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CAPÍTULO IX. LA PRÁCTICA DE LA MEDITACIÓN - 2ª parte

Se deben elegir frases que tengan efectos positivos y evitarse las que provocan un estado mental negativo y expectante. Es necesario un cierto grado de comprensión y experiencia antes de que palabras (tan frecuentemente escogidas por principiantes bienintencionados) tales como “tranquilízate y sabe que yo soy Dios”, puedan ser llevadas al trabajo de meditación de una forma segura. Exigen demasiada pasividad a la personalidad poco entrenada, y la energía que evocan estimula la naturaleza psíquica. Will Levington Confort señala esto muy bien en la carta anteriormente citada, donde dice:

«Creo que la meditación sobre palabras como, ‘tranquilízate y sabe que Yo soy Dios’, pueden resultar desastrosas si se abusa de ellas. Más de una persona aún no madura, ha provocado en sí misma una receptividad al poder que, actuando sobre sus aspiraciones insatisfechas, despertó pasiones y ambiciones secretas que están más allá de su capacidad para manejarlas. La meditación ‘Yo soy Dios’ podría decirse que es demasiado directa y eficaz hasta el momento en que quien la practica sepa lo que está haciendo. Uno no puede halagar al Ego durante mucho tiempo y continuar jugando ese papel ante los hombres. El resultado será enfermedad, una desesperante fatiga y pérdida del camino, a medida que se lo grita a otros. No es cuestión de lograr algo para mostrarlo a los hombres, sino comprender que estamos hechos como personalidades; presentir la llave de una potencia totalmente nueva y consagrar a toda la naturaleza humana, con ardiente entereza, a la tarea de encontrar y hacer girar esa llave. Comprendo que este párrafo acerca de la meditación ‘Yo soy Dios’, contiene una atracción lo mismo que una advertencia. En verdad llegará el momento en que actuemos desde el sitial del Ego, en vez de desde la personalidad, [i232] pero antes de ser capaces de adquirir el poder debemos alcanzar una refinada integración de la personalidad». [cxxxiv] 135

 El método secuencial sugerido es un medio seguro para el neófito. Se le ocurrirán otros al estudiante inteligente. Mundos enteros de pensamientos que puede recorrerlos a voluntad (observen estas palabras) se abren a la mente, siempre que tengan que ver con el pensamiento–simiente y se relacionen definidamente con la idea elegida sobre la que tratamos de concentrarnos. Evidentemente cada persona seguirá la inclinación de su propia mente (artística, científica o filosófica), y para ella será la línea de menor resistencia. Todos formulamos nuestros conceptos a nuestra manera. Pero la actitud indicada por la expresión «tranquilízate», no es para nosotros. Inhibimos otras actividades mentales mediante un intenso interés, pero no alcanzamos el silencio por el embotamiento mental o por la adopción de un método que induce al trance o a la completa ausencia de pensamiento. Pensamos definidamente en líneas precisas. Todo aquel que enseña meditación sabe que es difícil inducir al místico a que renuncie a su condición pasiva (resultado del esfuerzo por dirigir la naturaleza emocional en una sola dirección), obligándolo a que comience a emplear su mente. Oímos con frecuencia la queja: «esta técnica no me gusta, es demasiado intelectual y mental y nada espiritual». Pero lo que realmente quiere decir es: «Soy demasiado perezoso para emplear mi mente, sufro de inercia mental y prefiero mucho más las rapsodias emotivas e imponer un estado de paz sobre mi naturaleza emocional. Me siento [i233] mejor. Este método exige un trabajo demasiado intenso». ¿Por qué confundir la espiritualidad con las emociones? ¿Por qué el conocimiento no debe ser tan divino como el sentimiento? En efecto, este método exige trabajo arduo, especialmente al principio. Pero puede realizarse si se vence la pereza inicial. Quienes han triunfado conocen su valor supremo.

Al terminar este intento de indicar la labor inicial que el aspirante a este camino ha de realizar, debemos observar que la llave del éxito está en la práctica constante y persistente. A menudo, durante nuestra tarea con estudiantes de todo el mundo, hallamos que las mentes más agudas llegan en segundo término porque falta el perseverante esfuerzo, en cambio una mente común llega repentinamente a la región del conocimiento comprobado, dejando atrás a su hermano más brillante, porque posee la aptitud de persistir. Los esfuerzos aislados no llevan al aspirante a ninguna parte, por el contrario, son perjudiciales, pues desarrollan un sentimiento constante de fracaso. Una pequeña tarea realizada constante y fielmente día tras día durante un largo período, producirá resultados infinitamente mayores que el esfuerzo entusiasta, pero esporádico. Unos pocos minutos de concentración o meditación regular, llevarán al aspirante mucho más lejos que varias horas de esfuerzo, tres o cuatro veces al mes. Se ha dicho en verdad que «para que la meditación sea eficaz en resultados, no debe ser meramente un esfuerzo esporádico que hacemos cuando nos sentimos inclinados a ello, sino una persistente presión de la voluntad».

[i234] Otro punto debe recordarse: que el último en apreciar los resultados de su labor es el estudiante mismo. La meta que él se ha señalado es tan maravillosa que probablemente se sentirá desanimado más que satisfecho. Lo más prudente es abandonar toda idea de resultados eventuales y de efectos fenoménicos desechándolos definitivamente, y seguir simplemente las antiguas reglas. No debemos preocuparnos constantemente de si progresamos o no. Quienes nos rodean notarán, segura y verdaderamente, el progreso hecho, juzgándolo por nuestra creciente eficiencia, autocontrol, estabilidad y servicio. Es prudente medir el desarrollo de un estudiante por la práctica de la meditación, la extensión de su campo de servicio y lo que dicen sus amigos de él, más que por los informes que envía. Nuestro trabajo es ir constantemente adelante, desempeñando nuestra tarea sin apegos, como dice el aspirante hindú.

Para alcanzar el éxito, debe haber un deseo genuino y persistente, una clara visión del valor de los resultados y una convicción de que la meta puede ser alcanzada por el conocimiento definitivo de la técnica del método. Esto, con la persistente presión de la voluntad, es todo lo que se necesita, y está al alcance de todo aquel que lea este libro.

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135. Comfort, Will Levington, Letters