremos. Poseemos una gran masa de conocimientos, de poder mental, de actitudes, que nunca hemos extraído de los reinos del subconsciente, ni hemos llevado a la utilidad objetiva. Quien quiera haya observado los efectos de la meditación producidos en el principiante, corroborará esta afirmación —a veces trae confusión mental a quien no sabe qué hacer con sus descubrimientos. Los resultados del primer paso en la disciplina de la meditación, es decir, la concentración, son a menudo sorprendentes. Las personas se descubren a sí mismas; descubren facultades ocultas y una comprensión que nunca habían aplicado; desarrollan una percepción, incluso del mundo fenoménico, que para ellas es milagrosa; repentinamente registran la existencia de la mente y de que pueden utilizarla, y la diferencia entre el Conocedor y el instrumento del conocimiento se hace cada vez más evidente y reveladora. Al mismo tiempo se produce una sensación de pérdida. Los antiguos estados de ensoñación, de beatitud y paz, otorgados por la oración y meditación mística, desaparecen y se experimenta temporalmente un sentido de aridez, nulidad y [i201] vacuidad, siendo a menudo desesperante. Esto se debe a que el foco de la atención se ha alejado de las cosas de los sentidos, no importa lo bellas que sean. Las cosas que la mente conoce y puede registrar aún no se han plasmado; tampoco el mecanismo sensorial hace su impacto familiar sobre la consciencia. Es un período de transición que debe mantenerse hasta el momento en que el nuevo mundo empiece a impresionar al aspirante. Ésta es una de las razones por las cuales la persistencia y la perseverancia deben desempeñar su parte, particularmente en las primeras etapas del proceso de la meditación.

Uno de los primeros efectos de la práctica de la meditación es comúnmente una creciente eficiencia en la vida diaria, sea en el hogar, en el trabajo o en cualquier campo de la actividad humana. Emplear la mente en los asuntos del vivir es en sí, un ejercicio de concentración y produce notables resultados. Alcance o no el hombre la iluminación final, mediante la práctica de la concentración y la meditación habrá adquirido mucho y enriquecido grandemente su vida, aumentado mayormente su utilidad y poder, y ampliado su esfera de influencia.

Por consiguiente, desde el punto de vista puramente mundano es de gran utilidad aprender a meditar. ¿Quién podrá negar que una acrecentada eficiencia en la vida y en el servicio, constituye un paso en la senda del progreso espiritual, como cualquier visión del místico? Los efectos espirituales de la dedicación mental que el mundo de los negocios occidental manifiesta, pueden ser, en última instancia, una contribución vital [i202] a todo el esfuerzo espiritual, de tanto valor como cualquier efecto observable en el mundo del esfuerzo religioso organizado. Confucio enseñó hace siglos que los complementos de la civilización eran de carácter altamente espiritual, por el resultado de las ideas. Hu Shih, en sus interesantes comentarios, dice «...es altamente idealista y espiritual la civilización que emplea plenamente el ingenio y la inteligencia humana en la búsqueda de la verdad, a fin de controlar la naturaleza y trasformar la materia en bien del género humano; liberar al espíritu humano de la ignorancia, de la superstición y de la esclavitud de las fuerzas de la naturaleza, y reformar las instituciones sociales y políticas en bien del mayor número —una civilización así es altamente idealista y espiritual». [cxxix] 130

Nuestras ideas sobre lo que constituye la espiritualidad se han ampliado constantemente. Hemos visto a muchos miles de seres humanos que por el empleo del deseo, el sentimiento y las reacciones de la naturaleza emocional, alcanzaron un punto en que se vieron obligados a transmutar el deseo en aspiración, el sentimiento en sensibilidad hacia las cosas del espíritu, y el amor a sí mismos en amor a Dios. Así surge el místico.

Por el empleo de la mente en el mundo de los negocios, en los trabajos profesionales, en la ciencia y en el arte, hemos presenciado dos hechos sorprendentes: Grandes empresas organizadas, con sus intereses egoístas e ideas materialistas fueron llevadas, no obstante, a una condición donde por [i203] primera vez se ha considerado seriamente la consciencia e interacción grupales y el interés del mayor número. Éstos son resultados puramente espirituales; indicios de la futura hermandad de las almas. La ciencia aplicada se ha desarrollado en todos los campos en tal forma, que ha penetrado en el reino de la energía y de la metafísica pura. El estudio de la materia nos ha conducido a la esfera del misticismo y del transcendentalismo. La ciencia y la religión se están dando la mano en el mundo de lo invisible e intangible.

Éstos son pasos en la debida dirección. Cuando las facultades mentales se hayan desarrollado racialmente gracias a nuestra técnica occidental en el mundo comercial (una vasta escuela de concentración), inevitablemente tendrá lugar una transmutación análoga a la de la naturaleza de deseos, como frecuentemente ha ocurrido. Entonces se podrá reorientar la mente hacia valores más reales y elevados, y enfocarla en una dirección que no sea la de la vida materialista. Así surgirá el Conocedor.

Todo aquel que no sea puramente emocional, que tenga una regular educación y esté dispuesto a trabajar con perseverancia, puede emprender el estudio de la meditación con ánimo, empezar a organizar su vida y dar los primeros pasos en el sendero hacia la iluminación, y tal organización constituye uno de los pasos más difíciles. Téngase presente que todo paso inicial es difícil, porque deben neutralizarse hábitos y ritmos de muchos años; pero una vez dados y dominados dichos pasos, el trabajo [i204] resulta más fácil. Es más dificultoso aprender a leer que dominar un libro difícil.

La antigua ciencia de la meditación, «el camino soberano de la unión» como se lo ha denominado, podría también llamarse ciencia de la coordinación. Aprendimos ya a coordinar la naturaleza emocional sensorial y de deseos y el cuerpo físico, lográndolo a tal grado que estos estados son automáticos y a veces irresistibles; el cuerpo físico es ahora simplemente un autómata, la criatura del deseo, superior o inferior, bueno o malo, según el caso. Muchos están ya coordinando la mente con ambos y, mediante los difundidos sistemas educativos actuales, fusionamos en una unidad coherente esa totalidad que constituye el ser humano: la naturaleza mental, emocional y física. Mediante la concentración y los primeros aspectos de la práctica de la meditación se apresura grandemente esta coordinación, seguida por la unificación de otro factor en la triplicidad del hombre, el factor alma, el cual ha estado siempre presente como lo ha estado la mente en los seres humanos (excepto en los idiotas), pero se mantiene pasiva hasta el momento oportuno cuando se ha hecho el trabajo necesario. Todo es cuestión de consciencia. El Profesor Max Muller dice:

«Debemos recordar que el principio fundamental de la filosofía Vedanta no es: ‘Tú eres Él’ sino ‘Tú eres Ése’. No era: Tú serás; sino Tú eres. ‘Tú eres’ expresa algo que es, que ha sido y que [i205] siempre será; no algo que aún debe alcanzarse o vendrá, por ejemplo, después de la muerte... Por el verdadero conocimiento, el alma individual no se convierte en Brahma, sino que es Brahma en cuanto sabe que realmente es y que siempre lo ha sido» [cxxx] 131

La misma verdad hace resaltar San Pablo cuando habla de «Cristo en mí esperanza es de gloria». Esta Realidad interna es conocida por la mente entrenada y enfocada; el Tres en Uno y el Uno en Tres, son hechos probados en la evolución de la vida de Dios en el hombre.

Se evidencia por lo tanto que la respuesta a nuestra primera pregunta es:

Primero: Aceptamos la hipótesis de que existe un alma y que esta alma puede ser conocida por el hombre capaz de entrenar y controlar su mente.

Segundo: Con esta hipótesis como base, empezamos a coordinar los tres aspectos de la naturaleza inferior y a unificar la mente, las emociones y el cuerpo físico, en un todo organizado y comprensivo. Esto se logra mediante la práctica de la concentración.

Tercero: A medida que la concentración se fusiona con la meditación (acto de concentración prolongada) se hace sentir la imposición de la voluntad del alma sobre la mente. Poco a poco, el alma, la mente y el cerebro, se ponen en armonía. En primer lugar la mente controla al cerebro y a la naturaleza emocional, luego, el alma controla a la mente. Lo primero es consecuencia de la concentración; lo segundo, de la meditación.

De esta correlatividad de actividades, el investigador interesado logrará comprender que hay un verdadero trabajo que realizar y que la primera [i206] cualidad necesaria es la perseverancia. Cabe observar aquí dos cosas que ayudan en la tarea de coordinación: Una, el esfuerzo para lograr el control de la mente, al intentar llevar una vida de concentración. La vida de consagración y dedicación tan característica del místico, da lugar a la vida de concentración y meditación característica del conocedor. La organización de la vida de pensamiento en todo momento y en todas partes y, en segundo lugar, la práctica de la concentración de forma regular, cada día, a una hora dada si es posible, conducen a una actitud enfocada, y juntas significan éxito. La primera toma algún tiempo, pero puede iniciarse inmediatamente. La segunda requiere períodos de concentración establecidos, y su éxito depende de dos cosas: regularidad y persistencia. En el primer caso el éxito depende, en su mayor parte, de la persistencia y también del empleo de la imaginación. Mediante la imaginación asumimos la actitud del Observador, el Perceptor. Nos imaginamos ser el Uno que está pensando (no sintiendo), y firmemente guiamos en todo momento nuestros pensamientos de acuerdo a las líneas elegidas, pensando sobre lo que queremos y negándonos a pensar en lo que queremos excluir, no por el método de la inhibición, sino por el interés dinámico puesto en otra cosa. No permitimos a nuestra mente divagar a voluntad o ser impulsada a la actividad por nuestros sentimientos y emociones, o por corrientes mentales del mundo que nos circunda. Nos obligamos a poner atención en todo cuanto hacemos, [i207] ya sea la lectura de un libro, el desempeño de nuestras tareas en el hogar o en el negocio, la vida social o profesional, la conversación con un amigo, o cualquier otra actividad del momento. Si la ocupación es de tal naturaleza que se puede realizar instintivamente y no exige el empleo activo del pensamiento, podemos elegir una línea de actividad mental o cadena de razonamiento y seguirla comprensivamente, mientras nuestras manos y ojos estén ocupados en lo que está haciendo.

La verdadera concentración nace de una vida concentrada y regida por el pensamiento. El primer paso para el aspirante es empezar por organizar su vida diaria, regularizar sus actividades de manera que su vida esté enfocada y centrada en un objetivo. Esto puede hacerlo quien tenga bastante interés en realizar el esfuerzo necesario y sea capaz de llevarlo a cabo con perseverancia. Este es el primer requisito básico; cuando reorganizamos y ajustamos nuestra vida, ponemos a prueba nuestro temple y la fortaleza de nuestro deseo. Se observará que para el individuo enfocado no cabe la negligencia en el deber. Cumple con sus deberes familiares, sociales, comerciales y profesionales, completa y eficientemente, y aún halla tiempo para los nuevos deberes que su aspiración espiritual le impone, porque comienza a eliminar de su vida lo no esencial. No evade ninguna obligación, porque la mente enfocada permite al hombre hacer más cosas que antes, en menos tiempo, y logra mejores resultados de sus esfuerzos. Las personas regidas por sus emociones malgastan mucho tiempo y energía y realizan menos que las personas mentalmente enfocadas. La práctica de la meditación [i208] es mucho más fácil para el individuo entrenado en los métodos comerciales, que ha ascendido al rango de ejecutivo, que para el trabajador mecánico, irreflexivo, o para la mujer que lleva una vida puramente social o del hogar. Estos deben aprender a organizar sus días y abandonar sus actividades no esenciales. Son los que siempre están demasiado ocupados para todo y les resulta insuperable encontrar veinte minutos cada día para la meditación, o una hora para el estudio. Se hallan tan ocupados con las amenidades sociales, la rutina del hogar, la multitud de pequeñas actividades y conversaciones sin sentido, que no se dan cuenta que por la práctica de la concentración, pueden hacer mucho más y mejor de lo hecho hasta ahora. Al ejecutivo entrenado, de vida activa y plena, le resulta más fácil encontrar el momento adicional que requiere el alma. Siempre tiene tiempo para algo más. Ha aprendido a concentrarse y frecuentemente a meditar; lo único que necesita es cambiar el foco de su atención.

La respuesta a la segunda de las preguntas sobre la necesidad de retirarse a la soledad a fin de evocar el alma, nos brinda la oportunidad de una o dos consideraciones interesantes. Del estudio de las condiciones en que se halla el aspirante occidental moderno, se evidencia que debe desechar el cultivo de la naturaleza del alma hasta que pueda adaptarse a la antigua regla de retirarse, o formular un nuevo método y adoptar una nueva actitud. Muy pocos estamos en posición de [i209] renunciar a nuestras familias y responsabilidades, y desaparecer del mundo de los hombres para meditar y buscar la iluminación bajo nuestro particular árbol Bo. Vivimos en medio de una multitud y una condición caótica, que hace imposible toda esperanza de rodearnos de paz y quietud. ¿Es insuperable el problema? ¿No hay manera de sobreponemos a esa dificultad? ¿Tenemos que renunciar a toda esperanza de iluminación porque no podemos (por la fuerza de las circunstancias, el clima y las causas económicas) desaparecer del mundo de los hombres y buscar el reino del alma?

Indudablemente la solución no está en renunciar a las posibilidades, de las cuales los hombres de los primeros siglos y razas testimonian, sino en la recta comprensión de nuestro problema y en el privilegio que tenemos de demostrar un nuevo aspecto de la antigua verdad. Los occidentales pertenecemos a una raza más joven. En el milenario Oriente, unos pocos precursores aventureros buscaron la soledad, aseguraron las oportunidades y conservaron las reglas. Protegieron la técnica hasta el momento en que las masas estuvieran preparadas para avanzar en gran número, y no uno o dos a la vez. Ese momento ha llegado. En medio de la tensión y agitación del moderno vivir, en la jungla de nuestras grandes ciudades, en medio del estruendo y bullicio de la vida y el intercambio diario, los individuos pueden descubrir, y descubren, el centro de paz dentro de sí mismos y pueden entrar y entran, en ese estado de positiva concentración silenciosa que les permite llegar a la misma meta, obtener el mismo conocimiento y penetrar en la misma [i210] Luz, de que los grandes Personajes de la raza dieron testimonio. El lugar solitario en que el hombre se retrae lo descubre en sí mismo; el lugar de silencio donde establece contacto con la vida del alma, es ese punto dentro de la cabeza donde el alma y el cuerpo se unen, esa región, ya referida, donde se mezclan y fusionan la luz del alma y la vida del cuerpo. El hombre que puede entrenarse para estar suficientemente enfocado, puede retirar sus pensamientos a un centro dentro de sí mismo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Allí se realiza la gran obra de unificación, e implica atención más dinámica y meditación más poderosa; la fuerza interna y el poder mental de la raza ha progresado y aumentado en los últimos tres mil años y puede hacer lo que no era posible para los videntes de la antigüedad.

Una tercera pregunta surge aquí. ¿Qué le ocurre, en realidad, psicológica y fisiológicamente, al aspirante durante la meditación? La respuesta es: Muchas cosas. Psicológicamente hablando, la mente queda controlada y bajo el dominio del alma; al mismo tiempo, no hay negación de las facultades mentales comunes, las cuales pueden ser utilizadas más fácilmente, y la mente se hace más aguda. Se adquiere la facultad de pensar con más claridad. El aspirante descubre que además de poder registrar impresiones del mundo fenoménico, puede también registrar las del mundo del espíritu. Posee poder mental en dos sentidos, y la mente se convierte en agente coordinador y unificador. La naturaleza emocional, a [i211] su vez, queda dominada por la mente y se la mantiene quieta y tranquila y, por consiguiente, no obstaculiza la afluencia de conocimiento espiritual al cerebro. Una vez producidos ambos efectos, tienen lugar en la cabeza ciertos cambios en el mecanismo mental y perceptivo —según los Conocedores orientales, y la evidencia parece confirmarlo. Los pensadores avanzados de Occidente, como ya vimos, ubican las facultades mentales superiores y el asiento de la intuición en la parte superior del cerebro, y las facultades mentales inferiores y las reacciones emocionales elevadas, en la parte inferior del cerebro. Esto coincide con la enseñanza oriental de que el alma (con su conocimiento superior y la facultad de percepción intuitiva) tiene su asiento en un centro de fuerza situado en la región de la glándula pineal, mientras que la personalidad tiene su asiento en un centro de fuerza situado en la región del cuerpo pituitario.

La hipótesis sobre la cual se desarrollará, con el tiempo, la nueva escuela en el campo de la educación (si las teorías propuestas en este libro tienen una base real) podría exponerse en las siguientes proposiciones:

1. El centro de energía por intermedio del cual actúa el alma, se halla en la parte superior del cerebro. Durante la meditación, si ésta es efectiva, la energía del alma afluye al cerebro y produce un efecto preciso sobre el sistema nervioso. Pero si la mente no está controlada y predomina la naturaleza emocional (como ocurre en el caso del místico puro), el efecto se hace sentir principalmente en el mecanismo sensorial, en los estados emocionales del ser. [i212] Cuando la mente es el factor dominante, entonces el mecanismo mental de la parte superior del cerebro entra en actividad organizada. El hombre adquiere una nueva capacidad para pensar clara, sintética y poderosamente, a medida que descubre nuevas regiones del conocimiento.

2. En la región del cuerpo pituitario tenemos el asiento de las facultades inferiores cuando están coordinadas en el ser humano de tipo superior. Allí se coordinan y sintetizan y —de acuerdo a ciertas escuelas acreditadas de psicología y endocrinología— residen las emociones y los aspectos más concretos de la mente (derivados de hábitos raciales e instintos heredados), y por lo tanto no exigen el ejercicio de la mente creadora o superior. Éste fue el tema de mi anterior libro El Alma y Su Mecanismo, y no me extenderé sobre ello.

3. Cuando la personalidad (los estados físicos, emocional y mental) es de orden elevado, el cuerpo pituitario actúa con creciente eficacia, y la vibración del centro más cercano de energía llega a ser muy potente. Debe observarse que de acuerdo a esta teoría, cuando la personalidad es de orden inferior, cuando las reacciones son principalmente instintivas y la mente prácticamente está inactiva, entonces el centro de energía está cercano al centro plexo solar y predomina en el hombre la naturaleza animal.

4. El centro situado en la región de la glándula pineal y la parte superior del cerebro, entran en actividad cuando se aprende a enfocar atentamente la consciencia [i213] en la cabeza. En los libros orientales esto se denomina con el interesante término «correcto retiro o correcta abstracción». Significa que debe desarrollarse la capacidad de subyugar la tendencia de los cinco sentidos a exteriorizarse. Así se enseña al aspirante el correcto retiro o abstracción de la consciencia que dirige externamente al mundo fenoménico, y así aprende a concentrar la consciencia en la gran estación central de la cabeza, desde donde puede distribuirse conscientemente la energía a medida que participa de la gran tarea; desde allí puede también establecer contacto con el reino del alma y recibir los mensajes e impresiones que emanan de ese reino. Ésta es una etapa definida de realización y no simplemente un modo simbólico de expresar interés en una sola dirección.

Las diversas avenidas de percepción de los sentidos se aquietan, y la consciencia del hombre real ya no afluye externamente a través de sus cinco avenidas de contacto. Los cinco sentidos quedan dominados por el sexto, la mente, y toda la consciencia y la facultad perceptiva del aspirante se sintetiza en la cabeza y se dirige hacia dentro y hacia arriba. De esta manera la naturaleza psíquica queda subyugada y el plano mental se convierte en el campo de la actividad del hombre. Este proceso de retiro o abstracción, se verifica en etapas:

El retiro de la consciencia física o de percepción por medio del oído, el tacto, la vista, el gusto y el olfato. Estos medios de percepción quedan momentáneamente dormidos. La percepción del hombre es [i214] puramente mental y la consciencia del cerebro es lo único activo en el plano físico.

El retiro de la consciencia a la región de la glándula pineal, de modo que el punto de comprensión del hombre se centralice en la región situada entre el medio de la frente y la glándula pineal. [cxxxi] 132

5. Cuando se ha hecho esto y el aspirante adquiere facilidad para enfocarse en la cabeza, el resultado de este proceso de abstracción es el siguiente:

Los cincos sentidos van siendo sintetizados constantemente por el sexto, la mente. Éste es el factor coordinador. Más tarde, percibe que el alma tiene análoga función. La triple personalidad se pone así en comunicación directa con el alma y, por lo tanto, el hombre llega a ser con el tiempo inconsciente de las limitaciones de la naturaleza corporal, y el cerebro puede ser entonces impresionado directamente por el alma vía la mente. La consciencia del cerebro se mantiene en una condición de espera positiva con todas las reacciones del mundo fenoménico totalmente inhibidas, aunque temporalmente.

6. La personalidad intelectual de alto desarrollo, con su foco de atención localizado en la región del cuerpo pituitario, empieza a vibrar al unísono con el centro superior en la región de la glándula pineal. Entonces se establece un campo magnético entre el aspecto positivo del alma y la personalidad en expectativa, que se hace receptiva debido al proceso de atención enfocada. Se dice que entonces irrumpe la luz, el hombre logra la iluminación y aparece la [i215] luz fenoménica en la cabeza. Todo esto es el resultado de una vida disciplinada y del enfoque de la consciencia en la cabeza, producido a su vez por el intento de concentrarse en la vida diaria y mediante determinados ejercicios de concentración. A esto le sigue el esfuerzo de la meditación y más tarde —mucho después— se hace sentir el poder de la contemplación.

Éste es un breve resumen de la mecánica del proceso, siendo necesariamente sucinto e incompleto. Sin embargo, estas ideas deben ser aceptadas provisionalmente, antes de poder emprender con inteligencia la práctica de la meditación. Aceptar una hipótesis como la indicada, es tan justificable como aceptar cualquier otra, como base práctica para la investigación y la conducta. Quizá sea más justificable su aceptación, porque tantos miles de personas prosiguieron de acuerdo con ella, llenaron los requisitos necesarios y como resultado, cambiaron la suposición en certidumbre, y en recompensa obtuvieron amplitud mental, persistencia y descubrimiento.

Habiendo formulado nuestra hipótesis y aceptándola momentáneamente, continuaremos con el trabajo hasta comprobar su falsedad o hasta que ya no le prestemos atención. Una hipótesis no es necesariamente falsa por no poder demostrar su validez en el plazo que consideremos adecuado. La gente abandona frecuentemente su búsqueda en este campo del conocimiento porque carece de la necesaria perseverancia o su interés se transfiere a otra parte. Sin embargo, hemos determinado seguir adelante con nuestra investigación y dar tiempo a que las [i216] antiguas técnicas y fórmulas puedan ser comprobadas. Cumpliremos los primeros requisitos y trataremos de que nuestra vida sea influida por una actitud mental más concentrada, a fin de practicar la meditación y concentración diariamente. Si somos principiantes o poseemos una mente desordenada, fluídica, versátil o inestable, empezaremos por practicar la concentración. Si somos intelectuales disciplinados, lo único que debemos hacer es reorientar la mente hacia un nuevo campo de conocimiento y empezar a meditar verdaderamente. Es fácil enseñar a meditar al hombre cuyo interés se cifra en los negocios.

Luego se intenta regular la práctica de la meditación y se fija cada día un determinado momento para ello. Al principio, quince minutos son suficientes y no debería intentarse practicarla durante más tiempo el primer año. En verdad podría decirse que no está interesado quien dice no disponer de quince minutos de los mil cuatrocientos cuarenta que constituye un día. Quince minutos pueden encontrarse mientras pongamos voluntad para el esfuerzo; es siempre posible levantarse quince minutos más temprano o prescindir de la charla matinal con la familia, la lectura de un libro, el cine u otras cosas durante el día. Seamos honestos con nosotros mismos y reconozcamos las cosas tal cual son. La excusa «no tengo tiempo», es completamente vana, e indica simplemente falta de interés. [i217].  Consideremos las reglas sobre las cuales vamos a proceder.

Ante todo, procuraremos hallar tiempo por la mañana temprano para la práctica de la meditación. La razón estriba en que después de haber participado de los acontecimientos del día y en el toma y daca general de la vida, la mente está en un estado de violenta vibración, lo cual no sucede si la meditación es la primera práctica de la mañana. Entonces la mente está relativamente aquietada y puede sintonizarse más rápidamente con los estados superiores de consciencia. Si iniciamos el día enfocando nuestra atención en cosas espirituales y cuestiones del alma, vivimos el día en forma muy distinta. Si esta práctica se convierte en hábito, veremos muy pronto cambiar nuestras reacciones a las incidencias de la vida y empezaremos a pensar lo que el alma piensa. Entonces se realiza el proceso de la actuación de una ley, porque «como el hombre piensa, así es él».

Luego trataremos de buscar un lugar realmente tranquilo y libre de intromisiones. No quiero decir tranquilo en el sentido de que no haya ruido, porque el mundo está lleno de sonidos, y a medida que nuestra sensibilidad aumenta, descubriremos que es más ruidoso de lo que pensábamos, pero libre de todo acercamiento y exigencias de otras personas. Quisiera indicar una actitud que todo principiante debería asumir. Es la actitud de silencio. Los aspirantes a la meditación hablan mucho de la oposición que encuentran por parte de la familia y los amigos; el marido objeta que su mujer medita, o viceversa; los hijos despreocupados [i218] o desconsiderados interrumpen las devociones de los padres; los amigos no simpatizan con el intento. En la mayoría de los casos es culpa del aspirante mismo, sobre todo las mujeres. La gente habla demasiado. A nadie le importa qué hacemos durante quince minutos de nuestro tiempo cada mañana y no es necesario hablar de ello a la familia, ni exigirles estar quietos porque queremos meditar. Inevitablemente esto evocará una reacción contraria. Por lo tanto no divulguemos el método de desarrollar la consciencia espiritual, pues es un asunto exclusivamente nuestro. Guardemos silencio sobre lo que hacemos; no dejemos libros ni escritos en cualquier parte, tampoco diseminemos por la casa literatura que no interesa en lo más mínimo al resto de la familia. Si es imposible tener un momento para meditar antes que la familia se disperse para los quehaceres del día o antes de iniciar nuestra tarea, busquemos el momento propicio durante el día. Siempre hay una salida para cualquier dificultad si lo deseamos suficientemente de forma que no signifique eludir deberes u obligaciones. Simplemente requiere organización y silencio.

Encontrado el momento y el lugar, sentémonos cómodamente y empecemos a meditar. Entonces surge la pregunta: ¿cómo debemos sentarnos? ¿Cuál es la mejor posición, las piernas cruzadas, arrodillados, sentados o de pie? La posición más fácil y normal es siempre la mejor. La posición con las piernas cruzadas [i219] ha sido, y aún es, la más corriente en Oriente, y se han escrito muchos libros sobre posturas, de las cuales hay aproximadamente ochenta. El hecho de haberlo utilizado en el pasado y en Oriente, no significa que sea la más cómoda para nosotros en la actualidad y en Occidente. Estas posturas son costumbres de la época en que la raza era entrenada psicológica y emocionalmente, y se parece mucho a la disciplina que se le impone a un niño cuando se lo manda a un rincón y se le ordena quedarse quieto. Algunas de las posturas tienen también relación con el sistema nervioso y con esa estructura interna de nervios sutiles que los hindúes denominan nadis, que subyacen en el sistema nervioso, como se lo conoce en Occidente.

El inconveniente de tales posturas conduce a dos reacciones, hasta cierto punto indeseables; nos llevan primero, a concentrar la mente en la mecánica del proceso y no en su finalidad; segundo, con frecuencia producen un agradable sentido de superioridad, basado en la intención de hacer algo que la mayoría no hace y que permite destacarnos como conocedores en potencia. Nos absorbe el aspecto forma de la meditación y no el Originador de la forma. Nos preocupamos del no-yo en lugar del yo. Debemos elegir esa postura que nos haga olvidar más fácilmente el cuerpo físico. Para el occidental probablemente la mejor postura es estar sentado: lo importante es que nos sentemos erguidos, con la columna vertebral en línea recta, relajados (sin dejarse caer) para que no haya tensión en [i220] ninguna parte del cuerpo, bajando la barbilla parcialmente a fin de eliminar toda tensión en la nuca. Hay personas que cuando meditan sentadas, miran el techo con los ojos firmemente cerrados, como si el alma estuviera allí, en posición extremadamente rígida, apretando fuertemente los dientes (quizás para impedir que se les escapen palabras inspiradas llegadas del alma). Todo el cuerpo está tenso y rígido. Estas personas se sorprenden cuando nada ocurre, excepto fatiga y dolor de cabeza. El retiro de la consciencia de los conductos de los sentidos no implica la transferencia de la sangre del cuerpo a la cabeza, ni el aceleramiento sin control de las reacciones nerviosas. La meditación es un acto interno y se practica con éxito sólo cuando el cuerpo está relajado, en posición adecuada y, luego, olvidado.

Las manos deben estar entrelazadas en el regazo y los pies cruzados. Si aceptamos lo que el científico occidental dice cuando afirma que el cuerpo humano es en realidad una batería eléctrica, probablemente su hermano oriental esté también en lo cierto cuando afirma que la meditación es la unión de la energía negativa y de la positiva, y que por este medio se produce la luz en la cabeza. En consecuencia es prudente cerrar el circuito.

Obtenida la comodidad física y la relajación, y habiendo retirado la consciencia del cuerpo, observamos a continuación nuestra respiración y determinamos si es tranquila, regular y rítmica. Considero útil hacer una advertencia acerca de los ejercicios [i221] respiratorios, que no son recomendables sino para quienes primeramente han practicado durante años en debida forma la meditación y la purificación de la naturaleza corpórea. Mientras no se tenga experiencia y pureza, la práctica de ejercicios respiratorios supone un verdadero peligro. Nunca se hará resaltar esto suficientemente. Existen hoy muchas escuelas que dan instrucciones sobre respiración y muchos dicen que la respiración es un medio para el desarrollo espiritual. Sin embargo, nada tienen que ver con esto, pero sí con el desarrollo psíquico, y su práctica conduce a muchas dificultades y peligros. Es posible, por ejemplo, desarrollar la clariaudiencia y clarividencia mediante la práctica de ciertos ejercicios respiratorios; pero si no se tiene una verdadera comprensión del proceso y si la mente no ejerce el correcto dominio de la «versátil naturaleza psíquica», quien lo practique sólo logrará entrar por la fuerza en nuevos campos de fenómenos, desarrollar facultades que es incapaz de controlar, y muchas veces descubrir que no puede excluir sonidos y visiones que aprendió a registrar, y al no poder evadir los contactos psíquicos y físicos, es impulsado en dos direcciones, sin hallar paz alguna. Los sonidos y las visiones físicas son herencia normal y lógicamente hacen su impacto sobre los sentidos; pero cuando el mundo psíquico —con sus propias visiones y sonidos— hace también impacto, se encuentra perdido, no puede cerrar los ojos ni apartarse del indeseable medio ambiente psíquico.

Un doctor en teología y pastor de una numerosa congregación me escribió hace poco, diciéndome que practicaba ejercicios de [i222] respiración con la idea de mejorar su salud, indicados por un instructor que había llegado a donde él vivía. El resultado de su ignorancia, aunque bien intencionada, fue que se le abrió psíquicamente el oído interno. Decía en su carta: «A medida que le escribo a máquina, oigo toda clase de voces, palabras y sonidos que no son físicos. No puedo silenciarlos y temo enloquecer. ¿Quisiera decirme por favor qué puedo hacer para eliminarlos?» Durante los últimos diez años, varios cientos de personas me pidieron ayuda debido a los efectos producidos al seguir indiscriminadamente los consejos vertidos por quienes instruyen sobre la respiración. Casi todos desesperados y frecuentemente en serias condiciones psíquicas. Algunos fueron ayudados, pero nada pudimos hacer por otros, que terminaron en el manicomio o en clínicas de desequilibrados mentales. Mi gran experiencia sobre estos casos me obliga a formular esta advertencia, porque la mayoría de los trastornos psíquicos incontrolables provienen de la práctica de ejercicios respiratorios.

En las antiguas enseñanzas de Oriente no se permitía el control de la respiración sino después de haberse perfeccionado en los tres primeros «medios de unión». Estos «medios» son: Primero, los cinco mandamientos, que son: inofensividad, veracidad, no hurtar, continencia y desprendimiento. Segundo, las cinco reglas, que son: purificación interna y externa, gozo, ardiente aspiración, lectura espiritual y devoción. Tercero, correcto aplomo. Cuando una persona es altruista e inofensiva en pensamiento, palabra y acción [i223] y conoce el significado de la posición adecuada —la postura emocional lo mismo que física— entonces verdaderamente puede practicar ejercicios de respiración con la adecuada instrucción, y hacerlo sin peligro. Aún así, lo único que conseguirá es unificar las energías vitales del cuerpo y llegar a ser un psíquico consciente; pero esto puede tener su utilidad y objetivo si quien lo practica se considera un investigador y experimentador.

El no haberse ajustado a los pasos preliminares necesarios ha conducido a dificultades a más de un investigador digno. Es peligroso para una persona emotiva y débil, hacer ejercicios de respiración con el fin de apresurar su desarrollo; cualquier instructor que trate de enseñar estos ejercicios a grupos numerosos como frecuentemente sucede, se expone a dificultades, tanto él como sus seguidores. Antiguamente, los instructores elegían a algunos individuos para este tipo de enseñanza, que se añadía al entrenamiento que ya había producido un cierto grado de contacto con el alma, de forma que el alma pudiese guiar las energías evocadas por la respiración para fomentar sus objetivos y para el servicio al mundo.

Por lo tanto, lo único que debemos procurar es que nuestra respiración sea tranquila y regular; entonces retiraremos totalmente nuestro pensamiento del cuerpo y empezaremos la tarea de concentración.

El siguiente paso en la práctica de la meditación es el empleo de la imaginación. Nos imaginamos al triple hombre inferior alineado, o en comunicación directa con el alma. Hay varias maneras de hacerlo. A esto lo llamamos práctica de la visualización. La visualización, la imaginación y la voluntad, [i224] parecen ser tres factores muy potentes en todo proceso creador. Son las causas subjetivas de muchos de nuestros efectos objetivos. Al principio la visualización es en gran parte cuestión de fe experimental. Sabemos que mediante el proceso de razonamiento, llegamos a la comprensión de que dentro y más allá de los objetos manifestados, existe un objeto o canon ideal, que está tratando de manifestarse en el plano físico. La práctica de la visualización, la imaginación y el empleo de la voluntad, son actividades calculadas para acelerar la manifestación de este ideal.

Al visualizar, utilizamos nuestra concepción más elevada de lo que ese ideal puede ser, revestido de cierto tipo de materia, generalmente mental, pues aún somos incapaces de concebir formas y tipos más elevados de sustancia con la cual envolver nuestras imágenes. Al imaginar un cuadro, la sustancia mental de nuestra mente establece cierto ritmo de vibración que atrae hacia sí el correspondiente grado de sustancia mental en que la mente está sumergida. La voluntad mantiene esta imagen fija y le da vida. Este proceso continúa, seamos o no capaces de verlo con el ojo mental. No tiene importancia que podamos o no verlo, porque el trabajo creador se realiza igualmente. Quizás podamos alguna vez seguir y ejecutar conscientemente todo el proceso.

En conexión con este trabajo, en la etapa del [i225] principiante, algunas personas se imaginan a los tres cuerpos (los tres aspectos de la naturaleza forma) vinculados por un cuerpo radiante de luz, o visualizan tres centros de energía vibrante que recibe el estímulo de un centro más elevado y poderoso; otros imaginan al alma como un triángulo de fuerza, unido al triángulo de la naturaleza inferior —vinculado por el «cordón plateado», mencionado en la Biblia cristiana, el sutratma o hilo del alma de las escrituras orientales, la «línea de la vida» de otras escuelas de pensamiento. En cambio otros mantienen la idea de una personalidad vinculada con la divinidad que mora internamente, ocultando en sí misma a esa divinidad, «Cristo en nosotros, esperanza es de gloria». Tiene poca importancia la imagen elegida, siempre que se inicie con la idea fundamental de que el yo trata de establecer contacto con el no-yo, utilizar su instrumento en los mundos de la expresión humana y viceversa, impulsar al pensamiento de ese no-yo para que se Dirija hacia la fuente de su ser. Mediante el empleo de la imaginación y la visualización, el cuerpo de deseos o naturaleza emocional se alinea con el alma, y una vez realizado, puede continuarse con la práctica de la meditación. El cuerpo físico y la naturaleza de deseos se sumergen a su vez bajo el nivel de la consciencia, entonces nos centramos en la mente y tratamos de someterla a nuestra voluntad.

Precisamente aquí enfrentamos el problema. La mente se niega a amoldarse a los pensamientos que decidimos pensar y recorre todo [i226] el mundo en su acostumbrada búsqueda de temas. Pensamos en lo que vamos a hacer durante el día, en lugar de reflexionar sobre nuestro «pensamiento simiente»; recordamos a alguien a quien debemos ver o alguna actividad que demanda nuestra atención; empezamos a pensar en algún ser querido, e inmediatamente descendemos al mundo de las emociones, debiendo empezar el trabajo de nuevo. De manera que reunimos nuevamente nuestros pensamientos y los retomamos con mucho éxito durante medio minuto, pero de pronto recordamos una cita o una diligencia que alguien está gestionando y volvemos otra vez al mundo de las reacciones mentales, quedando olvidada la línea de pensamientos. Nuevamente reunimos nuestras ideas diseminadas y retomamos la tarea de someter a la mente obstinada.

Will Levington Confort, en su 113ª carta resume este proceso, diciendo:

«Ni siquiera hemos soñado lo dispersa que es nuestra atención hasta que comenzamos a concentrarnos, y de la práctica de la concentración surge una nueva rectitud y fijeza en medio de la febril ineficacia de la vida personal. En los primeros intentos de meditación, prescindimos de las instrucciones comunes de elegir el tema y mantener la mente firme y fiel a ese tema; pasamos rápidamente sobre ello, sentimos pasión por el éxtasis y la iniciación a fin de obtener algún medio con que dominar a los demás y destacarnos. Nos era permitido pastar en las brumosas praderas de la emoción, denominadas los brillantes campos del espíritu; creíamos que pensábamos... hasta que al perder la importancia, se ponía de manifiesto la angustiosa incertidumbre e inestabilidad de nuestros cimientos. [i227] Convencidos, finalmente, comenzábamos ansiosamente de nuevo desde abajo y aparecía la palabra estabilidad». [cxxxii] 133

Luego dice en la misma carta:

«Al comenzar a practicar la concentración, el esfuerzo efectuado nos deja sin aliento, y esta tensión hará que durante un tiempo no se produzcan los resultados esperados, pero a la larga y con la práctica, se adquiere la habilidad de mantener una centralización mental sin esfuerzo, que puede ser fortalecida sin peligro alguno».[cxxxiii] 134

¿Cómo se alcanza este fortalecimiento? Siguiendo una fórmula o delineamiento en la práctica de la meditación que automáticamente establece un círculo infranqueable alrededor de la mente, que dice «llegarás hasta aquí y nada más». Deliberadamente y con intento inteligente, establecemos los límites de nuestra actividad mental en tal forma, que forzosamente tenemos que darnos cuenta cuando salimos de esos límites. Debemos ubicarnos nuevamente dentro del muro protector establecido por nosotros mismos. Es necesario seguir alguna fórmula de meditación durante varios años si no la hemos practicado previamente y, generalmente, hasta los que llegaron a la etapa de la contemplación se someten frecuentemente a prueba, utilizando una fórmula para asegurarse de que no han caído en una pasividad negativa emocional.

Durante los últimos siete años he empleado fórmulas como la siguiente, al enseñar la técnica de la meditación, a tres mil estudiantes aproximadamente [i228] y ha demostrado su bondad en tantos casos, que la incluyo aquí.

FÓRMULA DE MEDITACIÓN
Para Desarrollar la Concentración

Etapas

1.- Lograr control y comodidad física.

2.- Procurar que la respiración sea rítmica y regular.

3.- Visualizar el triple yo inferior (físico, emocional y mental):

     a. En contacto con el alma.
     b. Como canal para la energía del alma que por la mente llega directamente al cerebro, desde donde puede controlarse el mecanismo físico.

4.- Concentrarse definidamente, aplicando la voluntad. Esto implica el esfuerzo por mantener la mente fija en cierta fórmula de palabras, de forma que su significado quede claro en nuestra consciencia, y no las palabras en sí, ni el hecho de que estamos tratando de meditar.

5.- Pronunciar con atención enfocada, lo siguiente:

«Más radiante que el sol, más puro que la nieve, más sutil que el éter, es el Yo, el espíritu que reside en mi; Yo soy Ése Yo. Ése Yo soy Yo».

6.- Concentrarse sobre las palabras: «Dios, tú me ves». No debe permitirse a la mente vacilar cuando se concentra en su importancia, significado e implicaciones.

7.- Deliberadamente debe finalizarse la tarea de concentración diciendo, con la mente reenfocada en las ideas subyacentes, la afirmación final:

«Hay una paz que a toda comprensión trasciende; reside en los corazones de quienes viven en lo Eterno. Hay un poder que todas las cosas renueva; es el que vive y se mueve en quienes saben que el Yo es uno».

[i229] Esto, en definitiva, es una meditación para principiantes. Contiene varios puntos focales donde se emplea el proceso de recapitulación y el método de reenfoque. Hay muchos otros delineamientos de meditación que traen los mismos resultados y también muchos otros para estudiantes avanzados. Hay delineamientos de meditación preparados para producir ciertos resultados específicos en determinadas personas, pero evidentemente no pueden incluirse en un libro como éste, siendo sólo posible dar una fórmula general de meditación que no ofrezca peligros. En todas ellas, sin embargo, lo primero que debe tenerse en cuenta es mantener la mente activa y ocupada con las ideas y no con el esfuerzo por concentrarse. Tras todas las palabras pronunciadas y las etapas a seguirse, debe haber la voluntad de comprender y una actividad mental enfocada en una dirección.

En la sexta etapa, en la que se hace un esfuerzo para meditar sobre cierta forma de palabras que velan una verdad, no debe haber nada automático en el proceso. Es muy fácil provocar en uno mismo una condición hipnótica mediante la repetición rítmica de ciertas palabras. Se dice que Tennyson provocó en sí mismo un elevado estado de consciencia repitiendo su propio nombre. Ésta no es la finalidad. El trance o la condición automática son peligrosos. El medio seguro es una actividad mental intensa, confinada en el campo de las ideas, abierta por un determinado «pensamiento simiente» o tema de meditación. Esta actividad excluye todos los pensamientos extraños, excepto aquellos que las palabras que se están considerando despiertan. Las palabras tomadas en esta forma particular pueden ilustrar [i230] esto, y el proceso describe una secuencia de pensamiento de la siguiente manera:

Dios tú me ves.
Este Dios es lo divino en mí, el Cristo inmanente, el alma.
Durante largas edades, el alma me ha visto y observado.
Por primera vez estoy en condición de ver a Dios.
Hasta ahora he sido negativo a esta Realidad divina.
La relación positiva está siendo posible.
Esto parece indicar la idea de dualidad.
Yo y Dios somos uno.
Yo soy Dios y lo he sido siempre.
Mi Yo me ha visto a mí.
Yo soy Ése Yo; Ése Yo soy Yo.

Esto es fácil de decir, pero para mantener la mente activa y atenta sobre el sentido y significado, se deberá pensar firme y concentradamente, y habrá grandes dificultades para eliminar todo pensamiento que nada tenga que ver con el tema. He podido ayudar a veces al principiante confundido y desalentado porque era incapaz de pensar cuando y como él quería, diciéndole: «Imagínese que debe dar una conferencia sobre un tema. Véase formulando las notas sobre lo que va a hablar. Guíe a su mente de una etapa a otra y hallará que transcurrieron cinco minutos [i231] sin que su atención se desviara, debido al gran interés puesto».

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130. Beard, Charles., Whither Mankind, pág. 41
131. Müller, Max, Theosophy or Psychological Religion, pág. 284
132. Bailey, Alice A., La Luz del Alma, págs. 229-230
133. Comfort, Will Levington, Letters.
134. Ídem